Reflexiones a partir de la participación en la XII Jornadas de Gestión Universitaria, Summit 2016 Santiago de Chile. Hoy por hoy las instituciones de educación superior a nivel mundial están dialogando sobre sus operaciones y decisiones sistémicas. Estos dejaron de ser monólogos al interior de las organizaciones, sino que se han constituido en diálogos en voz alta donde no sólo hablan los expertos en educación, sino todos los actores involucrados en el proceso de formación de los futuros profesionales.
Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (TIC) dejaron de ser nuevas. La revolución que en su momento provocó cambios y transformaciones aceleradas en la forma de convivir y comunicarnos, ha dado lugar a la sociedad de la información y del conocimiento (Castells M. , 2000) donde las otrora nuevas tecnologías hoy han pasado a ser parte del paisaje cotidiano; donde no sólo mutarían la economía global, sino que tendrían relación directa con la transformación del trabajo y la transnacionalización del ocio, la cultura y el surgimiento de nuevos modelos educativos. Han modificado los hábitos sociales de las personas y su forma de interactuar con el mundo (Zafra, 2015).
Hay una distinción entre información y conocimiento. La primera alude a cualquier dato con un significado determinado en un contexto dado; en cambio el conocimiento, se refiere a las actuaciones a partir de esa información, comprensión, análisis e interpretación. A inicios de este milenio se nos advertía que la globalización de la información tenía aspectos positivos tales como el favorecer la libertad de expresión y la democracia en el acceso al conocimiento; la gran movilidad y cantidad de información y el tipo de interacción interpersonal a distancia (Tejedor, 2003). Todos sabemos esto, lo hemos escuchado repetidas veces y hasta el cansancio. Sin embargo, hay otra arista en este análisis: las generaciones que hoy trabajamos con jóvenes crecimos en el paleolítico (o en el jurásico) de esa revolución; en cambio, nuestros alumnos nacieron siendo ciudadanos de la sociedad global, han sido nativos de la alfabetización digital. En un minuto en internet se producen alrededor de 4 millones de búsquedas (Google), 347 nuevos blogs (WordPress), se cruzan 204 millones de correos electrónicos, se generan 278.000 tuits y más de 2,48 millones de comentarios en Facebook (Zafra, 2015). Esto nos permite caracterizar un nuevo ciudadano alfabetizado digitalmente, habituado a compartir, intercambiar roles de emisor/receptor, con movilidad, con capacidad para intercambiar, comentar y participar en diálogos sociales e inteligencia colectiva.
Durante la conferencia de Ana María Martinez-Alemán[1] “Cultura Estudiantil, la Tecnología y las Redes Sociales” en Summit 2016 mostraba una serie de investigaciones realizadas en el contexto del Boston College sobre el uso de las redes sociales utilizadas por los estudiantes y profesores. Chile figura entre los cuatro países latinoamericanos con mayor alcance de las redes sociales, incluso exhibiendo indicadores por sobre el promedio mundial y de la región. En este mismo lineamiento, las horas promedio dedicadas a este tipo de contenido ubican a nuestro país en el octavo lugar en el ranking mundial (Martinez, 2016).
La pregunta de Martínez a la audiencia de la Summit 2016 era evidente y directa: ¿Cómo se puede aprovechar la tecnología para promover el aprendizaje y el desarrollo estudiantil? Según las investigaciones realizadas durante el período 2007-2015 en el Boston College el 90% de los estudiantes universitarios usan Facebook percibiéndolo como la red social más importante para las actividades estudiantiles y planificación de eventos. Las actitudes del área docente hacia el uso de estas aplicaciones influencia el uso del estudiante, sin embargo, las comunicaciones de los profesores continúa siendo predominantemente por correo electrónico. Al mismo tiempo, los alumnos crean grupos, obtienen y comparten información de la clase a través de redes sociales de interacción tipo mensajería instantánea. Una de las críticas más potentes en esta presentación fue la práctica de los docentes (y de otras áreas de la organización educativa) que utilizan las TIC para hacer lo mismo que antes se hacían sin ellas; esto implica el desafío para llegar a un nivel de experimentar nuevas formas de trabajo para innovar. La comunicación entre profesores y alumnos en las redes sociales presenta una oportunidad para participar en la investigación y obtener capital social (Martinez, 2016). Esto implica necesariamente una oportunidad para conectar y unir Aprendizaje y Desarrollo Estudiantil.
A nivel universitario existe un ranking de Seguidores/Fans en las 2 principales redes sociales (Twitter/Facebook).
Esto demuestra (y es un hecho concreto) que es posible construir relaciones interpersonales, interacciones y normas entre estos miembros dentro de estos entornos comunicativos constituyendo comunidades virtuales capaces de producir bienes colectivos, espacios de diálogo y divulgación de contenidos en diferentes formatos, coordinando actividades y generando un sentido de pertenencia al grupo (Tejedor, 2003). Las Redes Sociales de este modo, han revolucionado no sólo las relaciones interpersonales, sino que además la forma/contexto de esa interacción comunicativa, los pasatiempos y el ocio, incluso modificando la cultura organizacional de las empresas y el comercio (Andreu, 2015). Se ha documentado ampliamente la forma en que las redes sociales están influyendo en la cultura corporativa, pero en este ámbito aún estamos debatiendo sobre estas influencias en las organizaciones educativas. Las redes sociales tienen el potencial de romper relaciones jerárquicas y generan espacios de diálogo. La pregunta entonces nuevamente nos asalta: ¿hasta qué punto la tecnología digital está cambiando la forma de aprender y al mismo tiempo la forma de enseñar y relacionarnos en un contexto educativo que ha permanecido inmune a los cambios? A partir del 2011 se habla de descentralización física y la eliminación radical de las arquitecturas de los aprendizajes convencionales donde incluso hay iniciativas que han omitido/transgredido reglas y consensos, una «algoritmización» creciente de todos sus procesos administrativos, de gestión, producción, sistematización y diseminación del conocimiento (Piscitelli, 2015).
¿Se han adaptado nuestros escenarios educativos y de servicios al estudiante a este ciudadano nativo-digital? ¿Hemos sido capaces de regularizar, adaptar o innovar la organización y el funcionamiento administrativo y académico? Hay una cita de Bill Gates ad hoc para esta dejar abierta esta reflexión: “Siempre sobrestimamos el cambio que va a ocurrir en dos años, pero subestimamos el que va a ocurrir en diez”. Somos responsables de ser capaces de materializar estas oportunidades, de esta entereza y creatividad depende no sólo nuestro futuro como institución sino que en el futuro de las generaciones que formamos.
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