El rol de la mujer en la sociedad experimenta importantes transformaciones en el primer cuarto del siglo XX. Con el fin de la Primera Guerra Mundial, hito que promueve su tránsito desde un lugar privado, es decir en lo doméstico y familiar, a una participación pública, con importante representación laboral. Con esto, la estructura social se transforma y las mujeres hemos contribuido al desarrollo de la sociedad de forma activa y con mayor visibilidad. Sin embargo, las variaciones culturales se desarrollan con mayor lentitud, observando que estos cambios acelerados no han ido acompañados con la misma velocidad en cuanto a equidad entre hombres y mujeres[1].
Lo mismo se observa con la incorporación progresiva de las mujeres a la educación superior, si observamos cuales han sido aquellas carreras que cuentan con una matrícula casi exclusivamente femenina y aquellas que se han definido como “masculinizadas”. Las primeras, asociadas a los roles de cuidado –áreas de la salud- y a la educación elemental. Y las segundas, asociadas a la ciencia y la tecnología. Solo con este dato observado y medido, ya podemos obtener algunas conclusiones: al buscar mayor participación de la mujer es necesario comprender aquello que se encuentra limitándola, es decir, comprender la existencia de diferencias entre hombres y mujeres e identificarlas para poder abordarlas y modificar ese desequilibrio. Esto en concordancia con la declaración de los Derechos Humanos (1948) que en sus artículos 1°, 23° y 26° señala “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”, “Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo…”.“La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana (…) favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos….”[2].
Así, quien más que las mismas mujeres podemos dar cuenta de estas diferencias en los diversos espacios en los que nos desenvolvemos y, más allá de las diferencias evidentes de la anatomía, posiblemente algunas de estas tienen que ver con la forma en que somos representadas culturalmente o los llamados “estereotipos de género”. Para dar cuenta de este concepto, el psicólogo Gordon Allport señaló que el pensamiento humano se basa en la generación de categorías para la comprensión de la realidad, pues nos dan la posibilidad de ordenar el ambiente, sistematizarlo y posibilitar la acción, por lo que se trata de un fenómeno necesario (Allport, en Cardoso, E. 2016). Si pensamos en las relaciones entre personas, utilizamos rasgos distintivos como la edad, características físicas, el sexo, etc. Y con ello intentamos comprender mejor al otro y facilitamos la interacción social, pues estas categorías cumplen con una función informativa. Entonces, los estereotipos son esas creencias y percepciones generalizadas –agrupadas- acerca de las características que están mentalmente asociadas a los grupos de personas. Son descriptivos, pero pueden ser también prescriptivos, es decir, referirse a un conjunto de características que ciertas personas “deberían tener”.
Los estereotipos de género son los más prescriptivos y, aunque el contenido de estas categorías puede ser positivo y negativo, son en mayor medida negativo (Stangor, en Cardoso E. 2016). Muchas veces, pueden tener connotaciones positivas y al mismo tiempo asociarse a percepciones negativas, mostrando con ello ambivalencia. Por ejemplo, muchas/os hemos escuchado que las mujeres somos muy emocionales y tras esta afirmación, puede entenderse que las acciones de una mujer no responden a un proceso de reflexión, sino más bien a un impulso. Igualmente, los estereotipos de género incluyen a los hombres, probablemente hemos escuchado que ellos son racionales y con esto expresamos que les es difícil mostrar sus afectos o que no debieran hacerlo.
Con esto, observamos a hombres y mujeres atrapados en estos “estereotipos”, que al ser generalizadas y transmitidas transgeneracionalmente se conforman como una estructura cultural que se ha rigidizado a lo largo del tiempo. Pero buscamos equidad, para esto un paso es identificarlos y comprender desde que lugar creemos lo que creemos y con esto ir generando nuevas categorías que vayan en ese sentido.
Entonces, si lo buscado son cambios culturales con miras a la equidad de género, considerando que Duoc UC es una institución de educación católica cuya misión es la formación de personas para una sociedad mejor, es que se han ido generando diversas instancias a objeto de que profesores, administrativos y estudiantes, puedan producir reflexiones en torno a estos temas. Por ello, manteniendo a los y las estudiantes al centro, las/los colaboradores, debemos reflexionar también desde que lugares estamos formando, y con esto entregar los soportes y el marco que provee de pautas para que esa relación se traduzca en la formación de personas que aporten a la sociedad, desde los lugares humanos, personales y como comunidad educativa completa. Esto, enmarcado en lo ya señalado por S.S. Juan Pablo II en la Ex Corde Ecclesiae “…Mientras cada disciplina se enseña de manera sistemática y según sus propios métodos, la interdisciplinariedad, apoyada por la contribución de la filosofía y de la teología, ayuda a los estudiantes a adquirir una visión orgánica de la realidad y a desarrollar un deseo incesante de progreso intelectual”
Con todo esto, ¿Por qué como UVS (Unidad de Prevención y Apoyo a Víctimas de Violencia Sexual Duoc UC) nos estamos refiriendo a los estereotipos de género?
