Respecto de lo fútil que son los promedios, existe un gracioso cuento que dice que cada vez que Bill Gates va al cine a ver una película, en promedio todos los espectadores son multimillonarios. Fuera de bromas, el problema de los estadígrafos es que ocultan la realidad vital de las personas.
Recientemente hemos sabido que Chile ocupa el noveno lugar entre los países con mayor expansión de su PIB per cápita de los últimos 25 años. Sin duda un crecimiento notable, pasamos de un PIB per cápita de US$5.847 el año 1990 a US$23.556 el 2015, esto es un 303% de crecimiento. Lo anterior quiere decir que el ingreso anual por habitante es de $16.135.860 a un conservador tipo de cambio de $685. Sin lugar a dudas una excelente noticia: $1.344.655 por chileno al mes si es que se distribuyera igualitariamente.
No obstante, la buena noticia no es tal si lo comparamos con los resultados del estudio “La ‘Parte del León’: nuevas estimaciones de la participación de los súper ricos en el ingreso de Chile” (López, Figueroa y Gutiérrez; 2013) en el que consigna que el ingreso per cápita mensual promedio incluyendo las ganancias de capital (pero excluyendo las utilidades retenidas) del 99% de la población en Chile era de US$719 el 2010, algo así como $492.515. Por su parte, el mismo ingreso, pero para el 0,1% más rico fue de US$160.743, esto es, $110.108.955. Y para el 0,01% aún más rico fue de US$890.678, esto es, la estratosférica suma de $610.114.430.
Esta distribución del ingreso no nos sorprende, es sabida, pero cuando se hace visible no deja indiferente. La pregunta de qué hacer para disminuir la brecha adquiere actualidad. Quitémosle al 0,1% de la población dirá alguno rápidamente, pero esa es una solución simplona y de corto plazo como la mayoría de las medidas que tomamos en Chile.
Creemos que lo que se debe hacer es aumentar la riqueza con una mayor participación del 99% en dicho crecimiento y eso se logra con mayor competencia, con innovación, con emprendimiento. En Chile existe una evidente concentración de los bienes productivos y de servicios en unos pocos. Por ello al existir un masivo ingreso de nuevos actores, en el largo plazo, se tenderá a equilibrar la cancha. La única receta para ello es la educación. Que nuestros jóvenes accedan a una formación que los prepare para ser ciudadanos del mundo, con autoestima, dispuestos a emprender.
Ahora bien, lo anterior amerita pensar nuestro sistema educacional, parvulario, básico, medio y superior, con ese objetivo: ¿Cómo debe ser el sistema educacional que nos permita formar a nuestros jóvenes para que hagan de Chile un país con una mejor distribución? Es obvio que también se debe mejorar los controles que eviten los abusos, la corrupción y el delito. Pero si pensamos en la verdadera solución a nuestro problema debemos volver a la pregunta señalada. Eso es lo que han hecho los países asiáticos, todos desde Japón como pionero y luego, Corea, Singapur, China. Su receta ha sido invertir en educación. Pero en el sistema educacional, como un todo, no en discusiones ideológicas que saben a bizantinas y que solo acrecientan el problema en vez de avanzar en su solución. Y en especial con una mirada de largo plazo, no se puede esperar resultados inmediatos, cortoplacistas, se debe ampliar la mirada más allá de nuestra contingencia.
Un sistema de educación superior debe ser como un buen almácigo que permita germinar en nuestros jóvenes la savia que los impulse con ideas nuevas e iniciativas voluntariosas, creativas, emprendedoras. En este sistema el rol que les cabe a instituciones como Duoc UC debe quedar claramente definido y ser respetado por cuanto su buen desempeño le hace bien a Chile.
Nuestro país está en un excelente momento histórico para poner en marcha una reforma –por de pronto todos estamos de acuerdo en que se debe hacer-al sistema educacional que nos disponga a mirar el futuro con esperanza. Sería una lástima perder esta oportunidad, por Chile y los sueños de muchos.
0