El viernes 19 de marzo Duoc UC fue visitado por Monseñor Alberto Lorenzelli Rossi quien vino a celebrar la misa dedicada a recordar al Patrono San José de la institución, y dictó una conferencia sobre la identidad de nuestra institución. En la exposición se planteó dos preguntas: ¿Cuáles son sus rasgos característicos de la identidad y sus aportaciones a la educación en nuestro país? Y luego, ¿cuáles son nuestros desafíos?
Señaló que “cada institución educativa católica es un lugar para encontrar a Dios vivo, el cual revela en Jesucristo la fuerza transformadora de su amor y su verdad”. Esto constituye el sentido más profundo que debe tener la misión institucional y, desde esta impronta, busca aportar a la sociedad con sus servicios educativos inspirados en una antropología cristiana de la existencia.
Monseñor Lorenzelli nos advirtió de las complejidades culturales del mundo en que vivimos. Se detuvo en el rol de las ciencias experimentales y en el cómo estas “han transformado la visión del mundo y la misma auto comprensión humana”. Lo expresó señalando: “las personas en nuestros tiempos viven a menudo influenciadas por un cierto reduccionismo y relativismo, que conducen a una pérdida del sentido de las cosas; casi deslumbrado por la eficacia técnica, olvidamos el horizonte fundamental de la “cuestión del sentido”, relegando así a la insignificancia o la sombra, toda la dimensión trascendente del ser humano. Esto no es una novedad, pero es ciertamente una dificultad para nuestra educación católica en el contexto actual”. Se ha diluido lo que se consideraba moralmente bueno y esto traerá, nos advierte, consecuencias impredecibles.
En este escenario, para Duoc UC surge una primera gran tarea: ayudar a que la cultura “redescubra el sentido de la fuerza y el dinamismo de la trascendencia”. Se debe buscar y encontrar ese “manantial de la fe”, que le da sentido a esa reciprocidad complementaria entre la fe y la razón. Mediante la fe “podemos dar libremente nuestro asentimiento al testimonio de Dios y reconocerlo como el garante trascendente de la Verdad que Él revela”. Por tanto, para cumplir su misión institucional es necesario que la comunidad se sienta “enviada”, es decir, “que reconozca a quién la envía”.
Luego nos invitó a “ser una institución ejemplar que no restrinja el aprendizaje de la funcionalidad de un resultado económico, o meramente técnico, aunque muy especializado como debe ser, sino que se amplía el aliento de los proyectos en los que el don de la inteligencia investiga y desarrolla los dones del mundo creado, la superación de una existencia puramente productiva y de utilidad, hacia el ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente”- Se trata de poner a la persona en el centro y educarlo en su integridad.
Nos invitó a leer “Gravissimum educationis” que aborda temas como la formación integral y el bien de las personas, así como La Constitución Apostólica “Ex corde Eclesiae” que es la Carta Magna de toda institución educativa católica. En esta última, que aborda la educación superior, dedicada a la investigación, enseñanza y servicios diversos de alta cultura para la sociedad, posee dos condiciones esenciales para el ejercicio de sus tareas: la autonomía institucional y la libertad académica.
En su exposición Monseñor Lorenzelli nos planteó preguntas esenciales al expresarnos: “La identidad no es simplemente una cuestión del número de los estudiantes católicos. Es una cuestión de convicción: ¿creemos realmente que solo en el misterio del Verbo encarnado se esclarece verdaderamente el misterio del hombre (cf. Gaudium et spes, 22)? ¿Estamos realmente dispuestos a confiar todo nuestro yo, inteligencia y voluntad, mente y corazón, a Dios? ¿Aceptamos la verdad que Cristo revela? En nuestra institución ¿es “tangible” la fe? ¿Se expresa fervientemente en la liturgia, en los sacramentos, por medio de la oración, los actos de caridad, la solicitud por la justicia y el respeto por la creación de Dios? Solamente de este modo damos realmente testimonio sobre el sentido de quiénes somos y de lo que sostenemos”.
