27 de Octubre, 2025

Llamar a tus estudiantes por su nombre: el primer paso para conectar y enseñar

José Luis Pino Cofré

José Luis Pino Cofré

Docente de la Escuela de Informática y Telecomunicaciones de la sede Plaza Oeste de Duoc UC.

6 minutos de lectura

Esta reflexión nació de una conversación con el par evaluador de la UAP (Unidad de Apoyo Pedagógico), durante el acompañamiento académico de este año. Al final de la entrevista, me comentó con sorpresa lo significativo que le pareció que conociera el nombre de los alumnos y alumnas, y que, cuando alguno faltaba, preguntara por él.  Para mí no era algo extraordinario. Siempre he pensado que el verdadero punto de partida de una buena clase es la conexión con los estudiantes. Sin ella, incluso la mejor planificación se queda corta. Le dije al evaluador que conocer sus nombres, lo antes posible, es mi forma de construir esa conexión. Su comentario me dejó pensando.

Después de esa conversación, decidí ir un poco más allá y revisar si lo que intuía como buena práctica tenía respaldo en la investigación educativa. Lo que encontré me confirmó lo que ya sentía: recordar un nombre puede transformar la experiencia de aprender.

El valor de sentirse visto

Cuando un profesor saluda a un estudiante por su nombre -“Hola, ¿cómo estás, Ana?” o “buen trabajo, Carlos”- no solo cumple con una formalidad. Está diciendo: “te veo, te reconozco, eres parte de este espacio”. 

El pedagogo Paulo Freire (1997) lo explicó mejor que nadie: enseñar es un acto profundamente humano, un encuentro entre personas que aprenden juntas. Nombrar a alguien es reconocerlo, y en ese gesto se abre un puente invisible que cambia la relación en el aula. 

Los investigadores Hagenauer, Volet y Jones (2016) estudiaron precisamente este vínculo entre profesor y alumno en la educación superior. Concluyeron que la cercanía y el reconocimiento personal son factores que aumentan la motivación y el sentido de pertenencia. En otras palabras, cuando el estudiante siente que el docente se interesa por él como persona, aprende con más compromiso y confianza.

Lo que la evidencia demuestra

Uno de los estudios más citados sobre este tema es el de Cooper, Haney, Krieg y Brownell (2017). En una clase universitaria con más de 300 estudiantes, descubrieron que solo el 20% pensaba que sus profesores sabían su nombre. En cambio, en el curso analizado, el 78% creía que su docente sí lo conocía, aunque en realidad el profesor recordaba poco más de la mitad. Lo más interesante fue que la percepción de ser reconocido bastó para que los alumnos y alumnas se sintieran más motivados y participaran más.

Una estudiante lo resumió así: “Si se tomaban la molestia de recordar mi nombre en una clase tan numerosa, eso me demostraba que realmente les importaba mi experiencia en la asignatura y mi educación” (Cooper et al., 2017, p. 6).

Esa frase refleja perfectamente lo que ocurre en el aula: recordar un nombre es una forma concreta de cuidado. 

Algo similar encontró Bosch (2024) en su estudio sobre inclusión universitaria: los alumnos que sentían que el profesor los conocía por su nombre mostraban mayor bienestar y sentido de pertenencia.

La American Psychological Association (2020) también señala que las relaciones positivas entre docentes y estudiantes predicen mejores resultados académicos y emocionales.

En resumen, sentirse visto cambia la forma de aprender.

Por qué recordar un nombre importa

Detrás de este efecto hay razones simples pero poderosas. El nombre es parte esencial de nuestra identidad; cuando alguien lo usa con respeto, nos valida.

Escucharlo genera cercanía, y esa cercanía crea confianza. Según la teoría de la autodeterminación de Deci y Ryan (2000), los seres humanos necesitamos sentirnos competentes, autónomos y conectados. Aprender el nombre de tus alumnos y alumnas cumple con esa necesidad de conexión: demuestra que su presencia importa. 

Además, existe un fenómeno conocido como el efecto Pigmalión, que plantea que las expectativas del profesor influyen en el desempeño del estudiante. Cuando el docente trata al alumno como alguien valioso y visible, ese reconocimiento refuerza la autoconfianza. Lo contrario -la indiferencia o el anonimato- tiende a apagar la motivación. 

Finalmente, recordar y pronunciar correctamente los nombres es también un acto de inclusión. La National Board for Professional Teaching Standards (2016) recuerda que hacerlo con respeto fortalece la relación educativa y reconoce la diversidad cultural dentro del aula.

Cómo convertirlo en práctica

Aprender decenas de nombres puede parecer un desafío, pero hay formas simples de lograrlo. Por ejemplo:

  • Usar tarjetas con el nombre (name tents) las primeras semanas.
  • Asociar rostro y nombre con una lista de fotos.
  • Saludar personalmente a algunos estudiantes al inicio de la clase.
  • Usar los nombres en la retroalimentación: “Beatriz, tu análisis fue muy claro”.
  • Preguntar cómo pronunciar correctamente los nombres que no conocemos.
  • Mostrar interés cuando alguien falta: “¿alguien sabe por qué no vino Javier?”.

Humanizar antes que enseñar

Por supuesto, hay dificultades. En cursos grandes, es casi imposible recordar todos los nombres. Pero la clave no está en la memoria, sino en la intención genuina. Si nos equivocamos, basta con reconocerlo y seguir intentando.

Como señalan Wang, Yin y Li (2023), las relaciones profesor-estudiante se fortalecen cuando el docente actúa con atención plena (mindfulness) y empatía. Nombrar desde la autenticidad, no desde la rutina, es lo que marca la diferencia. 

Volviendo a aquella conversación con el par evaluador, entendí que su sorpresa no era solo por la cantidad de nombres que recordaba, sino por lo que eso representaba: una forma de enseñar desde el vínculo humano. 

Conocer el nombre de los estudiantes no es una técnica nueva ni una moda pasajera; es un gesto simple que refleja respeto, interés y compromiso. Es recordar que antes de enseñar contenidos, enseñamos a personas. Y quizás por eso, el primer paso para una clase exitosa comienza con algo tan sencillo como decir: “Hola, ¿Cómo estás, Camila?”

Referencias

Bosch, L. (2024). Does being known matter? Analyzing the effects of name recognition on student engagement. Journal of Educational Psychology, 116(2), 215-229.

Cooper, K. M., Haney, B., Krieg, A., & Brownell, S. E. (2017). What’s in a name? The importance of students perceiving that an instructor knows their names in a high-enrollment biology classroom. CBE-Life Sciences Education, 16(1), 1-13. https://doi.org/10.1187/cbe.16-08-0265

Deci, E. L., & Ryan, R. M. (2000). The “what” and “why” of goal pursuits: Human needs and the self-determination of behavior. Psychological Inquiry, 11(4), 227-268.

Freire, P. (1997). Pedagogía de la autonomía: Saberes necesarios para la práctica educativa. Siglo XXI Editores.

Hagenauer, G., Volet, S., & Jones, M. (2016). Teacher-student relationship at university: An important yet neglected issue. Higher Education Research & Development, 35(1), 1-14. https://doi.org/10.1080/07294360.2015.1137884

National Board for Professional Teaching Standards. (2016, August 12). Why pronouncing students’ names is important to building relationships. https://www.nbpts.org/blog/

Wang, X., Yin, S., & Li, J. (2023). Exploring positive teacher-student relationships: The synergy of teacher mindfulness and emotional intelligence. Teaching and Teacher Education, 127, 104093.

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