No arriesgo equivocarme al decir que profesores y estudiantes extrañamos la sala de clases. He sabido de colegas que extrañan incluso la pizarra. Pero, independiente del espacio físico, lo que añoramos es el contacto real y cercano entre nosotros.
En el caso de las clases de inglés la mayoría las realizamos en salas más pequeñas, donde no existe “la fila de atrás”, estamos más cerca de cada alumno presente y se notan mucho los ausentes. En días de asistencia completa, todos quedan muy juntos y cuesta un poco más movernos entre las sillas para responder alguna pregunta o para motivarlos a hablar en un idioma que al comienzo les puede parecer ajeno y lejano.
Personalmente, a estas alturas del semestre ya soy capaz de reconocer voces y recordar nombres, al menos de los más activos, aunque no lo sean para hablar del contenido de la clase.
Si bien existe cierta uniformidad en la disposición del espacio en todas las sedes de Duoc UC, cada sala de clases tiene sus particularidades y desafíos propios; sin embargo, todas tienen algo en común: son un punto de encuentro donde, al entrar, los estudiantes pasan a ser iguales.
Abruptamente ese punto común de igualdad parece un recuerdo lejano.
Tras casi cinco años y cientos de horas en las aulas de Duoc UC, mis horarios cambiaron. Una pieza de mi departamento se convirtió en oficina y comencé a grabar videos, crear sesiones en Collaborate, enviar muchos mails y, sobre todo, transformar los contenidos a un formato más amigable para seguirlo en computadores y celulares.
Las clases pasaron a ser “sincrónicas” y las pruebas, encargos. Pasé de ver cuadernos a ver mascotas, posters, paredes frágiles e iluminación insuficiente. He visto espacios de estudio improvisados y me han distraído ruidos indescifrables.
Desconozco si estos detalles se escapan con intencionalidad o no, pero en cierta forma creo que ayudan a generar una nueva sensación de confianza, distinta a la que estábamos acostumbrados.
En condiciones normales los estudiantes deciden qué información personal compartir mediante códigos de vestimenta o a través de sus propias intervenciones en la clase, basadas en sus experiencias y opiniones.
Actualmente ese acuerdo implícito de igualdad y neutralidad en la sala se está quebrantando porque los estudiantes han perdido el control de su intimidad. Curiosamente perdieron ese control los más privilegiados: los que tienen una cámara, micrófono y un espacio para acceder a las clases desde sus casas.
En la antigua normalidad, el control lo habrían perdido los más angustiados: los que deben contarte que no pudieron estudiar porque trabajaron toda la noche. O los que necesitan disculparse tras faltar a una clase porque su hijo estuvo muy enfermo.
Hasta que llegó la pandemia a profundizar las diferencias y a recordarnos que esa igualdad en la sala, después de todo, es una utopía.
En el universo de alumnos algunos son más privilegiados no solo por tener 200 MB de Wifi, también lo son porque vienen de mejores colegios o porque sus padres son una fuente de ayuda efectiva.
Están quienes acceden a las clases desde su pieza, los que deben usar el computador familiar con un ojo en la pantalla y el otro en sus hijos, mientras otros se aferran a su trabajo a pesar de los riesgos.
Es la suma de muchos detalles la que hace que ciertos alumnos tengan más confianza para levantar la mano o activar su micrófono. Asimismo, los alumnos con buenas redes de apoyo seguramente temerán menos equivocarse.
Estas mismas diferencias hacen que la sala de clases sea tan importante y que la extrañemos. No es un espacio ajeno al mundo real, pero sí es un espacio donde podemos coincidir todos, de uno y de otro barrio o colegio, de familias grandes o pequeñas, para encontrarnos en el objetivo común de aprender.
Y aun cuando no podemos resolver toda la desigualdad estructural en un semestre, podemos crear una pequeña comunidad que se escucha y comparte experiencias porque nos tratamos con respeto y confianza, no por la intimidad delatada en Collaborate.
Los estudiantes de Duoc UC son hijos del esfuerzo y de la resiliencia. Saben salir adelante con menos recursos de los que merecen. Por esto, seguramente sortearán esta crisis con muchos aprendizajes, más allá de los esperados en cada disciplina.
Este desafío se veía inevitable pero lejano y se proyecta extenso, haciendo que algunos procesos de colaboración, discusión y de trabajo sigan dinámicas eventualmente desmotivantes para estudiantes y profesores, y si no hacemos los ajustes necesarios o no consideramos los límites de la banda ancha, podríamos pasarnos meses extrañando sin consuelo el espacio físico de la sala de clases, quejándonos y demonizando la educación a distancia.
Sin embargo, a la luz de las últimas semanas, no todo es blanco y negro. Este es un buen momento para incorporar y probar ideas innovadoras en nuestra tarea de educar y formar a los nacidos en el siglo XXI. No debe ser imposible si es la generación que valora un recital en YouTube tanto como un concierto.
Nuestras clases online le están dando algo de estabilidad y normalidad al caos que no se irá hasta que se encuentren las vacunas contra el virus y contra la desigualdad.
Espero que como profesores y como institución, no dejemos pasar esta oportunidad de integrar métodos que coexisten hace años y que hemos visto pasar mientras escribimos en la pizarra o imprimimos guías, en lugar de probar y rescatar nuevas herramientas.
Hay vida más allá de Kahoot y nuestros estudiantes lo sabían y nos lo dijeron más de una vez, pero no los escuchamos hasta ahora que se nos hizo conveniente.
Podemos salir fortalecidos y renovados de este trance, pero necesitamos cooperación, voluntad y apoyo. Eso, junto con la paciencia, fortaleza y resiliencia de nuestros estudiantes, nos devolverán lo que más valoramos y extrañamos: el sueño de la igualdad expresado en el pequeño mundo de cada sala de clases.
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