La educación actual posee una carencia de pensamiento crítico y de amplitud de razón, puesto que en el mundo moderno no se promueve el desarrollo de la cultura del conocimiento o dialogo epistemológico fraterno, lo que sin duda repercute socialmente en la falta de participación social, política y que se traduce en un atentado contra la democracia. Solo se promueve el individualismo radicalizado y la indiferencia que aumenta el consumo, divide las relaciones humanas y reduce la dignidad de la persona, haciendo caer al ser humano en un peligroso sin sentido, carente de lo trascendente que forma parte irrenunciable de la identidad humana, la cual exige ser construida en alteridad, misericordia y pro-existencia, como aquella capacidad de estar con el otro, relacionarse con el otro y existir por el otro, en plena humanidad, hermandad y fraternidad. “Dicho pensamiento obliga a una profundización crítica y valorativa de la categoría de la relación. Es un compromiso que no puede llevarse a cabo solo con las ciencias sociales, dado que requiere la aportación de saberes como la metafísica y la teología, para captar con claridad la dignidad trascendente del hombre” [1].
Ahora bien, las diferencias culturales son magnificadas actualmente dentro del mismo modelo educativo, donde cada uno compite sesgadamente en busca de bienes particulares, olvidándose del bien común. Una sociedad carente de pensamiento crítico cae en alineaciones que van deshumanizando al hombre al punto de hacerlo creer que puede prescindir de quien está al lado, negando la fraternidad y potenciando las diferencias lo que nos hace olvidar la naturaleza humana compartida.
El hombre necesita y busca de forma inalienable la trascendencia la cual solo se alcanza en relación, en vínculo con el otro pero nunca sin el otro, cortar esta intrínseca característica humana nos hace caer en un peligroso vacío existencial del cual el cientificismo, la secularización, el individualismo y la indiferencia, entre muchas otras alineaciones actuales se sirven para hacer creer ilusamente que podemos prescindir, de aquello que humana y naturalmente nos da vida, como lo es la fraternidad interdisciplinar entendida como aquel vínculo existencial desde el cual se fundamenta toda la dinámica de lo real. Por lo mismo es clave que “El educador de nuestros tiempos vea renovada su misión, que tiene como gran objetivo ofrecer a los jóvenes una educación integral y un acompañamiento en el descubrimiento de su identidad y su libertad personal, como don de Dios para el mundo” [2]
La educación debe acompañar un ser humano que se forja y constituye a sí mismo en la convivencia con otros, puesto que es el único ser que tiene conciencia de sí mismo. Ahora bien, si cada hombre posee conciencia de sí y ésta conciencia es egocéntrica, entonces aquí tenemos las bases desde las cuales todo hombre se presenta ante su existencia buscando una conciencia de sentido que responde al problema existencial planteado, pues alude a un motivo, fundamento o finalidad para poder vivir, convivir y morir; sólo allí hemos respondido a nuestro problema existencial humano.
Dicho de otra forma: si todos y cada uno de nosotros lográramos discernir correctamente nuestra identidad humana, deberíamos llegar a dicha pro-existencia que nos conduce al motivo por el cual vivir. Si a eso le sumamos la unicidad y diversidad de cada ser humano, que enriquece la realidad desde dicha condición irrepetible, el único camino de plenitud y construcción social es la educación humana fraterna, intercultural e interdisciplinar. En conceptos cristianos lo dicho no es otra cosa que la forma plena de relación trinitaria que desde la absoluta diversidad en plena comunión genera una totalidad que impregna y abarca todo cuanto existe de forma inmanente y trascendente.
De esta manera, la esencia educativa se podría definir como una real integración entre la fe, la razón y la cultura, sólo así lograremos discernir la disputa sobre la verdad y el método para llegar a ella en todo tiempo. Por eso, como expresión del único ser del hombre, las culturas están caracterizadas por la dinámica del mismo que trasciende todos los límites, puesto que su identidad más profunda, inherente y natural; no es inmanente sino trascendente. Por ello “La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con el mundo. De otro modo, seguirá avanzando el paradigma consumista que se transmite por los medios de comunicación y a través de los eficaces engranajes de la postmodernidad”[3].
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