No somos artistas resolviendo nuestros propios problemas. Somos expertos cuyo trabajo consiste en resolver los problemas de otros.
Peter Lawrence.
Todo comienza con una publicación que hace un docente en una red social (de las más masivas), sobre un concurso que ofrece una importante cadena chilena de cafés y helados para que estudiantes o profesionales del diseño participen en la generación de propuestas para “vestir” sus locales de gráfica. De esta forma se plantea el conflicto: varios alumnos comentan lo denigrante que es participar en un concurso en el que “nadie paga nada”, utilizando y exponiendo sus diseños sin que haya ninguna remuneración por ese trabajo. Los comentarios despectivos continúan, incluso hacia el docente que hizo esta publicación con toda la buena voluntad de invitar a sus alumnos y a quien quiera participar en esta oportunidad. Precisamente esa es la esencia de estas instancias: oportunidades, ventanas para mostrar tu trabajo y empezar a mover los engranajes para salir al mundo laboral y tener un buen portafolio. Porque digamos que un buen portafolio puede incluir buenos trabajos académicos, debe también mostrar experiencia y, ojalá, trabajos que hayan funcionado en la realidad.
Como docente una de mis grandes preocupaciones es la reacción de los alumnos: esa mirada que pudiera ser considerada como mercenaria; incluso con un concurso, el cual no siempre incluye premios en dinero, sino que muchas veces representa un reconocimiento o simplemente la emoción de ver tu diseño funcionando en el mundo y con exposición a mucha gente. No todo puede ser a cambio de dinero. Una mirada y pensamiento que, lamentablemente, no impera en estos tiempos. La pasión por lo que haces, el simple hecho de participar en un concurso importante que luego podría incluirse en tu portafolio se ha ido difuminando en una sociedad que exalta los modelos de exitismo a gran velocidad y peor aún, a veces, sin ningún mérito. Ese es mi llamado a los jóvenes diseñadores: que no se dejen deslumbrar por espejismos que funcionan en el fútbol o en medios de comunicación o redes sociales.
La realidad es que el diseño funciona con las reglas de su propio mercado. Para que haya diseño se necesita alguien que lo requiera, alguien que nos necesite. Nuestra profesión nació en la Revolución Industrial y funciona gracias a un mercado que necesita nuestros servicios.
La mirada ingenua de muchos estudiantes de diseño y, lamentablemente, de muchos diseñadores profesionales, aún hoy, sigue siendo la del diseñador libre, sin ataduras ni horarios, que vive casi como un artista, que hace lo se le da la gana, y que realiza una tarea alejada del alienante y gris trabajo asalariado.[1] Esto dista mucho de la realidad, incluso si trabajas como diseñador independiente. Siempre hay un cliente que nos necesita, hay una pauta. Déjenme también decir, que incluso en el millonario negocio del arte, hasta los artistas más locos y despreocupados tienen un cliente. El mundo del diseño ha llegado a confundir fama y celebridad con reputación.[2]
Es cierto que las empresas, instituciones y algunos clientes abusan de los recién egresados o estudiantes y, lamentablemente, durante mucho tiempo se ha creado y alimentado este círculo vicioso y maligno, que lo único que hace es que uno se desligue del mercado y lo aborrezca, lo vea como el enemigo, cuando en realidad la actividad del diseño lo necesita. Como experiencia, también nos ha tocado muchas veces vivir esto en el ramo de último año de Vinculación con el Medio, donde hemos observado como los alumnos miran con desconfianza al cliente y cuidan que “sus” diseños no sean explotados.
El problema aquí es la concepción que debemos reforzar en los jóvenes: los diseños o “nuestros” diseños, no nos pertenecen, son hechos para alguien que tiene una necesidad de comunicación. Se desata una especie de paranoia, no solo con el “robo” de diseños sino también por si serán reconocidos con dinero o remunerados en la actividad que propone el ramo, el cual tiene como fin darles herramientas a los estudiantes para que comiencen a tener experiencias laborales reales. Tengo la sensación de que se están formando pequeños mercenarios que cambian diseños por dinero.
La única forma de aprender una actividad que tiene sus raíces en un oficio más que en una profesión es la experiencia, e inevitablemente, muchas veces implica tropezarse, para luego levantarse. Así es como comenzamos casi todos los diseñadores, incluso los que han decidido trabajar en un modo freelance. Me pregunto: si estos chicos que aún no egresan tienen esa mirada de su profesión, ¿dónde trabajarán en el futuro?, ¿de dónde sacarán la experiencia para buscar el trabajo que quieren?
Volviendo al tema de los concursos, es necesario que fomentemos la participación genuina, libre de prejuicios, pero que también velemos por el comportamiento ético de las empresas o contrapartes que se acercan a la academia a buscar estudiantes para participar. Como docentes, debemos cuidar y promover instancias de transparencia y funcionamiento de un libre mercado justo que refuerce su respeto al profesional de diseño. Porque es verdad que, si bien faltan años luz para que el diseño en Chile sea una profesión respetada y remunerada como corresponde, también es cierto que son los mismos profesionales quienes deben velar por forjar esa reputación. Somos nosotros los diseñadores y formadores que debemos resguardar y trabajar para hacer del diseño una actividad sólida.
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