8 de Agosto, 2022

El maravilloso mundo de enseñar

Cristina Calderón Pino

Cristina Calderón Pino

Docente de la sede San Andrés de Duoc UC

7 minutos de lectura

Si bien es cierto, en asignaturas relacionadas con las Ciencias Humanas como lo son las del Programa de Ética que es la que represento, es difícil establecer prácticas de enseñanza definidas o rígidas, que permitan aprendizajes significativos en los estudiantes. Todo lo contrario.

Cuando nos disponemos a enseñar asignaturas que están relacionadas con lo más profundo del ser humano: su esencia, su naturaleza, su dignidad, la libertad, el amor, lo hacemos desde nuestra propia experiencia significativa de ser humanoY bien sabemos que cada uno de nosotros representa una realidad absolutamente distinta a la de cualquiera.

Sin embargo, hay algo que nos une, pues ser Ser Humano implica poseer ciertas condiciones que nos permiten acercarnos al otro, comprendiendo el valor inalienable e infinito que representa. Partiendo de esta base, es que todo profesor que anhela establecer un lazo con su estudiante debe hablar desde la sinceridad y honestidad que su condición de humano le permite. Valorando la dignidad de cada una de las personas que ingresarán a la sala de clases, comprendiendo que se trata de personas¸ igual que él, con sueños, anhelos, dificultades, frustraciones, miedos o esperanzas. Si la comprensión de esto es genuina, el alumno podrá comenzar a ver en su profesor no sólo un profesional dispuesto a entregar contenidos, sino alguien que, desde la franqueza y transparencia de su ser, intenta llegar a él, buscando ayudarlo en el proceso de su formación.

Con lo anterior quiero decir que, independiente de la asignatura que nos toque impartir como profesores, es relevante que nuestros alumnos nos vean como los humanos que somos, tal como ellos. Que logren identificar en nosotros personas que poseemos características muy similares, y que nuestra intención de apoyarlos en su proceso de formación es real.

Y, reafirmando lo anterior, es totalmente relevante que el profesor, considerando la dignidad de su estudiante, procure realizar un trabajo planificado, que busque interesar al alumno. Se trata de pensar la clase para el estudiante. Buscando capturar su atención y motivándolo a interesarse por la clase. Lo anterior, a modo de sugerencia (y es lo que en mi experiencia docente ha resultado efectiva), se logra entregando alguna experiencia de vida, anécdota, buscando noticias o datos curiosos de su interés, o simplemente intentando soltar una sonrisa en ellos. Cuando conectamos con las emociones de nuestros alumnos y alumnas, podemos llegar más fácilmente a su atención, para que así desarrollen aquello que anhelamos de nuestros alumnos: análisis, comprensión, identificación, etc.

Es importante, además, que cada profesor que se dispone a enseñar esté convencido de la importancia de su rol y los efectos que esto genera. Los frutos que buscamos deben ser una convicción en cada docente. Nosotros, los profesores duocanos tenemos como norte el formar a jóvenes en una sólida base ética; y si no creemos en ello, difícilmente conseguiremos perfilar a nuestros alumnos y alumnas en tal modelo.

Necesitamos estar convencidos (y comprometidos) de la responsabilidad que implica preparar jóvenes que el día de mañana desempeñarán un rol fundamental en sociedad, aportando desde su experticia al Bien Común. Entendiendo que el Bien Común no es aquello que nos “sirve a todos” como algo que llega desde lo externo o sencillamente presta una ‘utilidad’. Sino que se trata de un trabajo realizado en conjunto, donde cada uno de los miembros de la sociedad colabora para que otro pueda vivir mejor; aportando sus talentos y virtudes para que entre todos nos perfeccionemos, individual y colectivamente.

Si bien es cierto muchos estudiantes podrán ingresar a nuestras salas convencidos de que “lo bueno y lo malo” lo han adquirido en sus hogares, y que la ética se trata únicamente de hacer lo que es correcto para evitarnos problemas, casi como una forma utilitarista de actuar; o que simplemente el profesor no tiene nada nuevo que enseñarnos. No podemos permitir que aquel prejuicio prevalezca en nuestros alumnos. No sólo porque nuestras clases podrían resultar estériles, sino porque además estamos permitiendo que ellos mismos anulen la oportunidad inmensa de abrirse al aprendizaje. Lo mismo puede ocurrir en otras asignaturas transversales, donde algunos estudiantes manifiestan que: si algo no presta utilidad inmediata, entonces no tiene valor.

