La crisis social y luego la pandemia nos enfrentó a un cambio que era necesario introducir desde ya hacía varios años en la metodología y herramientas para la formación de los estudiantes. Nuestra manera de enfrentar el mundo, las tendencias y las nuevas maneras de relacionarnos han evolucionado de manera vertiginosa; sin embargo, la manera en que las clases se realizaban seguía con el mismo patrón de principios del siglo pasado.
Nos dimos cuenta de que pudimos imaginar nuevas maneras de llegar y capturar la atención de nuestros estudiantes, de cambiar no solo la dinámica de una clase, sino que permitir avanzar de manera más independiente y respetar el ritmo de aprendizaje de cada uno de ellos si así lo requiriese, revisando en su casa clases o trabajos en los que participaron durante la sesión. La exploración e interpretación de conocimientos, la búsqueda de los recursos y la tarea de pensar, son los ingredientes que generan el verdadero conocimiento.
La tecnología como parte del quehacer, nos permite que la clase se extienda más allá de los límites formales, permitiendo una interacción con los docentes y estudiantes, generando debates y diferentes puntos de vista que enriquecen el proceso. La antigua clase magistral, donde la comunicación casi unilateral solo pretendía entregar una fuente de información primaria hoy se enfrenta a una diversidad de canales que alimentan al estudiante y generan el debate frente a ciertos conocimientos, que obligan a un docente tener que manejar y flexibilizar el proceso de entendimiento y razonamiento de la información.
Sin embargo, en este proceso el docente debe ser capaz de potenciar y desarrollar en sus estudiantes las habilidades de comunicación, así como el pensamiento crítico, razonamiento y resolución de problemas, sin dejar de lado el entendimiento intercultural con la responsabilidad personal y social tan necesaria en nuestros tiempos. Debemos internalizar que nos encontramos inmersos en una era saturada de información.
Tenemos miles de ejemplos de formaciones autodidactas con resultados exitosos, millones de horas compartidas en las redes sociales enseñando, con talentos únicos, lo mejor de la disciplina, aprendiendo con el hacer y demostrando resultados. Y es aquí donde hemos podido implementar metodologías similares, generando cápsulas específicas para las asignaturas que han facilitado a los alumnos y profesores la preparación del trabajo previo de un taller presencial, donde el docente ha explicado desde el mismo laboratorio y enfocado en el trabajo que deberán hacer los alumnos, todo el proceso en detalle, y donde cada alumno, dependiendo de su ritmo, puede revisar cuantas veces requiera esta información antes de llegar a su clase presencial de taller. De esa manera tenemos un mejor aprovechamiento de las horas prácticas, enfocándonos de lleno en lograr la competencia e impactar de manera positiva en el desarrollo de la asignatura.
Así mismo, este tipo de prácticas ha permitido nivelar a los diferentes docentes que la imparten y hacer la transición casi imperceptible para los estudiantes, de los nuevos profesores que se integran al equipo. Otra batería de soluciones que pudimos explorar y que hoy quedan como herramientas complementarias, es la de los simuladores, que facilitan el entendimiento del marco conceptual y permiten una transición progresiva a las experiencias prácticas, entregando al alumno un enfoque adicional de la disciplina. Hoy se ve como algo lógico y completamente aplicable a una clase de cualquier universidad o instituto, pero no fue sino gracias a la pandemia que estos complementos pudieron ser parte formal de un ramo. Sin duda, lo que nos ha dejado estos años de pandemia es la capacidad de derribar los paradigmas, la capacidad de explorar nuevos caminos y de atreverse a cambiar la óptica de las cosas, pero sobre todo y el mayor aprendizaje, el reconocer el valor del aula.
0