La imagen nunca es “exterior” a nosotros, nunca está completamente depositada en una pantalla, en un libro, o en una cueva rupestre. Esta es objeto de una “animación”, de una apropiación simbólica, un ordenamiento y jerarquía asignadas por nuestra mente y nuestro cuerpo. Incluso esto ocurre de forma colectiva, es decir, se debe a una época y a un grupo social.
En el contexto de los talleres de fotografía electivo, en la sede de Viña del Mar, la experiencia previa e informal sobre las imágenes, como también los conocimientos disciplinares de cada participante, son activados explícitamente cuando las circunstancias ponen a prueba el “darse cuenta” sobre el proceso de la mirada. Esto ocurre porque los estudiantes no solo deben editar e imprimir sus fotografías para ser presentadas y evaluadas ante el grupo. También son invitados a comprometerse con un modelo de “atención plena” y de respeto sobre el trabajo propio y del compañero. Así, de forma autónoma, y colectivamente (en círculo), los estudiantes analizan, discriminan y toman decisiones respecto al trabajo de un tercero, donde hay fundamentaciones, discusiones y tensiones en la argumentación, y donde el profesor tiende a desaparecer como autoridad y asume una función facilitadora.
La serie fotográfica resultante, entonces, es producto de un trabajo colaborativo, discursivo y crítico sobre las imágenes. En efecto, el orden de cada serie expuesta obedece a varios criterios que tienden a construirse desde una mirada coordinada. En algunos casos, los estudiantes han optado por parámetros tonales y cromáticos. Estos criterios, a su vez, pueden entrar en discusión con decisiones de carácter narrativo. En varias oportunidades, las opciones han sido rítmicas, o estrictamente secuenciales. Con todo, se han dado también ordenamientos de tipo simbólico y conceptual.
Un factor relevante en este proceso creativo es que la imagen impresa permite que nuestro cerebro localice y recuerde mejor los atributos visuales de cada fotografía, que podamos apreciar en conjunto las relaciones que se dan entre las imágenes en el espacio físico. Relaciones que no podríamos apreciar si solo percibiéramos las imágenes en una pantalla móvil. En todos estos ejercicios, lo que está probándose a cada momento es el tiempo que se necesita para gestionar la mirada. La mirada en “atención plena” requiere paciencia, voluntad y “tiempo” para ver los resultados, es un acto de generosidad para con una cierta “textura” que no podemos apurar. De un modo parecido, la dimensión objetual de la imagen física contribuye a integrar el sentido de lo táctil, esto es, a percibir la imagen desde la porosidad del cuerpo, a despertar la emocionalidad que ha nutrido a cada fotografía en el momento de la toma.
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