Después de habernos preparado en el itinerario cuaresmal, donde se nos recordaba que nos debemos convertir y creer en el evangelio, así mismo también nos preparamos para el miércoles de cenizas “somos polvo y al polvo retornaremos” con el fin de llegar a la gran solemnidad de Domingo de Ramos, con la cual iniciamos la Semana Santa.
Esta conmemoración anunciada por Jesús nos recordó que Él entra en un burro, no en un caballo lujoso, como lo hacían los grandes de aquella época. Jesús, como dicen las profecías del Antiguo Testamento, es el humilde por excelencia y lo ratifica el texto de Mateo, donde se nos grafica como el pueblo se lanza a las calles diciendo: “Hosanna, Hosanna, Bendito el que viene en nombre del Señor, Hosanna al Hijo de David”. Este texto nos retrata que es este mismo pueblo que aclama a Jesús, es el mismo que estará pidiendo la liberación de un delincuente de un ladrón “Barrabás”.
En Semana Santa, como nos recuerda la liturgia de Domingo de Ramos, somos testigos de la dolorosa pasión y muerte de Jesús, en su momento culmine, en la hora en que Jesús, en obediencia perfecta a su Padre Dios, entrega su vida para nuestra auténtica y perfecta salvación.
Con esta intención, nos unimos espiritualmente durante esta semana, para introducirnos de lleno a los misterios que nos han dado nueva vida, tenemos muchas celebraciones durante el año: celebraciones litúrgicas, celebraciones muy solemnes, celebraciones cristológicas, mariologías, celebraciones de los santos, muy queridos por todos nosotros, pero es la Semana Santa, que se inicia con el Domingo de Pasión o de Ramos, donde la gran celebración pascual recuerda lo más importante para nosotros: la pascua de Jesús, su paso de la muerte a la vida, el momento en que el Señor puesto en la manos de los pecadores es juzgado injustamente. Donde Él dice: “nadie me quita la vida, soy yo que la doy voluntariamente. Yo me entrego a la muerte” y nosotros somos testigos de la muerte de Jesús cuando decide entregarse para pagar el alto precio del pecado, para rescatarnos a nosotros de la muerte a la vida.
Seamos agradecidos con Cristo, acompañemos al Señor en esta subida a Jerusalén donde él en obediencia perfecta al Padre y amor misericordioso con nosotros los pecadores, ha entregado su vida por todos nosotros a precio de su sangre. No permitamos que los enemigos del alma, el dominio, el mundo y la carne, nos hagan perder el enfoque central de la Pascua del Señor.
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