Lo expresado por la Ex Corde Ecclesiae y que es válido para toda institución de educación católica, nos dice: “La Universidad Católica persigue sus propios objetivos también mediante el esfuerzo por formar una comunidad auténticamente humana, animada por el espíritu de Cristo. La fuente de su unidad deriva de su común consagración a la verdad, de la idéntica visión de la dignidad humana y, en último análisis, de la persona y del mensaje de Cristo que da a la Institución su carácter distintivo. Como resultado de este planteamiento, la Comunidad universitaria está animada por un espíritu de libertad y de caridad, y está caracterizada por el respeto recíproco, por el diálogo sincero y por la tutela de los derechos de cada uno. Ayuda a todos sus miembros a alcanzar su plenitud como personas humanas”[3].
Asimismo, el Proyecto Educativo de Duoc UC nos recuerda que: “Si la persona es un fin en sí misma, es decir, alguien, siempre debe ser pensada y considerada como un todo o un pequeño universo; y no como una parte de una especie, eventualmente sacrificable por el bien de la especie. En el hombre se integran perfectamente un aspecto material y otro espiritual” (…) “Lo distintivo de la persona o del ser humano y que le confiere su dignidad inviolable, consiste en el dato objetivo de que la persona es el único ser viviente corpóreo que está dotado de razón o espíritu”[4].
De acuerdo a lo anterior, si hacemos la bajada a la violencia, que siempre se funda en una asimetría de poder, no podemos desconocer el rol que tiene la cultura en la expresión de estas conductas que atentan contra la dignidad de las personas. Esto, pues el poder se ejerce de acuerdo a las elecciones que cada persona realiza en diferentes circunstancias, muchas veces en conciencia y enmarcando las acciones de acuerdo al contexto en que el poder fue delegado. Sin embargo, otras veces, posiblemente de forma irreflexiva respondiendo a la prescripción de lo que debiera hacer y/o a estereotipos que distorsionan las relaciones. Por esto y haciendo un foco a la violencia sexual, considerando que afecta principalmente a mujeres y en este aspecto es considerada una de las formas más graves de violencia de género, a la base de la expresión de estas conductas, podemos encontrar mitos y aspectos culturales (estereotipo de género) en los que es necesario detenerse y reflexionar a fin de generar instancias preventivas que nos permitan continuar construyendo espacios libres de violencia, no en forma aislada, sino de forma conjunta como comunidad educativa.
Al generar espacios libres de violencia y violencia sexual, contribuimos a construir una comunidad respetuosa y diversa que incluye a mujeres y hombres con equidad “…nos encontramos llamados a incorporar cabalmente a las mujeres en espacios educacionales, con equidad…”[5].
Bibliografía
– Cardoso, E. (2016) “Mujeres y estereotipos de género en la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos” Revista en Cultura de la Legalidad (Nº 9), pp. 26-48.
-Declaración Universal de los Derechos Humanos https://www.un.org/es/about-us/universal-declaration-of-human-rights
– Proyecto Educativo Duoc UC 2022. https://observatorio.duoc.cl/archivo_historico/modelo-educativo-2022-duoc-uc/
– S.S. Juan Pablo II (2011) “Constitución apostólica de S.S. Juan Pablo II Ex Corde Ecclesiae Sobre las Universidades Católicas” Santiago, Publicaciones Pastoral UC.
[1] Columna previamente publicada en el Boletín N° 53 del Observatorio Duoc UC.
[2] – Declaración Universal de los Derechos Humanos https://www.un.org/es/about-us/universal-declaration-of-human-rights.
[3] Constitución apostólica de S.S. Juan Pablo II Ex Corde Ecclesiae Sobre las Universidades Católicas; 2011.
[4] Proyecto Educativo Duoc UC (2022). P 13.
[5] Constitución apostólica de S.S. Juan Pablo II Ex Corde Ecclesiae Sobre las Universidades Católicas; 2011.
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