La Educación Superior Técnico Profesional (ESTP) se ha definido tradicionalmente como aquella que forma para el trabajo, enfatizando la cercanía que esta tiene con los requerimientos específicos de la industria y los servicios. Este punto de partida, que pudiera parecer obvio, es en realidad la clave que da razón de ser a los Institutos Profesionales (IP) y a los Centros de Formación Técnica (CFT). Concentran sus esfuerzos en la generación de competencias prácticas, habilitando a sus estudiantes para el desempeño laboral inmediato y para la creciente demanda de técnicos calificados. Este es un principio tan básico como trascendente: no se busca formar investigadores para la vanguardia científica, ni tampoco cultivar esencialmente el saber teórico propio de la tradición universitaria. Por el contrario, el núcleo de la ESTP radica en la aplicación práctica de competencias y capacidades de manera exitosa en las distintas industrias del país.
La trayectoria histórica de estos estudios en Chile se remonta, al menos, al siglo XIX, cuando Domingo Faustino Sarmiento, destacado intelectual, educador y que fue presidente de Argentina, abogó por la importancia de la capacitación para amplios sectores de la población, conscientes de que muchos jóvenes no aspirarían a un ámbito universitario. El objetivo era que, a través de un oficio o el dominio de una técnica, adquirieran una base de ingresos estable, aportando a la movilidad social y a la construcción de un país en vías de desarrollo. Más tarde, en la Pontificia Universidad Católica, el rol de Abdón Cifuentes como Secretario General impulsor de estudios prácticos e industriales fue decisivo. No es menor el hecho de que, desde 1891, la propia UC gestionaba instituciones educativas técnicas supervisadas por autoridades universitarias, señalando un origen singular dentro del contexto chileno.
Sin embargo, la historia de la ESTP no se limita a dos o tres personajes. Su devenir estuvo marcado por la constante búsqueda de una definición clara, de un espacio legal y cultural que diera estabilidad a estos programas de estudio. En el mundo anglo y germano, la formación técnica y vocacional logró construir denominaciones más nítidas. En América Latina, en cambio, hallamos influencias diversas: en México y Argentina, por ejemplo, se replicaron modelos franceses de universidades tecnológicas sin grandes adecuaciones, mientras que en Chile no sobresale una corriente particular a la que podamos atribuir una sólida base conceptual. Ha sido más bien la suma de voluntades, la necesidad de mano de obra especializada y la comprensión institucional de que la formación práctica debe tener un espacio privilegiado, lo que ha permitido que los IP y CFT crezcan en el país sin un derrotero demasiado claro, pero afirmándose progresivamente.
Ese “camino intermedio” en que se sitúa la ESTP, a medio andar entre la educación secundaria y la universitaria, conlleva algunas complejidades a la hora de describir sus alcances e identidad. Las carreras que se imparten, muy relacionadas con la realidad productiva, muestran una diferencia sustancial con lo puramente académico. Se focalizan en la operación, el ensamblaje, la gestión técnica, la supervisión y los procesos productivos, entre otras áreas. Sus niveles de logro se traducen en trabajadores con un perfil práctico muy superior al de un egresado de la Enseñanza Media Técnico Profesional, pero sin el foco de investigación o de profundización teórica que caracteriza a las carreras universitarias tradicionales. De hecho, uno de los sellos más importantes de la ESTP es la participación activa de empleados y jefes de las empresas en la confección de los currículos ya que son consultados por estas instituciones, asegurando que las competencias definidas correspondan a las demandas concretas del mercado laboral.
En una universidad convencional, es el claustro académico el que diseña los planes de estudio, priorizando la densidad conceptual y los fundamentos científicos. Por contraste, en la ESTP cobra relevancia la mirada de profesionales en ejercicio, quienes saben qué conocimientos y destrezas son imprescindibles para rendir bien en los distintos rubros. Esta cercanía con la industria, tan consustancial a los IP y CFT, permite una adaptación más veloz a los cambios tecnológicos y organizacionales. Al mismo tiempo, exige a los docentes mantenerse vinculados al mundo laboral, valorando su experiencia práctica como un insumo clave para la enseñanza.
