La educación técnico profesional, a diferencia de la propiamente universitaria, es la que más sensibilidad posee frente al dilema clásico de cómo abordar el problema formativo de una mezcla armoniosa entre la teoría y la práctica de lo aprendido. De hecho, con la instauración de los modelos de formación por competencia ha aumentado tal preocupación y ha emergido con fuerza este desafío.
En el ámbito de la educación vocacional, los alemanes y los suizos son los que mejor han conciliado esta complementariedad de teoría y práctica. En el caso alemán con su sistema dual, su éxito posee un claro componente histórico y cultural nada de despreciable: su sistema educativo vocacional arranca desde la edad media en que los gremios artesanales y de oficios estuvieron siempre muy vinculados con el sistema educativo formal. Por tanto, para ellos la vinculación estrecha entre las empresas, sindicatos y sistema educativo es una situación de normalidad, tanto que ellos no se plantean ni creen en un modelo distinto. En consecuencia, la relación y armonización entre la teoría y la práctica ya la tienen resuelta en lo que se refiere a la formación técnico profesional o vocacional.
Muchos países incluido Chile han intentado introducir el modelo dual y, con escasas excepciones, no han tenido éxito. Solo ha resultado con algunas modificaciones en la educación media pero no en la enseñanza superior. La razón principal que explica este hecho es que en países como Chile la educación formal ha caminado por senderos distintos al de las empresas. Son escasos los vasos comunicantes, y es extrañísimo que empresarios o sindicatos de trabajadores participen activamente en la definición de contenidos curriculares académicos. Más bien entre ambos ámbitos se han mirado con sospecha y escasa confianza.
Solo en algunas instituciones técnico-profesionales han existido o existen intentos formales y sistemáticos por acercarse a las empresas y sus líderes buscando su colaboración para el diseño de carreras. Por ejemplo, Duoc UC, entre otras, busca la colaboración de expertos en competencias laborales para sus paneles encargados del diseño, actualización y la creación de carreras nuevas.
Si algo hemos aprendido y nadie duda es que hoy no solo aprendemos en las aulas académicas. Los espacios de aprendizaje son muy variados: la familia, nuestro entorno directo, las redes sociales e internet, los medios de comunicación masivos y, desde que somos laboralmente activos, claramente en las empresas. Este cambio de escenario y su manera de enfrentarlo, hoy es un desafío sustancial para toda institución académica. Ésta ha perdido la propiedad exclusiva del saber y debe presentar propuestas que hagan posible el reconocer y validar esos aprendizajes que se obtienen en lugares distintos a los propios centros educativos.
Los lugares de trabajo son un importante espacio para aprender. Las aulas proporcionan mayoritariamente la teoría y el lugar de trabajo aporta de manera prioritaria, la práctica. Al menos con sus respectivos énfasis. Que los estudiantes puedan realizar prácticas laborales es muy estimulante para ellos, al vincularlos estrechamente con los espacios en los cuales se desempeñará laboralmente por muchos años. Pueden obtener mejores esperanzas de empleo; les amplía las oportunidades laborales a los más vulnerables; les permite conocer “in situ “la realidad laboral y sus complejos problemas; pueden practicar sus habilidades no sólo específicas sino también las genéricas; pueden permitir acercar el mundo de la educación y sus docentes a los supervisores de las empresas, encargados de revisar sus tareas diarias; acercan a los empresarios que los reciben, a comprender la labor formativa de las instituciones formales y se fomenta el diálogo entre ambos; les permite aplicar las competencias teóricas y lograr su dominio completo, entre otras bondades y beneficios del aprender en el trabajo.
La autoridad pública puede hacer mucho para acercar a las empresas con las instituciones educativas formales. Desde la perspectiva del aseguramiento de la calidad del aprendizaje en los lugares de trabajo, podría elaborar y afinar políticas que incentiven el diseño de evaluaciones con sus respectivas certificaciones de aprendizajes. Además, con financiamiento adecuado para lograr que existan aprendizajes “in situ” como una realidad general y aceptada por todos. En tal sentido, la dictación de un marco de cualificaciones y apoyos económicos tanto a las instituciones formales como a las empresas receptoras de aprendices podría ayudar muchísimo para disminuir la tasa de desempleo juvenil.
Para la educación técnica profesional es importantísimo que existan políticas que reconozcan y fomenten las relaciones fluidas entre la academia y los distintos espacios laborales. Cada día que pasa, pareciera ser más indispensable la formación de consejos tripartitos (educadores, empresarios y autoridades gubernamentales) que terminen con las desconfianzas y que trabajen mancomunadamente para lograr aumentar los empleos y las rentas razonables para los(as) futuros(as) egresados(as) de las instituciones formales educativas de nuestro país. El desarrollo y crecimiento de Chile así lo está hoy demandando de nuestros líderes.
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