¿Estamos preparados para la formación virtual? Esta interrogante ha sido la inspiración constante de una serie de reflexiones emanadas luego de haber investigado acerca de las percepciones de estudiantes y docentes sobre la implementación de asignaturas en esta modalidad, además de haber participado en el diseño y desarrollo de asignaturas Full Online (FOL) en dos carreras técnicas.
Estas significativas experiencias provocan una serie de cuestionamientos que no pueden quedar en el aire. Por esta razón, a continuación, describo algunas preguntas que, quizás, no tengan una respuesta inmediata, pero que pueden ser la motivación para trascender a un cuestionamiento colectivo, para posteriormente llegar a una respuesta concreta que permita mejorar la experiencia formativa que viven nuestros estudiantes y docentes en modalidades tan singulares como la virtual.
La literatura asociada a la formación virtual destaca entre sus cualidades esenciales, una nueva concepción del rol del estudiante y el docente, impregnada fuertemente por el enfoque constructivista del proceso de enseñanza-aprendizaje. En este sentido, el estudiante se destaca por ser un sujeto autónomo y responsable de su propio aprendizaje, así como también, por ser independiente, autosuficiente, motivado por aprender, preferir el aprendizaje activo, tener una actitud significativa por la modalidad, y dejar atrás la visión pasiva en su proceso de aprender (Cabero, 2006, pág. 7). El docente es un facilitador o tutor, que cumple dos roles fundamentales en este tipo de formación: retroalimentar y conducir las relaciones entre las personas. Su labor ya no está focalizada en el dominio de la disciplina, sino en la capacidad de facilitar el proceso de aprendizaje del estudiante (Arranz, Aguado, & Lucía, 2008, pág. 9). Esto claramente deja atrás la visión tradicional del profesor como “dueño del saber” y responsable por excelencia de lo que aprenden los alumnos.
Otra característica particular de los roles de docentes y estudiantes es contar con habilidades computacionales básicas, que les permitirán un buen desempeño y participación durante el desarrollo de una asignatura o curso, interactuando con las experiencias de aprendizaje y sus recursos, comunicándose con los integrantes, trabajar cooperativamente, entre otros aspectos (Arranz, et al. 2008).
Todas estas cualidades asociadas a la formación virtual, junto con otras como la inclusión de plataformas tecnológicas que soportan el proceso de enseñanza y aprendizaje, ofrecen un nuevo panorama educativo, al cual no todos están familiarizados, quizás porque no ha habido contacto con prácticas de este tipo, o probablemente porque no fuimos educados con este paradigma. Esto pone de manifiesto un desafío primordial para cualquier institución que desee aventurarse en innovaciones como la educación virtual. Necesariamente debe hacerse cargo del “pasado”, es decir, considerar los pensamientos, creencias, formas de conocer y todo lo que llevan a cuesta estudiantes, docentes, administrativos y los demás actores que han sido formados en modalidades convencionales, donde el rol del profesor y el alumno estaban lejos de ser concebidos como lo propone la formación virtual. Luego de esto es posible el cambio.
Este gran desafío supone una serie de otros desafíos, que para efectos de este escrito podrían categorizarse en dos ámbitos: estratégico-gestión y pedagógico. A continuación, menciono los desafíos que considero más relevantes de cada uno, siendo también consciente de que no se abarcan todos por razones de espacio.
Desde el ámbito de la gestión y de acuerdo con Bonilla-Romeau (2004, pág. 153-158) , resulta desafiante definir y consensuar un plan estratégico institucional de educación virtual que permita entregar diversas orientaciones, tales como: identificar qué criterios pedagógicos debieran tenerse en cuenta a la hora de ofertar asignaturas en esta modalidad considerando el contexto de la formación técnico-profesional; el número de estudiantes recomendable por sección para que estos y los docentes puedan desarrollar sus funciones con criterios de calidad y puedan lograr efectivamente las competencias; establecimiento de horarios de atención virtual para los y las estudiantes, con el fin de favorecer el seguimiento y atender dudas durante la asignatura, entre otros.
En cuanto a lo pedagógico y desde mi propia visión, es posible plantear otros desafíos que son fundamentales para el éxito de la modalidad y que se relacionan con las características del nuevo rol que estos actores (estudiantes y docentes) deben cumplir. Estos desafíos son: diseñar estrategias que favorezcan un cambio gradual de la autoconcepción de los estudiantes como seres pasivos a la de autónomos y responsables por su propio aprendizaje, así como fortalecer la labor del docente como un facilitador de aprendizajes en lugar de un dueños de saberes. Esto significará crear instancias formativas donde se pongan en jaque las preconcepciones y se dé paso a conocer “lo nuevo” a través de la práctica concreta.
Todos estos desafíos son los que provocan cuestionarnos qué tan preparados estamos como institución y sociedad para atrevernos a desarrollar la educación virtual, considerando que estamos, primero, frente a un cambio netamente paradigmático. Ser conscientes de este macro desafío y hacernos cargo de él no es menor, puesto que es, a mi modo de ver, el primer paso (sino el más importante) que orientará todas las acciones venideras de una institución que quiere incursionar en otras realidades formativas.
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