Es un hecho que, por su naturaleza, los seres humanos son altamente sociables y necesitan vivir en comunidad o reunirse en grupos para interactuar con sus semejantes. En este contexto intrínseco de la esencia humana surgen diversas manifestaciones de experiencias y saberes, lo que da lugar a una gran diversidad social y cultural. Desde la Edad Media, entre los siglos XII y XIII, las universidades han desempeñado un papel fundamental en la conexión entre personas y en la expansión del conocimiento, contribuyendo así al desarrollo global. En los tiempos modernos que vivimos, estos encuentros multiculturales pueden realizarse de forma virtual, superando barreras geográficas y ampliando las oportunidades de intercambio académico y cultural.
¿Cómo es posible que un grano tan pequeño pueda contener tanta historia, cultura y economía en sí mismo? Esa fue la pregunta que me acompañó durante el proyecto COIL (Aprendizaje Colaborativo Internacional en Línea), que reunió a estudiantes de la Facultad de Tecnología de Praia Grande (Fatec), en São Paulo, y del Duoc UC, en Santiago de Chile.
Soy estudiante brasileña y, gracias a este intercambio, descubrí que el café, esa bebida tan presente en mi vida cotidiana, puede transformarse en un puente entre naciones, uniendo miradas distintas sobre un mismo símbolo cultural. A partir de esta experiencia, comprendí que un producto de consumo diario puede convertirse en un espacio privilegiado para la construcción de aprendizajes colectivos, en el que se entrelazan economía, historia, comercio y también identidades sociales.
En Brasil, el café llegó en el siglo XVIII y, ya en el XIX, el país se convirtió en el mayor productor mundial, consolidando este bien como un verdadero pilar de nuestra economía y de nuestra identidad social. El café no solo generó riqueza, sino que marcó profundamente nuestra historia política y cultural. Aún hoy, su consumo está fuertemente vinculado al café molido e instantáneo, con sabores intensos y aromas marcantes, presente en diversas situaciones: desde reuniones familiares hasta conversaciones laborales, pasando por encuentros informales entre amigos. El café, en el contexto brasileño, es sinónimo de hospitalidad, de pausa en medio del trabajo y de tradición compartida.
En Chile, en cambio, me sorprendió descubrir que el té fue durante décadas la bebida favorita, mientras el café permanecía asociado a las élites y a ocasiones más sofisticadas. Su consumo masivo se consolidó más tardíamente, ligado en gran medida al café soluble y, en tiempos recientes, al auge de las cafeterías especializadas, donde la experiencia se centra en la preparación cuidadosa, en el ambiente y en el encuentro social. En este sentido, el café chileno tiene una connotación distinta: no solo es bebida, sino también experiencia urbana, un símbolo de modernidad y de apertura cultural.
Esta comparación entre realidades nacionales permitió que, a través del proyecto COIL, promoviéramos una verdadera internacionalización del conocimiento a partir de la mirada conjunta sobre un mismo elemento: el café. Aprendí que aquello que parece tan cotidiano en mi país puede adquirir significados muy diferentes en otro, y que es justamente en este contraste donde se abre la posibilidad de un diálogo profundo y enriquecedor.
Más allá de la historia y del mercado, el proyecto también nos invitó a reflexionar sobre la cultura del consumo y la manera en que los hábitos se transforman con el tiempo. En Brasil, el café pasó de ser símbolo de prosperidad económica a convertirse en parte de la identidad nacional. En Chile, en cambio, la bebida representa un cambio cultural más reciente, marcado por la globalización y por la influencia de cadenas internacionales. Al compartir estas percepciones, entendí que el café es mucho más que una mercancía: es una narrativa viva que conecta generaciones y pueblos.
Por medio de este proyecto fue posible reconocer la riqueza que aporta la internacionalización del conocimiento. Tal como sostiene Villa (2022), Subdirectora de Cooperación y Movilidad Académica de Duoc UC, en el mundo actual nada ocurre de manera unilateral, sino multilateral, pues todos los países se encuentran interconectados y dependen unos de otros para sostener las políticas internacionales, la educación y el mercado laboral. Esta afirmación cobra vida en experiencias como el COIL, donde la teoría se convierte en práctica y los conceptos de cooperación y globalización se traducen en acciones concretas entre estudiantes y docentes.
En lo personal, participar en el COIL fue, mucho más que un ejercicio académico, una lección de vida. Aprendí que la diversidad cultural no nos separa, sino que nos enriquece; que las diferencias en los hábitos de consumo o en la historia de un producto revelan mucho sobre la identidad de un pueblo; y que, cuando compartimos estas visiones, nos acercamos no solo como estudiantes, sino como ciudadanos del mundo.
El café, en este caso, fue más que una bebida: se volvió metáfora de la educación que necesitamos, una educación que tiende puentes, que invita a la colaboración y que nos recuerda que cada gesto local, como servir una taza de café, tiene un eco global. El intercambio virtual nos demostró que las fronteras geográficas no son un obstáculo cuando existe la voluntad de aprender y de construir colectivamente.
Hoy, al mirar hacia atrás, comprendo que el proyecto COIL no solo me permitió mejorar mis competencias académicas y mi dominio del español, sino también ampliar mi horizonte personal. Me enseñó a valorar el poder de las conexiones internacionales y a reconocer que, en un mundo interdependiente, el conocimiento cobra aún más sentido cuando es compartido.
Concluyo afirmando que experiencias como esta son semillas que pueden transformar nuestra manera de pensar la educación y también nuestro modo de habitar el mundo. El café fue el punto de partida, pero lo que realmente se gestó fue una red de aprendizajes y afectos que trascienden lo académico. Si en cada taza de café se esconde una historia, en cada encuentro multicultural se esconde la posibilidad de construir un futuro más justo, inclusivo y humano. Por eso, defender la internacionalización de la educación no es solo apostar por la ciencia y la innovación, sino también por la empatía, el respeto y la construcción conjunta de un planeta donde el conocimiento sea patrimonio compartido de la humanidad.
REFERENCIA
Villa, M. E. Z. (2022). La Internacionalización en DUOC UC. Observatorio DUOC UC. https://observatorio.duoc.cl/opinion/la-internacionalizacion-en-duoc-uc/
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