Al terminar su exposición expresó que la identidad de Duoc UC se debe “fundar en los valores propios de su carisma institucional, que asume los grandes valores de la pedagogía y los impregna con la particular mirada que aporta la fe cristiana y con un estilo educativo y formativo. A partir de ellos, la docencia, la investigación y la extensión adquieren un carácter integral que incita al esfuerzo por alcanzar la mayor cualificación académica posible sin perder de vista la promoción de la justicia y la defensa de los más débiles, pues invita a inscribir la formación de las personas y su servicio a la comunidad en la historia. De esta identidad en particular podemos destacar algunos rasgos propios: La centralidad del joven y la preocupación por la comunidad educativo-pastoral.
Concluyó sus palabras recordando ideas emitidas por su Santidad Papa Francisco: “para hacer eficaces los proyectos educativos, estos deben obedecer a tres criterios esenciales: identidad, calidad y bien común.
“La identidad exige coherencia y continuidad con la misión de la universidad y de los centros de investigación nacidos, promovidos o acompañados por la Iglesia y abiertos a todos. Estos valores son fundamentales para insertarse en el surco trazado por la civilización cristiana y por la misión evangelizadora de la Iglesia. Con ella podrán contribuir en indicar los caminos a seguir para dar respuestas actuales a los dilemas del presente, teniendo una mirada de preferencia por los más necesitados”.
“Otro criterio esencial es la calidad. Este es el faro seguro para iluminar toda iniciativa de estudio, investigación y educación. Esta es necesaria para realizar alianzas de excelencia interdisciplinares que son recomendadas por los documentos conciliares”.
Por último, “no puede faltar el objetivo del bien común —afirma el Papa Francisco—, y este no es fácil de definir en nuestras sociedades marcadas por la convivencia de ciudadanos, grupos y pueblos de culturas, tradiciones y credos diferentes. Se necesita ampliar los horizontes del bien común, educar a todos a la pertenencia de la familia humana”.
Lunes 29 de marzo de 2021
EQUIPO EDITORIAL OBSERVATORIO
TEXTO COMPLETO CONFERENCIA DE MONSEÑOR ALBERTO LORENZELLI ROSSI
“PROFETAS DE ESPERANZA”
EL Duoc UC HOY, IDENTIDAD, MISIÓN Y DESAFÍOS
+ Alberto Lorenzelli Rossi
Estimados:
Sr. Rector: Carlos Díaz.
Autoridades Académicas.
Srs. Profesores/as.
Administrativos y asistentes.
Queridos alumnos del Duoc UC.
Querido P. Samuel Arancibia – Capellán general de Duoc UC
Con particular alegría me encuentro hoy entre ustedes en el DUOC, en la Fiesta de San José, patrono de este Centro de estudios, para compartir algunas reflexiones en torno a la identidad de la Universidad Católica en el contexto actual. ¿Cuáles son sus rasgos característicos de la identidad y cuáles son sus aportaciones a la educación en el mundo actual, en nuestro país? Y en esa línea, por tanto ¿cuáles son nuestros desafíos?
En primer lugar, y sobre todo, cada institución educativa católica es un lugar para encontrar a Dios vivo, el cual revela en Jesucristo la fuerza transformadora de su amor y su verdad (cf. Spe salvi, 4).
El encuentro de hoy, y esta instancia, me dan una buena oportunidad para expresar mi estima por el papel indispensable que desempeñan en esta institución a través del mundo universitario y profesional, por el apoyo a los valores culturales y espirituales de nuestra sociedad, que permiten ofrecer una valiosa contribución al País, con un carisma tan apreciado en la Iglesia y la misma sociedad, y realizar un servicio valioso en el desarrollo de su propia vocación. Es significativo para enriquecer el patrimonio intelectual, tecnico profesional y para fortalecer las bases de su desarrollo futuro para Chile.