Otro rasgo esencial de la ESTP es la adopción del modelo de formación por competencias y, en el caso de Duoc UC, en los últimos dos años, se ha complementado con el enfoque por capacidades. Mientras la educación universitaria tradicional se asentó en planes de estudio basados en objetivos y asignaturas analíticas, la formación técnica optó por un enfoque que agrupa saberes, habilidades y actitudes para el logro de desempeños concretos. Así, la ESTP no se limita a enseñar teoría, sino que verifica la capacidad del estudiante de demostrar, de manera tangible, lo que sabe y lo que es capaz de hacer. Duras, básicas, genéricas: así se clasifican usualmente las competencias, conformando el andamiaje que guía el diseño curricular, la evaluación y los perfiles de egreso.
Ahora bien, ¿qué nos falta para profundizar esta área y robustecer su identidad? Probablemente, una investigación rigurosa y sistemática. Se requiere un mayor número de estudios cualitativos y cuantitativos que indaguen la naturaleza misma de la ESTP, sus diferencias con la educación universitaria y su vínculo con la Educación Media Técnico Profesional. Es vital analizar cómo se articula con la competitividad nacional, cómo incide en la movilidad social y cómo su naturaleza institucional difiere de los patrones puramente académicos. Por ejemplo, la forma en que se establecen sus órganos de gobierno, las modalidades de financiamiento o la manera de revalidar los aprendizajes previos de los estudiantes son espacios que ameritan una visión global y consensuada.
En ese sentido, la labor de los Institutos Profesionales y Centros de Formación Técnica no solo es ofrecer carreras de corto o mediano plazo, sino que puede implicar una reflexión cultural de gran calado: redefinir la relación entre la teoría y la práctica, entre la academia y la experiencia, y entre el país que anhelamos y las habilidades que se necesitan para sostenerlo. Ciertamente, en Chile los IP y CFT han crecido, masificando su oferta y contribuyendo decisivamente a la inserción laboral de amplios segmentos de la juventud. Pero todavía carecemos de un relato sistemático que ponga en relieve su aporte real al desarrollo productivo y a la innovación aplicada.
Es justo concluir, por tanto, que los IP y CFT están llamados a impulsar estudios sistemáticos y foros de discusión. No se trata simplemente de exigir más infraestructura o mejores convenios; se trata de delinear con precisión lo que hacen, cómo lo hacen y por qué. La ESTP no es una educación “inferior” o “transitoria”, sino un pilar genuino de la economía del conocimiento cuando se orienta a la actualización tecnológica y a la calidad. Reivindicar su lugar no es tan solo una demanda institucional, sino una necesidad para que el sistema educativo chileno, en su conjunto, proyecte una visión de progreso sustentada en las competencias laborales de alta especialización.
En definitiva, la Educación Superior Técnico Profesional es una fuerza que ha ido cobrando relevancia en las últimas décadas, en medio de una economía cada vez más sofisticada y sedienta de técnicos competentes. Sin embargo, su identidad carece de una definición exhaustiva y de la investigación que legitime la especificidad de su modelo formativo. Con mayor dedicación a la labor investigativa aplicada, actualización inmediata de su quehacer y amistad con todo avance de la ciencia y la tecnología, con el respaldo de la industria y de las políticas públicas, la ESTP podrá asumir con mayor visibilidad su aporte real al país: formar personas que, con su saber práctico y su vínculo directo con las exigencias del mundo del trabajo, fortalezcan la competitividad nacional y también la inclusión social. Esperemos, pues, que esta educación, nacida en la historia para dar oficios y dignidad a muchos, se afiance y profundice su esencia y vocación de servicio para las nuevas generaciones.
EQUIPO EDITORIAL OBSERVATORIO
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