Hay proyectos que nacen desde una necesidad visible. Otros, desde un impulso del alma. Y hay algunos que surgen desde ambos lugares a la vez, transformándose —sin que lo sepamos al inicio— en un altar sencillo donde la comunidad, la solidaridad y la esperanza se vuelven un mismo pan compartido.
Eso fue lo que vivimos en Rancagua durante las Misiones Solidarias de Invierno 2025, con la remodelación y el Laudate Solidario del Comedor de los Reyes. Una iniciativa que comenzó como un proyecto de servicio y terminó siendo una experiencia profundamente espiritual, marcada por el encuentro humano y por la búsqueda de un entorno más acorde con la dignidad de quienes lo habitan.
El origen: una urgencia que incomoda y convoca
Durante las visitas de avanzada para preparar las Misiones en la zona parroquial de la comunidad Madre de Dios (Rancagua), conocimos un comedor solidario sostenido con entrega por la comunidad local, que acoge a personas en situación de calle y alta vulnerabilidad. Aun con recursos limitados, allí ya se compartía algo esencial: un espacio de humanidad y encuentro. Como equipo percibimos que el estado físico no reflejaba plenamente esa riqueza humana ni la entrega diaria de quienes lo sostenían. En ese contexto surgió una pregunta simple y decisiva: ¿Cómo sumar desde la pastoral para que el lugar expresara, también en lo material, la dignidad de quienes lo habitan y sostienen?
La respuesta se volvió camino: remodelarlo, ordenarlo y acompañarlo, habitándolo con una espiritualidad concreta que pusiera en el centro: la mesa compartida y el cuidado mutuo.

Avanzada del proyecto Comedor de los Reyes realizada 1 mes antes de la Misión Solidaria.
El equipo: manos jóvenes con corazón disponible
La iniciativa fue impulsada por un grupo de estudiantes entusiastas. Entre ellos, una promotora de pastoral cuya dulzura y determinación inspiraban horizontes más amplios, solía soñar con un comedor que fuera más que un lugar para alimentarse: “un espacio donde Cristo pudiera sentarse también”. Su pareja asumió el rol de consejero del proyecto. Junto a otros consejeros, y con el apoyo del profesor voluntario Richard Zúñiga y un comprometido equipo de voluntarios, se inició el trabajo de remodelación del Comedor de los Reyes, nombre que ya identificaba al lugar y que, en su singularidad, nos recordaba la dignidad con la que toda persona merece ser tratada.
Con ese horizonte, el equipo pastoral se sumó a aportar lo que estaba a su alcance, para que el espacio reflejara, también en lo material, el valor humano que ya existía en su interior.

Grupo de misioneros y gestor de pastoral Josué Urtisa en Misa de Envío en Maipú
El proceso: transformar con lo disponible
No hubo grandes presupuestos, pero sí hubo fe. Reutilizamos mesas dadas de baja por la institución, construimos bancas, recuperamos materiales de la parroquia que antes parecían olvidados; cada objeto fue lavado, restaurado, pintado o resignificado. Aquello que ya había cumplido un ciclo volvió a la vida como parte de una mesa abierta.
Los estudiantes pintaron, decoraron, limpiaron y construyeron con sentido. No había perfección estética, pero sí una belleza que nacía del cuidado. Mientras tanto, entre las jornadas misioneras, el comedor se fue poblando de conversación, risas, anécdotas, manos que enseñaban y otras que aprendían. Había algo de sagrado en ese movimiento sencillo y constante.

Misioneros y profesor voluntario, Richard Zúñiga, realizando tareas de construcción de bancas
La pérdida: cuando la vida se quiebra y se abre al misterio
Dos semanas antes del inicio oficial de las Misiones, recibimos la dolorosa noticia del fallecimiento repentino de una estudiante insignia del proyecto. Fue un golpe inesperado. La tristeza recorrió los pasillos de la sede como un viento helado, y muchas cosas parecieron perder sentido. Aun así, ocurrió algo elocuente: lejos de retraerse, sus compañeros decidieron continuar. Con lágrimas, sí, pero también con la fortaleza de quien ama lo que construye en comunidad. “Esto lo empezamos juntos, y queremos terminarlo por ella”, dijeron con esperanza.
Fue así como la partida de una de nuestras estudiantes, lejos de apagar el impulso, dejó una huella serena que nos acompañó en cada paso. Cada mueble armado, cada silla acomodada, cada rayo de sol rebotando en las paredes recién pintadas se convirtió, de algún modo, en una oración. No como un homenaje nostálgico, sino como un acto de fe viva que sostiene, consuela y orienta.
La inauguración: Laudate Solidario
El comedor fue inaugurado con un acto espiritual al que llamamos Laudate Solidario: una combinación de entrega, arte y experiencia comunitaria. Participaron estudiantes, el equipo directivo de la sede, nuestro talentoso coro y los comensales habituales del comedor. Hubo canto, conversación, servicio y alegría. Una alegría mansa, sin alardes, que brotaba de lo esencial: un plato de comida, música, risas compartidas y la certeza íntima de haber hecho lo correcto. Porque en lo sencillo —cuando se ofrece desde el corazón— habita también una felicidad honda: la que honra la vida, dignifica al otro y nos recuerda que nadie está solo cuando la comunidad se reúne a compartir.