1-Un Centro de Estudio Superior de carácter Católico, su sentido en el contexto sociocultural que vivimos hoy en día.
Acrecentar la vida
Algunos cuestionan hoy el compromiso de la Iglesia en la educación, preguntándose si estos recursos no se podrían emplear mejor de otra manera. Ciertamente, en un País como el nuestro, el Estado ofrece amplias oportunidades para la educación y atrae hacia esta honrada profesión a hombres y mujeres comprometidos y generosos. Es oportuno, pues, reflexionar sobre lo específico de nuestra Universidad Católica, ¿Cómo puede ésta contribuir al bien de la sociedad a través de la misión primaria de la Iglesia que es la de evangelizar? (Cfr. Benedicto XV, 2008)
Hemos sido testigos de cómo en nuestro tiempo, las ciencias experimentales han transformado la visión del mundo y la misma auto comprensión humana. Muchas veces el Papa Benedicto en sus intervenciones dice: “Los muchos descubrimientos, las tecnologías innovadoras que continúan a buen ritmo, son razones y motivos de orgullo, pero a menudo no son sin consecuencias perturbadoras. En el fondo, de hecho, el optimismo generalizado del conocimiento científico se extiende la sombra de una crisis del pensamiento”. (Cfr. B.XVI discurso en el Collège des Bernardins en París, 12 de septiembre de 2008), las personas en nuestros tiempos viven a menudo influenciado por un cierto reduccionismo y relativismo, que conducen a una pérdida del sentido de las cosas; casi deslumbrado por la eficacia técnica, olvidamos el horizonte fundamental de la “cuestión del sentido”, relegando así a la insignificancia o la sombra, toda la dimensión trascendente del ser humano. Esto no es una novedad, pero es ciertamente una dificultad para nuestra educación católica en el contexto actual, que no comienza en esta etapa la universitaria, sino desde mucho antes.
El pensamiento se debilita y eso evidentemente acarrea un empobrecimiento ético, por tanto, no es extraña su ausencia, o la desvitalización de la ética, sea tan común hoy en día. Difuminas las referencias de valores normativos, se superpone una mentalidad fundamentalmente tecno-práctica que genera un desequilibrio entre lo arriesgado que es técnicamente posible y lo que es moralmente bueno, con consecuencias imprevisibles, y de alta incertidumbre. Este rasgo es parte ya de nuestra sociedad actual.
Aquí, viene ya nuestra primera tarea: que la cultura redescubra el sentido de la fuerza y el dinamismo de la trascendencia. La famosa frase agustiniana “Nos has hecho para ti [Señor], y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones, I, 1) adquiere pleno sentido en esta lógica. Se puede decir que esto rompe con el creciente individualismo, y la incertidumbre social y existencial, el mismo impulso a la investigación científica se deriva de la nostalgia de Dios que habita en el corazón humano, para sacarlo de esta trampa: después de todo, el hombre de ciencia tiende, incluso inconscientemente a buscar la verdad que puede dar sentido a la vida. Pero aunque la búsqueda humana es apasionada y tenaz, no es capaz por sus propias fuerzas de aterrizaje seguros, porque “el hombre no es capaz de aclarar todo por completo, la extraña sombra que se cierne sobre la cuestión de las realidades eternas le son reveladas… porque Dios toma la iniciativa de reunirse y hablar con el hombre” (Cfr. J. Ratzinger, Europa de Benedicto en la crisis de las culturas, Ignatius Press, Roma 2005, 124). Para restituir a la razón de su dimensión integrante, debe volver a descubrir ese manantial de la fe. La ciencia y la fe tienen una reciprocidad fecunda, un requisito casi complementario de la inteligencia de la realidad. Paradójicamente, la cultura positivista, excluyendo la cuestión de Dios del debate científico, determina la decadencia del pensamiento y el debilitamiento de las capacidades de la inteligencia real. Así el hombre se pierde en una maraña de calles que si no cuentan con una adecuada iluminación ni orientación del sonido, que es justamente Dios que se hace cercano al hombre con gran amor: “En Jesucristo Dios no sólo habla al hombre, sino que lo busca…. Es una búsqueda que comienza en lo íntimo de Dios y tiene su punto culminante en la encarnación de la Palabra” (Juan Pablo II, Tertio milenio adveniente, 7). Como ven, tenemos ya una gran responsabilidad que dejo ya enunciada desde el comienzo.
