La labor docente tiene como finalidad mediar entre los conocimientos específicos de un determinado saber, transformarlos y presentarlo a los estudiantes (de saber sabio a saber enseñado). A este proceso, se le denomina transposición didáctica (Chevallard, 1998). En este sentido, el docente es quien debe plantear metas y desafíos que incentiven a los estudiantes y, de esta manera, alcancen su formación profesional. Para ello, se requiere que dicho incentivo se realice a través de la motivación, estimulación constante, la confianza que se les brinda y, por supuesto, la seguridad (González, 2012).
Considerando lo anterior, la práctica pedagógica implica la integración de una serie de aspectos como: contenidos, actividades, metodologías, material de apoyo, guía de ejercicios entre muchas otras cosas, es decir, se planifican cada uno de los aspectos a trabajar en cada clase y a lo largo del curso. Sin embargo, pocas veces se presta atención a un aspecto clave, las habilidades de comunicación, que serán el vehículo de todas las ideas que estemos transmitiendo en clases y que intervendrá directamente en la interacción que tengamos con nuestros estudiantes y, por supuesto, con su comprensión. Es por esto que nuestras habilidades comunicativas permitirán conseguir todo lo anteriormente expuesto y de ellas dependerá el éxito de nuestro quehacer, en la forma en que transmitiremos nuestros mensajes, pero no tan solo eso, sino que también nos posibilitará crear situaciones que faciliten el aprendizaje (Castellá et al., 2007).
En este contexto, es fundamental comprender que las habilidades comunicativas juegan un rol esencial, considerando tanto los aspectos verbales como no verbales. No obstante, no siempre se comprende dicha relevancia, se asume que los docentes las tenemos desarrolladas y/o simplemente en la planificación de nuestras clases o nuestros cursos, no se consideran como factores incidentes, pues se encuentran inherentes a la docencia. Sin embargo, debemos entender que tanto el conocimiento como la práctica de dichos recursos son fundamentales para el correcto ejercicio de la actividad profesional (Sanz, 2005).
Teniendo ya las directrices establecidas, necesitamos determinar cuáles elementos pueden potenciar de manera efectiva la comunicación/interacción con nuestros estudiantes en la sala de clases. Para esto, utilizaremos algunas recomendaciones entregadas por María Jesús Gallego (2008) en su publicación Comunicación didáctica del docente universitario en entornos presenciales y virtuales:
Resulta fundamental saber adaptarse a la audiencia y a las condiciones específicas, en el sentido de poder realizar las adecuaciones necesarias. Tener la consciencia de esto, permitirá ir tomando buenas decisiones a lo largo de nuestros cursos y secciones.
Emplear mensajes (frases) que sean directos, cortos, sencillos, convincentes para que los estudiantes comprendan lo que deseamos explicar. Esto implica también, evitar absolutamente contradicciones o ambigüedades en nuestros discursos.
Tratar de ser concisos y emplear silencios. Resulta sumamente importante emplear los silencios de manera estratégica, permitiendo que, por ejemplo, podamos interpretar los mensajes no verbales que nuestros estudiantes nos envían (rostros de comprensión o expresiones de lo opuesto).
Emplear medios de apoyo es una estrategia que permitirá que los estudiantes comprendan de mejor manera. Las razones son variadas, por una parte, potenciaremos a aquellos que tengan un aprendizaje mucho más visual y, por otra parte, contribuirá – si se emplea estratégicamente – a sintetizar o exponer las ideas centrales de las explicaciones que estamos dando de manera oral, guiando a nuestra audiencia.
Saber escuchar y saber preguntar. Las salas de clases deben ser espacios altamente interactivos y la estrategia más directa que tenemos para constatar que los estudiantes están o no comprendiendo es, efectivamente, el diálogo que podemos ir estableciendo con ellos. Para eso, debemos entregar la confianza de la participación, donde nuestros alumnos sepan que pueden ser escuchados.
Reforzar y potenciar la comunicación no verbal y paraverbal (gestos, postura corporal, expresiones faciales, desplazamiento). Asimismo, el correcto uso de la voz será factor clave para mantener la atención de los estudiantes.
En conclusión, las habilidades de comunicación en las salas de clases son fundamentales para conseguir los objetivos de aprendizaje; tanto los docentes como los alumnos deben propender alcanzar una comunicación efectiva. Es por ello, que no se debe descuidar la forma en que se entregan los mensajes a los estudiantes y no solo centrarse en las planificaciones de los contenidos o actividades que se realizarán, pues la comunicación no verbal y la interacción que se establece entre las personas comunica infinitamente más que lo que hacen las palabras. Por lo mismo, esto explica que una de las dimensiones que se evalúan en las clases de los docentes, por parte de los asesores de la Unidad de Apoyo Pedagógico (UAP), va en directa relación con todos estos aspectos mencionados, es decir, la claridad, los aspectos corporales (establecimiento de contacto visual, expresión corporal y manejo de pausas), el lenguaje oral (manejo de pausas y variables de emisión de la voz, dicción y articulación y el volumen de la voz) y, finalmente, la proxemia (desplazamiento). Entonces, cabe cuestionarse ¿cómo son mis habilidades de comunicación a la hora de enseñar?
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