Uno de los puntos de mayor discusión para las instituciones de educación superior en la actualidad es el replanteamiento de sus funciones. Nadie duda que en ellas se esté desarrollando investigación, docencia y vinculación con el medio, el asunto a debatir es el sentido que estas funciones han de tener en el siglo XXI, proyectándolo a los cuatro quintos pendientes.
Desde la docencia, discutimos, entre otros, acerca de la formación por competencias, la centralidad de los estudiantes, los ambientes de aprendizaje, la incorporación de tecnologías, nuevos valores sociales y la función del profesorado. A nivel de investigación se enfatiza en la investigación aplicada y en la formación y desarrollo de grandes grupos de investigación que puedan estar interconectados y activos veinticuatro horas dadas sus estaciones geográficas. Las preocupaciones sobre la vinculación con el medio buscan traspasar escenarios tradicionales de extensión de la educación superior, así como la transferencia de conocimientos; los debates hoy se enfatizan más en una relación de colaboración y en una docencia e investigación que den respuesta a los retos sociales de la realidad actual.
Paralelamente, las instituciones de educación superior siguen teniendo la exigencia de ser espacios para el desarrollo de la ciudadanía y de los valores sociales y culturales definidos y predominantes, habiendo de flexibilizar y adecuar sus sistemas de organización y desarrollo a nuevas realidades. Hoy, la puesta en práctica de procesos participativos y de sociedades democráticas permite vislumbrar otra fuente de poder, superadora de la influencia que en su momento tuvieron lo religioso, lo militar, lo ideológico, lo político o lo económico. Hacemos referencia a la ciudadanía o la prevalencia y el poder de la sociedad civil sobre otro tipo de estructuras. Hablamos, por tanto, de la construcción de una nueva realidad, una ciudadanía integradora capaz de vencer la persistente exclusión de muchos en nombre de los intereses de unos pocos. Y detrás de ella, el cultivo de unos determinados valores colectivos como la colaboración, el compromiso, la cultura del diálogo y la solidaridad.
Conjuntamente, los retos también son institucionales y nos permiten hablar de organizaciones seguras, saludables y sostenibles, al mismo tiempo que se piensa en modelos de gestión participativos y comprometidos con nuevos valores sociales (respeto al medio ambiente, inclusión social y educativa, la formación como espacio de oportunidades, multiculturalidad, la promoción y gestión del conocimiento colectivo, entre otros).
De alguna manera se entiende que el futuro no depende solo de la evolución de los sistemas productivos y educativos sino y también de la vitalidad de los valores y de las actitudes ciudadanas e institucionales que lo dirigen y alimentan. Aquí es donde la educación adquiere sentido como proyecto colectivo consciente e intencionado.
La pregunta que nos formulamos ahora es ¿quién o quiénes liderarán estas instituciones de educación superior? Evidentemente, cada tiempo ha tenido sus contextos y sus liderazgos. Sobre ellos se ha ido construyendo la historia. Sin embargo, obvio también parece que las características de quienes lideran han de ir de la mano con los tiempos y escenarios. Más aún, lo que hoy se le exige a quienes encabezan las instituciones de educación superior es que estén más relacionados con el futuro, que sean visionarios, que logren anticiparse para luego “volver”, convencer y conducir hacia aquellos derroteros. Como si fuera poco, para dirigir instituciones de educación superior cada vez será más importante que exista un férreo conocimiento sobre el mercado, sus oportunidades y necesidades, para generar las estrategias frescas que respondan a las necesidades del mundo empresarial o industrial.
Conjuntamente, la generación de equipos de dirección: cuyos miembros sean leales, comprometidos y talentosos es otra tarea fundamental para quienes encabezan las organizaciones educativas. Los desafíos, por tanto, se orientan a conseguir que cada uno llegue a conseguir el desarrollo de su potencial en el servicio institucional, con el apoyo permanente necesario para cumplir sus objetivos y metas definidas. Así entonces, en estos nuevos tiempos que ya vivimos y en la vorágine que se nos avecina, los directivos que se anticipen conozcan la industria, incentiven la colaboración y den sentido al quehacer laboral, estarán en mejor posición para poder mostrar caminos en la revolución 4.0.
Consecuentemente, hemos de reconocer que la educación hoy no está supeditada primariamente a los contenidos, sino centrada en colaborar para que los estudiantes sean competentes; al decir de Delors: en el saber, saber hacer o aplicar, saber ser y saber convivir. Para lograrlo, la dinámica y los programas han de tener sentidos de realidad y futuro. La centralidad del quehacer estará en los estudiantes y sus interrelaciones con el ambiente de aprendizaje; a la vez, necesario es considerar los estilos, los tipos de aprendizaje y las inteligencias múltiples predominantes, así como la diversidad. Asimismo, hemos de acentuar los esfuerzos en potenciar la cooperación y entender la evaluación como una base de información sobre el progreso de cada estudiante.
En síntesis, en esta cuarta revolución industrial hemos de contar con una educación 4.0 que favorezca y facilite la innovación, que conecte el conocimiento cognitivo con las necesidades sociales, económicas y culturales, que visualice cambiar de manera drástica como los humanos podemos ser más humanos, esto es, entre otras, reforzar la creatividad, intuición y curiosidad. Lo anterior por cuanto las cosas conectadas con inteligencia artificial es el mayor reto que tiene la humanidad en la historia. Por ello hemos de insistir en señalar que se deben potenciar las capacidades diferenciadoras de los seres humanos. Así y solo así, podremos minimizar el riesgo de que las máquinas sometan a los hombres. Por lo tanto, la reinvención de la educación es urgente, pero ya no en clave de internet sino de máquinas inteligentes. Así entonces, al decir de Morín, navegamos por mares de incertidumbre con apenas archipiélagos de certezas.
Finalmente, hemos de ser conscientes de que enfrentar la incertidumbre nos lleva a un precio muy alto. El precio de la libertad es la incertidumbre. Si queremos ser libres, tendremos un futuro incierto. Si queremos absoluta seguridad, tendremos que sacrificar espacios de libertad.
Grandes desafíos para nuestras organizaciones y, por sobre todo, para quienes conducen las instituciones de educación superior.
0