Cristo, camino verdad y vida.
Sabemos que hay una especie de deseo, interés culturales, por relegar la fe a lo irracional, o al sentimentalismo, como si fuera de segunda clase; sin embargo, el hombre quiere dos cosas principalmente: en primer lugar el conocimiento de la verdad que es característico de su naturaleza, y en segundo lugar la permanencia en el ser, una característica común a todas las cosas. En Cristo es lo uno y lo otro… Así que si busca dónde ir, recibo a Cristo porque él es el camino” (Exposición de Juan, cap. 14). El Evangelio de la Vida ilumina entonces el arduo camino del hombre, y frente a la tentación absoluta de autonomía, individualismo y desigualdad social, recuerda que “la vida del hombre proviene de Dios, es su don, su imagen e impronta, participación de su soplo de vida, para compartir” (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 39). Y es a lo largo del camino de la fe que el hombre está capacitado para ver la misma realidad del sufrimiento y de la muerte, que se dan a través de su existencia, como posibilidad real de la bondad y de la vida. Desde esta perspectiva se puede reconocer que la “crisis de verdad” contemporánea está radicada en una “crisis de fe”. Únicamente mediante la fe podemos dar libremente nuestro asentimiento al testimonio de Dios y reconocerlo como el garante trascendente de la verdad que él revela (Benedicto XVI, 2008).
Se ajusta totalmente aquí, el papel insustituible de una Universidad Católica, hoy en día, en medio de este contexto, visto como una oportunidad, donde la relación educativa se pone al servicio de las personas en la construcción de un conocimiento cualificado, con competencia científica y con fuentes vitales, donde la relación de la atención no es el comercio, sino la misión; pero no es fácil auto comprenderse “en misión”, porque esto requiere previamente saberme “enviado”, es decir, el reconocimiento de quien me envía. Aquí cobra plenamente sentido nuevamente: la caridad del Buen Samaritano, esta es su piedra angular para comprender todo lo demás, el sufrimiento del hombre frente al rostro de Cristo: “me lo hicieron a mí” (Mt 25, 40). Este es el vértice o el ángulo, si queremos “los lentes” con los que se comprende el quehacer educativo y las preocupaciones pastorales. Apenas vemos que hay una injusticia o dolor, pensamos en estas expresiones “se las hacen también a Cristo”, y su caridad nos urge, nos apremia, nos interpelan.
Así, la Universidad Católica, en el trabajo diario de la investigación, la enseñanza y el estudio, viviendo en esta cotidianidad, busca expresar su potencial de innovación social: no hay progreso, y mucho menos en el plano cultural, si se alimenta de una mera repetición, o de un mero inmanentismo, sin que se exija una y otra vez volver a reavivar “las fuentes de su origen y lanzarse hacia el futuro”. Evidentemente, también se requiere la disposición a discutir y el diálogo que se abre a una inteligencia que se deja iluminar por la fe, y da testimonio de la fecundidad de la herencia de ella.
