La invención de la bomba nuclear, a mediados del siglo pasado, dejó en evidencia sus terribles y mortíferos efectos, no solo el día de la explosión en Hiroshima y Nagasaki (terminando así con la II Guerra Mundial), sino en las consecuencias en la salud de las personas que sobrevivieron al ataque debido a la radiación a que fueron expuestas (1).
En ese contexto, la ONU decide fundar la Organización Mundial de la Salud (OMS) y, por primera vez en la historia, instaurar la salud como un derecho de las personas y una condición para mantener la paz y la seguridad en el planeta. Desde sus inicios, y sin modificaciones hasta el día de hoy, la OMS define la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades» (2).
Esta definición, profunda y de gran alcance, en un inicio para algunos pareció excesiva, demasiado amplia y abarcadora. Las personas y la sociedad en su conjunto se preguntaban si entonces debíamos hacernos cargo no solo de las enfermedades sino de “un completo estado de bienestar, físico, mental y social”; no parecía posible ni realista, más todavía saliendo de una guerra mundial devastadora. Sin embargo, 75 años después, esta definición toma más sentido que nunca en un contexto de amenazas globales que hacen peligrar la supervivencia de la vida humana en el planeta. Dicho en palabras simples hoy nos parece evidente, obvio, que cuando hablamos de sostenibilidad, la salud de las personas (término que según la OMS incluye su bienestar) es algo que debemos considerar necesariamente.
La mantención, desarrollo y prosperidad de la sociedad depende en forma importante de la salud y bienestar de las personas. Extremando las cosas, imaginemos una sociedad en que los seres humanos no están en condiciones de cuidar de sí mismos, tampoco en condiciones de contribuir al cuidado de los demás y, por tanto, nadie está en condiciones de ser productivo. Si como sociedad llegáramos a una situación de estas características, la pregunta es quién cuidará a las personas que están en desarrollo (infantes), a los enfermos, ancianos, discapacitados, y quien producirá los bienes y servicios que se requieren, ya no para crecer y desarrollarnos de manera sostenible, sino para sobrevivir.
El mejor y más cercano ejemplo es la pandemia por COVID19, que en un momento amenazó la salud, el bienestar y la vida de millones de personas en, prácticamente, todo el planeta. Hasta antes de que la tecnología nos proporcionara herramientas efectivas para enfrentar este virus, nuestra supervivencia parecía suspendida en el tiempo, dependiendo de cómo avanzaba el contagio y de cuántas personas sobrevivían o quedaban dependientes. Llegó a ser tan importante este problema que otras enfermedades que, finalmente, también incapacitan y matan cada año a millones de personas, quedaron fuertemente desatendidas entre 2019 y 2021: es el caso de la detección y tratamiento de las enfermedades no transmisibles como el cáncer (primera causa de muerte en Chile), la diabetes y la hipertensión (3).
A lo anterior se agregó la carga de enfermedad (física y mental) de la población, no solo por la enfermedad misma sino por las medidas de autocuidado que fue necesario instalar: el aislamiento, el miedo, la soledad, el déficit de interacción social, el retraso ya demostrado en el desarrollo socioemocional de una generación de niños y jóvenes. Al mismo tiempo, aumentaron las muertes prematuras, los días no trabajados, el gasto público y privado en salud (focalizado en una sola enfermedad), se trabó también la cadena de suministros para producir elementos que considerábamos indispensables (insumos básicos para prevención, diagnóstico y tratamiento) y, por supuesto, disminuyó la productividad, la salud, el bienestar. En una palabra, la “sostenibilidad” de nuestra comunidad (Duoc UC), de nuestro país, del sistema en general, se vio amenazada.
Con la Pandemia también quedó demostrado que en las interrupciones en los servicios de salud influyeron la insuficiente disponibilidad de personal, la exposición de los trabajadores de la salud a contagio, fatiga, estrés, burnout, problemas físicos y violencia psicológica, todo lo cual aún no ha sido evaluado en forma completa. Al mismo tiempo, la Pandemia transparentó bajos salarios, condiciones laborales precarias, escasez y mala distribución del personal, lo que puso en entredicho la sostenibilidad del propio Sistema de Salud (4).
Considerado de esta forma, promover una vida sana y el bienestar de las personas en todas las edades, incluida la del personal de salud, es esencial para un desarrollo sostenible.
Por este motivo, Duoc UC ha incluido la salud y el bienestar de las personas como un objetivo relevante en su Plan General de Sostenibilidad, al que la Escuela de Salud pretende contribuir formando profesionales y técnicos en salud con un foco en promoción y prevención en salud, incluyendo la sostenibilidad en sus currículos, y desarrollando proyectos al interior de la comunidad de Duoc UC que promuevan conductas y ambientes saludables.
Referencias:
3-Luciani S, et al. BMJ Open 2023;13: e070085. doi:10.1136/bmjopen-2022-070085. Disponible en:
file:///C:/Users/mcato/Desktop/Salud%20y%20Bienestar%202023/Luciani,%202023.pdf
4-Bustamante Izquierdo et al. Human Resources for Health (2023) 21:21. Disponible en: https://doi.org/10.1186/s12960-023-00795-8
0