Es indudable que el mundo cambio luego de la Pandemia. La crisis sanitaria no solo afectó -de forma global- la salud y el bienestar de las personas. Las consecuencias, aun no del todo visibles, afectaron distintas áreas de nuestra vida en sociedad. Hasta ahora se han realizado un sinfín de análisis y pronósticos sobre las consecuencias e impacto -a largo plazo- del COVID-19. En lo inmediato, ya se observan consecuencias en las dimensiones política, social y científico-técnica de las sociedades a nivel global. Hoy distintos países alrededor del mundo experimentan altos niveles de inflación y desempleo, desabastecimiento, crisis migratorias, ente otras.
Pero desde la una perspectiva global, quizás uno de los aprendizajes más significativos de la Pandemia ha sido la importancia de la participación comunitaria y la concepción de ciudadanía global. En este mundo globalizado, nada de lo que sucede nos es ajeno, estamos interconectados y dependemos unos de otros. Debemos aprender a comportarnos como ciudadanos y ciudadanas globales. Nuestro comportamiento social, nuestras actitudes para con los demás, la forma en la que nos relacionamos con otras personas y definitivamente nuestra visión del mundo esta interconectada con otros individuos y otras sociedades y en este sentido tenemos una responsabilidad individual y un poder de influencia para el control de crisis sanitarias como el COVID-19.
En este contexto, la educación superior constituye un pilar fundamental del cambio social y la innovación. Por lo tanto, es importante que se entienda y analice, y que se identifiquen medidas para mantener y reforzar su calidad a largo plazo. La Pandemia puso de manifiesto el rol de la educación superior para garantizar la salud y el bienestar de la humanidad. La importancia del trabajo colaborativo quedó de manifiesto en la contribución para el desarrollo de una vacuna. Asimismo, se relevó que las IES tiene un compromiso prioritario para ayudar a solucionar los problemas que nos afectan como sociedad. La Pandemia nos dio la oportunidad de repensar las formas en que la educación superior puede contribuir a resolver los desafíos globales.
Así, el Pacto educativo global -incentivado por el Papa Francisco- justamente plantea como objetivo educar a los jóvenes en la fraternidad, para que aprendan a superar divisiones y conflictos, promuevan la aceptación, la justicia y la paz. El desafío es generar un cambio de mentalidad a escala planetaria a través de la educación.
La función de internacionalización entonces debe buscar mecanismo que permita incorporar esta visión global, facilitando que a través de la formación de nuestros estudiantes, puedan desarrollar competencias y actitudes que fomenten una actitud positiva hacia la comprensión de otras culturas y sociedades. Nuestro rol, luego es que a través de las distintas iniciativas y actividades que desarrollamos, los estudiantes desarrollen un genuino interés de comprender los principales problemas que enfrenta la sociedad actual, se interesen por la sostenibilidad del planeta y desarrollen la capacidad de cooperar a través de las fronteras nacionales y culturales en la búsqueda de soluciones a los problemas mundiales (Klasek, 1992).
Este es exactamente el desafío que hemos asumido desde la Dirección de Vinculación e Integración institucional, brindar experiencias de aprendizaje que desafíen a nuestros estudiantes y los conecten con los retos futuros. Las soluciones a los problemas en un mundo complejo e hiperconectado requieren niveles más altos de colaboración, cooperación y conciencia social.
En este compromiso, debemos ampliar nuestro concepto de internacionalización y llevarlo más allá de los procesos de movilidad estudiantil. Desde esta perspectiva, nuestros esfuerzos deben dirigirse a que cada actividad y/o iniciativa desarrollada en este ámbito fomenten un aprendizaje que permita a nuestros estudiantes una mejor comprensión del mundo que los rodea, haciéndolos actores activos en la búsqueda de soluciones a las problemáticas que nos afectan.
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