5 de Octubre, 2015

Diseñador de Emociones

Vivian Urmeneta Oppenlander

Vivian Urmeneta Oppenlander

Directora de Carrera, Diseño de Ambientes, Diseño de Vestuario, Técnico en Producción Industrial de Vestuario, Sede Viña del Mar Duoc UC

5 minutos de lectura

Me pregunto hoy por el sentido, de la eterna discusión, acerca de la relación de paternidad, dependencia y/o tutoría del Arte por sobre el Diseño.

El adjetivo “artístico”, que por mucho tiempo se presentaba como una garantía de “respetabilidad” para el objeto “diseñado”, afectó muchas veces su proceso de definición cabal, dejándolo en un estado intermedio, anclado en un nivel más bien “simbólico”. Muchos íconos de la historia del Diseño no podrían resistir hoy un uso cotidiano ni cumplir una función compleja, y su valor radica principalmente en manifestar el “estado de las cosas” respecto de un momento histórico, tecnológico y/o sociocultural.

Aún hoy no se tiene conciencia real del nivel de incidencia que el Diseño puede tener en la forma de actuar y de convivir entre las personas. Este puede llegar a facilitar una correspondencia íntima entre factores relacionados con la conducta y la urbanidad.

Ejemplo de esto son los términos derivados Modo-modal, Forma-formal.

Como coordinador entre el habitante y su entorno, el Diseño va construyendo los modos de la urbanidad, que se manifiestan en formas de actuar, en modales formales que facilitan actitudes virtuosas (amabilidad, respeto, cuidado, atención, consideración).

El Diseño, en su definición más amplia, se relaciona con el dominio eficiente de variables de percepción, habitabilidad, ergonomía, ecología, tecnologías eficaces e instalaciones amigables, así como también con la comunicación de mensajes transparentes (no verbales, basados en la interpretación de presencias y/o ausencias también).

Comparto en profundidad un perfil de diseñador cercano al desarrollo integral del producto, que considera tanto aspectos formales como de especificación técnica, producción, gestión y comunicación, inserto en la trama productiva y alineado con las necesidades de la industria a nivel global.

Creo que hoy más que nunca, estamos llamados a fortalecer la industria nacional, y para esto necesitamos el aporte de diseñadores profesionales, creativos y competentes, emprendedores y con visión de futuro.

Sin embargo, me atrevo a afirmar que la mayor complejidad del tema no va por ese camino.

Tal como el arte dejó atrás, en el siglo XX, su relación de dependencia con el objeto físico (pintura, grabado y escultura principalmente) y se alejó de la analogía directa con la realidad, encontrándose con dimensiones conceptuales, de tiempo y espacio que revolucionaron su forma de manifestarse, el diseño se encuentra hoy con desafíos ante los cuales nunca estuvo, por lo menos no en forma tan explícita.

Vivimos rodeados de posibilidades, invadidos por la “oferta”, tentados por infinitas opciones, y tenemos que decidir y elegir sin tener el tiempo ni la capacidad de hacerlo bajo referencias objetivas y racionales. Tenemos menos recursos de lo que quisiéramos y supuestamente más necesidades de las que podemos cubrir.

Estamos permanentemente “buscando”. ¿Buscando qué?

Preguntas simples pero fundamentales:

¿Podemos afirmar hoy, que hay objetos que están “diseñados” y otros que no lo están?

¿No están, en rigor, diseñados todos los objetos y productos que nos rodean (fueron definidos y construidos, a fin de cuentas), y que lo que reconocemos de ellos, lo que deseamos, evaluamos y valoramos, está filtrado por los diversos parámetros de interpretación que aplicamos?

¿Cuáles serían entonces las variables significativas que nos permiten discriminar entre productos, acercándonos a algunos y alejándonos de otros?

Todos habitamos entre productos realizados por y para el “consumidor” de aquí y ahora. Pero todos tenemos una historia que nos acompaña.

Objetos, productos, vestuario, sonidos, texturas, aromas e imágenes se mezclan e influencian entre sí, y se funden con acontecimientos, creencias y valores, estableciendo relaciones complejas que definen las tendencias de grupos y las preferencias personales.

Ya no se trata del producto tangible, si siquiera de la experiencia en sí misma, se trata de la emoción que nos produce la interacción respecto de un contexto determinado.

Estamos permanentemente evaluando, cruzando información e interpretando situaciones. Influye el momento, la compañía, las expectativas, el ánimo; todo esto simultáneamente y en tiempo real.

La percepción de calidad es una experiencia emocional.

Un buen Diseño, orientado a construir una escala humana sustentable, puede ser capaz de aportar mejoras para que las personas habiten dentro de un contexto de “buena urbanidad”.

Diseñar en forma consciente e informada, potenciando la interacción con el usuario y la relación con “lo nuestro”, “lo de aquí”, puede permitirnos quizás desarrollar propuestas de valor competitivamente superiores.

Dar curso a la exploración, al descubrimiento y a la sorpresa, para convertirlas en valores y facilitar conductas concretas, que nos ayuden a encontrar cercanía y belleza en lo simple, en lo accesible, en lo útil.

Proponer al usuario nuevas relaciones, reflexiones, refinamientos y “apreciaciones” que entreguen confianza y conecten con emociones reales, profundas y sinceras.

Apelar a la alegría.

Ejercer la empatía.

Hoy hay que ser Diseñador de Emociones.

Porque importan las consecuencias de las decisiones en materia de Diseño a corto, mediano y largo plazo.

Importa desarrollar diseño a través de metodologías y modelos basados en la protección del cuerpo y del medio, el cuidado respecto de las energías, la eficiencia en la producción y los ciclos de vida de los productos.

Importa acercarnos a la prospección de nuevas opciones de interacción y comunicación.

Importa el comportamiento individual y sus repercusiones.

E importa el “estado del espíritu “de las personas. 

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