Coro de Plaza Oeste: Anthony Murphy, Pablo García, Mra Francisca López, Johanna Miranda y Roxana Espinoza
Más que un comedor: un signo de Reino
Lo que se construyó en Rancagua fue más que un espacio físico: fue un signo del Reino. En un mundo que a menudo descarta, aprendimos a resignificar; en una cultura que a veces margina, aprendimos a abrazar; y en una generación a menudo descrita como indiferente, nuestros estudiantes mostraron una entrega total. El Comedor de los Reyes sigue siendo un lugar funcional, pero su valor excede lo utilitario: nos recuerda que la fe cristiana no se vive sólo en el templo, sino que se encarna en lo concreto, en la hora de la comida, en el saludo que visibiliza, en la escucha que cuida. Y en que cuando misionamos, también somos misionados.

Laudate: fiesta y celebración
Epílogo: cuando la mesa es memoria
En cada comida que hoy se sirve en ese comedor hay una memoria viva de esos días: de quienes lo soñaron, de quienes lo construyeron y de quienes hoy lo habitan. La mesa, en la tradición cristiana, siempre ha sido lugar de revelación, de encuentro, de comunidad.
Creemos que la mesa del Comedor de los Reyes es ahora también una eucaristía encarnada. No hay hostia consagrada, pero hay pan que se comparte. No hay una custodia expuesta, pero sí miradas que se encuentran, gestos que consuelan y una mesa abierta que revela, en lo cotidiano, el misterio de la comunión. En medio de todo eso, habita Dios.
Tal vez, desde algún lugar, aquella estudiante sonría porque lo que ayudó a sembrar sigue creciendo cada vez que la mesa se abre y la comunidad se sienta a compartir.

Padre Juan Zamorano y colaboradora Sofía Morales preparando alimentos.
María Francisca López
Fue una preciosa instancia compartir con esas personas que están en situación de calle y que en el Comedor de los Reyes se les trata con cariño y dignidad. Sin duda, el ejemplo de Belén nos marcó y esperamos que siga dejando huella.
richard zúñiga ceron
Servir a los reyes con un nudo en la garganta causada por la fragilidad de ellos, fue muy grato. También el hecho de preparar la “paila de huevos con cebolla” a los misionero. Confío en poder ir a las siguientes misiones. Gracia por darme ese espacio de participación.
Pbro. Elias Hidalgo
artículo “El Comedor de los Reyes: cuando la esperanza se vuelve mesa” refleja con gran fuerza lo que la Iglesia celebra cada día en la Eucaristía: el misterio de un Dios que se hace alimento y mesa compartida. En la Eucaristía, Cristo se entrega como Pan de Vida y nos invita a participar de una mesa común donde nadie queda excluido. Lo mismo ocurrió en Rancagua: los estudiantes, profesores y voluntarios transformaron un comedor sencillo en un signo visible del Reino, donde la dignidad de cada persona fue reconocida y celebrada. El pan compartido en el comedor recuerda que el Cuerpo de Cristo no se limita al altar, sino que se prolonga en cada gesto de fraternidad y servicio. La remodelación del espacio, el esfuerzo comunitario y la perseverancia frente al dolor de la pérdida de una compañera encarnan la dinámica pascual: de la cruz al gozo de la resurrección. Así como en la Eucaristía celebramos la muerte y resurrección del Señor, en el Comedor de los Reyes la comunidad experimentó que el amor es más fuerte que la muerte y que la vida nueva se construye juntos, en torno a la mesa. De esta manera, el comedor se vuelve un altar cotidiano, donde Cristo se hace presente en los rostros de los más pobres, en los gestos de solidaridad y en el compartir fraterno. Allí, la Eucaristía se prolonga en la vida, y la vida misma se convierte en una celebración eucarística.