Lo primero que debo aclarar aquí es que la pandemia por COVID-19 ha sacudido de tal manera nuestras vidas que esta brevísima reflexión sobre el proceso de enseñanza-aprendizaje y los modelos educativos, no agotan los múltiples puntos de vista y tampoco las dimensiones psicosociales, económicas y epistemológicas que se han abierto sorpresivamente para la educación, muchas de ellas dolorosas y todavía no sopesadas en su total profundidad.
Luego de esta aclaración diría que si hay algo que percibí como profesor es que imprevistamente me encontré ante un umbral que había sido prohibido durante décadas: Esa imposible “libertad de cátedra” en la Educación Técnico Profesional. En efecto, debido al carácter excepcional del acontecimiento pandémico, a la dimensión existencial en la cual nos colocaba la crisis mundial, me sentí con mayor libertad para enfrentar lo que estábamos experimentando como sociedad, y así poder aportar desde mi experiencia académica y humana con una metodología que ponía entre paréntesis aquel modelo educativo basado en competencias. Esos objetivos predefinidos tan categóricamente desde la industria y el mercado no estaban siendo lo más importante. Lo relevante era poder transformar simbólicamente y darle sentido a lo que estábamos viviendo.
Y aquí viene lo medular: La instancia que permitía tratar de mejor manera la incertidumbre, la ansiedad y el encierro era lo que también había sido negado sistemáticamente en una educación técnica predeterminada por la empleabilidad: el arte. Las disciplinas artísticas estaban demostrando durante la pandemia que la comprensión emocional del mundo y de nuestra humanidad en tiempos de incertezas permanentes provenía en gran parte de la imaginación y producción artística.
Pero no solo esto. Tal como lo ha demostrado el gran pedagogo Elliot W. Eisner, las artes contienen en su desarrollo natural la experimentación y el descubrimiento, aspectos que no son considerados en los objetivos poco flexibles y utilitaristas del modelo basado en competencias. Esto nos permite introducirnos y explorar aspectos que no están vinculados a lo práctico y laboral. Nos permite explorar nuestro ser en una situación que precisamente requiere de un pensamiento poético, de la fuerza de la imaginación ante cosas insospechadas y nuevas.
Cada semana el trabajo de docencia ha sido arduo porque este llamado a revisitar el legado de las vanguardias en las artes visuales significó idear nuevos contenidos y dinámicas para que los estudiantes pudieran desplegarse de forma libre. Ellos respondieron desde sus vivencias y lugar con una creatividad inusitada. Y sus trabajos demuestran ser una respuesta transformadora ante la cuarentena. Por otra parte, las dinámicas que las vanguardias entregaron y que se han ido recomponiendo durante décadas en el arte contemporáneo internacional y chileno son abiertamente críticas y reflexivas, con lo cual se puede pensar en un horizonte que también nos ponga a reflexionar de cabeza sobre qué modelo educativo les estamos entregando a nuestros hijos para un futuro que parece colapsar bajo la visión de mundo dominante.
Duoc UC tiene varios desafíos aquí: incorporar gradualmente el aprendizaje artístico a las habilidades del estudiante dentro de un programa de nivelación como ocurre con lenguaje, matemática e inglés.
También crear y fomentar que en las escuelas y carreras de comunicación y diseño se dé mayor espacio al desarrollo experimental, al pensamiento crítico y reflexivo provenientes del arte y estética contemporáneas.
Enriquecer el programa institucional de ética, con contenidos y autores modernos y contemporáneos en diversas disciplinas: sociología, filosofía, estética, psicología social, psicoanálisis, etnología, etología, etcétera, vertientes de pensamiento. Por lo demás, que han estado en permanente comunicación con las producciones artísticas de los últimos doscientos años.
Solo así podremos estar a la altura de las preguntas que hoy nos hacemos respecto al mundo que deseamos.
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