Una de las labores fundamentales del quehacer pedagógico de una institución como la nuestra, es una búsqueda incansable de aprendizaje de calidad en los alumnos. Esa tarea, que debe movilizar a la comunidad, pasa por estar atentos a las necesidades de nuestro entorno y especialmente a la forma en que los alumnos asumen la acción de aprender.
Un entorno de aprendizaje sano y desafiante, sin ninguna duda, genera inquietud en el estudiante. Una inquietud que se traduce en motivación y energía renovada en cuanto a incursionar en acciones nuevas que permitan alcanzar los aprendizajes deseados y que además generen un ambiente virtuoso en el que el alumno sea el que conduzca la acciones y los avances hacia este objetivo de manera autónoma y motivada.
Entonces, es el entorno el que aporta y los alumnos los que conducen. Desde esta mirada, amplia y desafiante, se pueden proyectar los cambios necesarios para lograr el avance propuesto. La urgencia está instalada, los resultados Simce (Agencia de Calidad 2017) indican claramente que los ambientes de aprendizajes tienen que experimentar un cambio sustancial para que nuestros alumnos se motiven y logren, con el acompañamiento docente, generar nuevos espacios que muestren una dinámica a los procesos escolares distinta a la que hoy estamos acostumbrados.
Como comunidad hemos asumido el reto y queremos potenciar un cambio que aunque, como todo proyecto nuevo, genera incertidumbre en todos quienes participamos de él, a su vez es un desafío atractivo y tiene relación con la implementación de metodologías activo colaborativas a través del desarrollo de estrategias que hemos identificado en dos grandes ramas: los Proyectos Interdisciplinarios que se ejecutan con la interacción pedagógica entre las distintas espacialidades y el plan común; y también, proyectos llamados transversales en los que participa toda la comunidad escolar por niveles y que se plasma en el accionar interrelacionado de todos los docentes del establecimiento.
Consecuentemente, esperamos con ello abrir definitivamente las puertas a la implementación de las metodologías activo-colaborativas, en primera instancia, a través del desarrollo del siguiente plan:
Se trata entonces de interactuar en una variedad diversa de escenarios pedagógicos que permitan, de forma efectiva, trasladar al estudiante al centro del quehacer educativo en una comunidad de aprendizaje movilizada en torno a este propósito, lo cual implica, necesariamente convertirnos en “Escuela que Aprende”, comunicándonos de manera organizada entre los diferentes estamentos que la componen para comprender el entorno, interrogarse y replantearse a sí misma las prácticas pedagógicas con el fin de generar una mejora continua (Santos Guerra, 2006).
Finalmente, hemos tomado la decisión de generar las estrategias que permitan lograr aprendizajes de calidad en nuestros estudiantes, otorgándoles un valor agregado en su formación y presentando altas expectativas respecto a sus logros, en un entorno pedagógico ordenado, organizado y seguro, pero a su vez flexible y dispuesto a asumir los riesgos que demanda el desafío de la innovación pedagógica como un llamado urgente a responder a las necesidades de los jóvenes que liderarán el futuro de nuestro país.
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