Reflexiones a partir de la participación en la XII Jornadas de Gestión Universitaria, Summit 2016 Santiago de Chile. Hoy por hoy las instituciones de educación superior a nivel mundial están dialogando sobre sus operaciones y decisiones sistémicas. Estos dejaron de ser monólogos al interior de las organizaciones, sino que se han constituido en diálogos en voz alta donde no sólo hablan los expertos en educación, sino todos los actores involucrados en el proceso de formación de los futuros profesionales.
Subió al pódium del Salón Fresno con toda la experiencia y seguridad de un académico de Harvard. La experticia y el desplante que otorgan tantas clases magistrales dictadas; podíamos dilucidar todas las horas de docencia en cada palabra. Cada gesto y anécdota elegida nos hacía reflexionar sobre cómo estructuramos, planificamos y evaluamos una clase. Eric Mazur lleva años recorriendo el mundo tambaleando la arquitectura de los aprendizajes, buscando y construyendo nuevos andamiajes para la educación del nuevo milenio. Físico, Profesor de Física Aplicada, científico e investigador en avances en fibra óptica, quién durante años dictó cátedras de esta disciplina y que en un momento se enfrentó al acto de humildad de la autocrítica.
Nos confesaba que leyendo una publicación de variedades, ésta detallaba las dificultades que la mayoría de los alumnos tienen para resolver un simple ejercicio usando la segunda ley de Newton en EEUU. Entonces, él –incrédulo- no dio lugar a esta sentencia (“Soy un buen profesor, me evalúan bien, recibo premios y reconocimientos como buen docente, mis alumnos pueden resolver esto sin problemas! Se refieren a otros alumnos, evidentemente no a mis alumnos”) y se dispuso a comprobar en la sala de clases de su Facultad que esta publicación exageraba. Craso error: Tampoco sus alumnos pudieron resolver ese simple ejercicio. Esta experiencia tuvo un tremendo e insospechado impacto en el profesor Mazur y es en ese preciso momento en el que comenzó a cuestionar la eficiencia/eficacia de la enseñanza limitada a la clase magistral predominantemente expositiva. Comenzó a darse cuenta que los métodos activos, colaborativos y participativos producen aprendizajes significativos. Confesaba que fue un hallazgo perturbador, los alumnos podían resolver incluso algunos ejercicios aplicando recetas (fórmulas) memorizadas pero sin comprender los principios físicos subyacentes. Tuvo que hacer su propio ejercicio, pero esta vez no matemático sino de honestidad: abandonar la metodología que había utilizado hasta ese momento y que le había hecho creer que era un excelente profesor o comenzar la senda de la incertidumbre para encontrar una estrategia diferente pero eficiente.
Mazur nos enfrenta a nuestros peores miedos: ¿cómo puede ser que la mejor enseñanza en prestigiosas instituciones no se traduce necesariamente en aprendizajes significativos? Esto provoca sin lugar a dudas el cuestionamiento de la forma en que hacemos las cosas y al mismo tiempo, los mecanismos con los que evaluamos los resultados de nuestras estrategias didácticas y pedagógicas. De este modo, el profesor Mazur comenzó a implementar nuevas metodologías y combinaciones, de este modo el peer instruction (instrucción entre pares) junto a la preparación de las clases previamente por parte de los alumnos triplicaban los resultados exitosos. El peer instruction de Mazur -precursor del modelo hoy conocido como flipped learning– consiste básicamente en redactar y establecer una serie de preguntas conceptuales que serán los fundamentos en los que se construirá el proceso de razonamiento como ejercicio colectivo. Se enfrenta intencionalmente a los alumnos a las posibles respuestas y se fomenta un debate con quienes optan por respuestas diferentes dentro del grupo facilitando y promoviendo un diálogo, provocando un trabajo colaborativo y argumentativo. Luego, se enfrentan nuevamente con la pregunta inicial y observan en pantalla -en tiempo real- los cambios o fluctuaciones en las tendencias de respuesta (utilizan un dispositivo electrónico o similar para registrar las elecciones). Esto daría paso a lo que hoy es conocido como el clickerism (dispositivos de mando a distancia).
La clase magistral comenzó a ser enjuiciada. Mazur nos instaba a dejar de ser unos convencidos de que el cambio es inminente o necesario (algo que ya todos sabemos) y que seamos capaces de comenzar a implementar dichos cambios en las aulas. Esta reflexión nos enfrenta a replantearnos la importancia de la creatividad, el análisis y la aplicación en la realidad de los conocimientos aprendidos en la sala de clases. Traducir lo teórico en palabras simples, las fórmulas del pizarrón en la vida diaria, donde lo importante es retroalimentación y no sólo la calificación (la nota). Mazur propone utilizar con mayor énfasis la evaluación formativa como estimuladora del esfuerzo continuo de los alumnos y no limitarnos como docentes a la conformidad de una calificación que a menudo no representa el aprendizaje esperado ni es un indicador confiable ni un predictor del desarrollo de competencias complejas. Esto se ejemplifica con el clásico alumno con excelente rendimiento académico en su casa de estudios pero que es incapaz -en su futuro puesto de trabajo como profesional- de trabajar en equipo y resolver problemas de manera creativa. En cambio, algunos alumnos que probablemente no se destacaron por sus calificaciones triunfan en la vida laboral. De este modo, Mazur nos motiva a ser verdaderos entrenadores-tutores más que simples fiscalizadores o jueces evaluadores del aprendizaje (el conflicto coach-judge).
Tenemos tarea pendiente. Un acto de humildad.
Ahora, manos a la obra!
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