Lamentablemente vivimos en una sociedad donde la ‘inmediatez’, lo ‘desechable’, lo “útil o lo inútil” han tomado un rol protagónico, quitando espacio a lo profundo e imperecedero. Es una sociedad que traduce el éxito como adquisición de logros materiales, olvidando las primeras premisas de este texto: somos humanos.

Lo anterior debemos tomarlo, entonces, como un desafío permanente en cada una de nuestras jornadas. Específicamente, desde mi experiencia personal en mis clases de Ética, intento mostrar a los alumnos y alumnas la relevancia que tiene el ser buenas personas. Cómo, por naturaleza, preferimos el Bien por sobre el Mal. Como aquello no solo nos libra del daño o dolor, sino que nos acerca al fin último del ser humano: La Felicidad. En ejemplos simples y del día a día, intento que para el alumno y alumna cobre sentido el hecho de que preferimos rodearnos de personas honestas, sinceras, colaboradoras, humildes, esforzadas, en definitiva: buenas personas. Y cada uno de nosotros cuenta con una infinidad de ejemplos que aterrizar en la sala de clases, para evidenciar que preferimos y procuramos rodearnos de personas que admiramos por sus virtudes, más que por los títulos que ha alcanzado o los bienes que ha adquirido.

Admiramos y anhelamos, por naturaleza: El Bien, la Verdad y la Belleza. Máximas que perseguimos a diario, en cada uno de nuestros fines. Por ello tampoco es difícil extrapolar estos ejemplos de la vida cotidiana a su profesión en particular. Aquello es lo que intento mostrar, permanentemente, a través de ejemplos domésticos, imágenes, videos, alusión a películas, el Arte en general, etc. para que los alumnos y alumnas vinculen su especialidad de carrera, con nuestras asignaturas del Programa de Ética.

Pero para todo lo anterior no existe un “modelo” definido, pues ya partíamos esta columna explicando que debemos exponer nuestras clases desde ‘lo humano que somos’, desde nuestra propia realidad, desde nuestra propia forma de ser. Con defectos y virtudes, más que profesores, somos personas enseñando a personas. Y a partir de tal actitud honesta y humilde, es que podemos presentarnos de la forma más sincera posible a nuestros estudiantes. Si logramos conectar como humanos, estaremos un paso adelante para lograr aquel aprendizaje significativo que todos buscamos.

Siempre les digo a mis estudiantes: Nadie nos enseña a ser profesores. Incluso los que lo somos de formación porque hemos estudiado cinco años Pedagogía en la Universidad. En ese proceso nadie te enseña a cómo pararte frente a un curso y lograr traspasar sus prejuicios, sus paradigmas, sus reticencias, etc. para comenzar el proceso enseñanza/aprendizaje. Sólo el contacto con los mismos alumnos, la experiencia del día a día en cada sala de clases te hará mejor profesor. Aprendiendo de los alumnos y alumnas es que aprendemos a ser profesores. Cada uno de nosotros tiene la gran oportunidad de transformar no solo a un joven en un profesional experto de tal disciplina; sino que tocar sus corazones, para que los abran al conocimiento, al espíritu crítico, al anhelo de más… Tenemos una oportunidad incomparable e impagable, pues trabajamos dejando huellas que pueden resultar, más que un aprendizaje, una experiencia significativa, para toda la vida.

Quizás no recordemos de qué color eran nuestras salas de clases, no recordemos ni siquiera qué notas tuvimos en tal o cual asignatura; pero sí recordaremos, indudablemente, a ese profesor que nos abrió un mundo, que nos prestó atención, o que simplemente creyó en nosotros cuando nadie más lo hacía.

Incluso, para escribir estas sencillas líneas, como profesora, ya he puesto el corazón. De otro modo, nada tendría sentido.

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