¿Somos capaces de analizar con carácter crítico los mensajes que recibimos a través de los medios de comunicación?
¿Hemos tenido una educación que nos permita conocer los elementos básicos de interpretación de los mensajes de los medios de comunicación, especialmente audiovisuales?
A partir del advenimiento de la imprenta, la fijación del lenguaje oral multiplicó la necesidad de leer, siendo la manera institucionalizada de acceder al conocimiento, de comprender la realidad y la manera de explicar nuestro entorno. Antes de la imprenta el conocimiento era mayoritariamente oral, pero con elementos de imaginería, basta recordar la Columna de Trajano, los arcos de triunfo, los portales y frisos de las iglesias y catedrales que eran, en definitiva, relatos de hechos que enseñaban a las personas las narraciones unificadoras de la sociedad. La alfabetización en consecuencia ha sido de manera creciente, y muchas veces exclusiva, la práctica para acceder al conocimiento y al saber, a veces despreciando u obviando otras lecturas o soportes distintas a la escritura. Sólo a partir de las nuevas configuraciones tecnológicas del siglo XIX y XX, especialmente de la fotografía, el cine, la radio y la televisión, se ha entendido masivamente que existen universos de significantes y significados que debemos considerar como parte de la enseñanza y el aprendizaje.
Consumo de audiovisual en Chile
En el año 2015 el consumo promedio diario de televisión abierta en Chile por habitante fue de 2 horas y 15 minutos, es decir más de un mes al año vemos televisión (Informe Estadístico Anual sobre Oferta y Consumo de Televisión Abierta , elaborado por el Consejo Nacional de Televisión, CNTV ). Un 62,4% de ese consumo es contenido de producción nacional, es decir, los televidentes privilegian aquellos contenidos que los representan e identifican. Si a esta estadística sumamos el consumo de televisión no abierta (televisión por cable o satélite), sistemas streaming como Netflix, consumo audiovisual a través de internet como Youtube, cine tradicional, donde en el año 2015 25.804.651 de espectadores asistieron a las salas de cine, de los cuales sólo un 3,59 % representó consumo de cine de producción nacional (Informes de Oferta y Consumo de Cine en Chile, Consejo de la Cultura), y si a estos medios se les suman los videojuegos, la realidad aumentada, la realidad virtual y otros soportes tecnológicos incluso algunos aún no suficientemente estudiados, podemos con propiedad decir que los chilenos construimos nuestro imaginario de conocimiento, información y entretención en gran medida a través de los contenidos audiovisuales.
El consumo de audiovisual es sin lugar a dudas una de las actividades que más tiempo le dedicamos los chilenos. Esta gran cantidad de información es “absorbida” muchas veces sin ningún criterio, como una habitualidad de consumo, donde se privilegian ciertos géneros que le son afines a los espectadores, como una suerte de dieta. En otras ocasiones el consumo tiene un afán energizante, que permite al ciudadano desconectarse de sus preocupaciones diarias y asumir el siguiente día con un discurso que lo conecte con su compañero de trabajo, es el caso paradigmático de las teleseries. En todo caso sean las razones que sean este consumo es cada vez mayor (hoy se da el fenómeno creciente del consumo multi pantalla, asociado generalmente a los jóvenes, que se caracteriza por una exposición simultánea de distintos géneros y formatos, por ejemplo, una persona está jugando un video juego, chateando, buscando información en internet y viendo una serie de televisión, todo al unísono). Estas realidades contemporáneas no están suficientemente educadas o enseñadas, donde toda esta gigantesca cantidad de información es consumida sin el suficiente procesamiento o decodificación.
La alfabetización hoy debe entenderse más bien como una multi alfabetización, que permita leer los diferentes lenguajes, tanto oral y escrito, pero también audiovisual y tecnológico. Y este imperativo es urgente ya que cada vez más existe una disociación entre los métodos clásicos de alfabetización (que en definitiva es una manera de conocer la realidad) y la necesidad de entender mejor nuestro entorno y asirlo críticamente, sumando a la oralidad y a la escritura todo un universo de sentidos que nos entregan las TICs.
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