Sabiendo que el año pasado estará para siempre marcado por el flagelo de la pandemia, todos anhelamos que el 2021 sea un año “mejor”[1]. Así lo hemos expresado hace algunos días deseándonos mutuamente un “feliz año nuevo”. Pero es importante que entendamos que no podemos pedirle al “año” que sea “nuevo” o “mejor”, cuando ¡somos nosotros quienes debemos serlo!
En ese sentido puede ser bueno recordar la célebre frase de G.K. Chesterton: “El objetivo de tener un Año Nuevo no es que tengamos un nuevo año, es que debemos tener un alma nueva”. Resulta, pues, fundamental recordar que la novedad en nuestra vida viene dada -más que por factores externos a nosotros- por la renovación de nuestra alma.
Es cierto que un nuevo puesto de trabajo, un nuevo hogar o domicilio, o una nueva planta puesta con decoro sobre la mesa de siempre, puede significar un cambio favorable en nuestra vida. Pero constatamos a diario que no hay verdadera renovación, progreso y novedad, si aquellos cambios no van acompañados de un cambio más profundo, de una verdadera transformación de aquello que tradicionalmente conocemos como “alma”.
Aquellos que creen que la renovación viene de “afuera”, usualmente equivocan el camino y caen en un “loop” sin término y sin sentido. Y es entonces cuando viene la desesperación por comprar, cambiarse de barrio, de casa, de auto, y un largo etcétera que no se detiene nunca, por una muy sencilla razón: ninguna de estas cosas puede proveer “novedad” en sí misma, porque dejadas a su propia arbitrio, están muertas en su soledad. Ninguna de ellas tiene vida por sí mismas.
Es en ese sentido que -de entre todos los proyectos en los que Duoc UC se ha involucrado últimamente- hay uno que me llama poderosamente la atención: se llama Proyecto “Asunción”[2].
Tuve la oportunidad de visitar la Iglesia que lleva ese nombre, el día mismo en que comenzaron los trabajos. El panorama era desolador: el techo totalmente quemado, los muros rayados, y las imágenes sagradas profanadas en el suelo. Sin embargo, en medio de ese desastre provocado por la insensatez y cobardía de algunos, y a pesar de lo “oscuro” del panorama, había algo que hablaba de esperanza y que arrojaba un rayo de luz potente: era un grupo -no muy numeroso (“el mundo se mueve por unos pocos”, decía el Padre Hurtado- de docentes, alumnos, directores de carrera y colaboradores de nuestra institución, que estaban determinados a ayudar a transformar el Templo caído, en un proyecto de restauración y reparación.
Dejando de lado todo el simbolismo que puede haber -sobre todo en estos tiempos- de levantar una Iglesia caída, no puedo sino pensar que la renovación en nuestra vida -un año nuevo-, no viene tanto por materiales, estructuras o elementos nuevos, sino por corazones que -tocados por Dios-, quieran transformar las cosas por dentro, desde el alma.
Ese día, mientras caminaba con algunas de las personas encargadas de la restauración, mis ojos se toparon con una hoja quemada en los bordes – ¡una sola hoja! -, que ellos habían rescatado de entre los escombros esa mañana. Era una página de la Biblia, del profeta Ezequiel:
“Yo pondré en ustedes mi aliento de vida, y ustedes volverán a vivir”[3]
Ojalá al comenzar este nuevo año, podamos comprender que solo Dios puede “hacer nuevas las cosas”[4] y que sin Él, no hay verdadero año nuevo…
[1] Columna publicada en:
VER BOLETÍN N°46, Reflexiones e hitos en el año de la pandemia COVID-19:
[2] En este link se puede conocer virtualmente un poco más de este hermoso proyecto: https://data.sentiovr.com/spaces/23249/space_1610637081/vtour/tour.html
[3] Ezequiel 37,14
[4] Cfr. Apocalipsis 21,5
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