Una convicción cristiana que penetra en la vida cotidiana y se expresa desde el interior de una excelente profesionalismo. Nuestro querido Duoc UC, esta llamado hoy en día a ser una institución ejemplar que no restrinja el aprendizaje de la funcionalidad de un resultado económico, o meramente técnico, aunque muy especializado como debe ser, sino que se amplía el aliento de los proyectos en los que el don de la inteligencia investiga y desarrolla los dones del mundo creado, la superación de una existencia puramente productiva y de utilidad, hacia el ser humano está hecho “para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente” (Caritas in veritate, 34). Sólo en esta forma seremos fieles al carisma y verdaderamente seremos ese lugar donde el humanismo trascendente no es un eslogan retórico sino una regla vivida en la dedicación diaria, haciendo vida de quienes impulsan una obra educativa universitaria en el mundo de hoy, poniendo al centro la persona humana, en su debilidad y en su grandeza, permitiendo abrirse a valores que quizá la cultura nunca les permitió o permitirá conocer como ahora, a través del testimonio de quienes estamos aquí, y que podría llegar a impactarlos positivamente. Porque ninguno se hace cristiano diría el mismo Papa Benedicto, siguiendo a Romano Guardini, por una fuerte argumentación ética o un argumento totalmente lógico, sino por el “Encuentro con la Persona de Jesús”, que le hace “arder su corazón como a los caminantes de Emaús”. Por eso no podemos soslayar el testimonio de quienes nos encontramos aquí, y en esto ninguno puede ser tibio, ni superficial.
Ser universidad católica en la historia.
Quise comenzar con estos primeros aportes porque me parece que esto es un eje central de nuestras tareas en la sociedad en la que nos encontramos, con sus desafíos y oportunidades. Pero es necesario recordar la historia, ¿cómo es que se llega a esta identidad católica y especialmente qué es lo que no se puede debilitar o licuar?
Junto con su investigación, la docencia, y la vida cotidiana de la Universidad, hay un aspecto esencial de la misión de la universidad en la que se dedican, a saber, la responsabilidad de acompañar a los jóvenes, (y los jóvenes de hoy) en día. Este particular deber no es espontáneo, ni por supuesto, tampoco es nuevo. Desde la época de Platón, la educación no consiste en la mera acumulación de conocimientos o habilidades, sino en una formación humana debe potenciar en todos, las riquezas de una tradición intelectual, social, moral, afectiva, trascendente, dirigida a una vida virtuosa. (Cfr. S.S. Benedicto XVI discurso a los rectores, profesores y estudiantes de universidades de la República Checa pronunciado en el Salón Vladislav del Castillo de Praga el 27 de septiembre 2009).
Es necesario, por tanto, recuperar esta idea de una educación integral, pero no retóricamente, sino en la praxis natural cotidiana, basada en la unidad del conocimiento enraizado en la verdad. Esto puede contrarrestar la tendencia, tan evidente en la sociedad contemporánea, hacia una fragmentación del conocimiento. Con el crecimiento masivo de la información y la tecnología viene la tentación de separar la razón de la búsqueda de la verdad. La razón, sin embargo, independiente de la orientación fundamental del ser humano hacia la verdad, comienza a perder su dirección. Se marchita, o bajo la apariencia de modestia, puede contentarse con lo que es meramente parcial o provisional, o con el pretexto de la seguridad, que indiscriminadamente dan el mismo valor prácticamente a todo.
Como sabemos, la universidad como una institución, por decir así, (cuyos orígenes se remontan al S. XIII), es el resultado de todo un proceso evolutivo de la organización del saber, en el que influyeron múltiples factores, sean de tipo cultural, económicos, espirituales, políticos, e intelectual. La Iglesia, ha sido una gran protagonista de esta institución como su impulsora y garante. Al menos, esto, en una buena parte de la historia, que no es ajena a nuestra propia historia local. Además, al final del proceso de los años 80, la Iglesia en Chile continuó su desafío de ser fermento en la masa, pero con un notable cambio del protagonismo eclesial, y esto nos pone otro impulso en nuestro quehacer como Centro de Estudios de inspiración cristiana y católica.
En la legislación vigente:
El Magisterio de la Iglesia ha ido estableciendo en su experiencia en términos de Educación y Educación Universitaria específicamente sobre estos principios que le garantizan identidad, proyección y fuerza en la sociedad.
–La declaración conciliar “Gravissimum educationis” aborda el tema de la educación de un modo completo solemne y muy profundo. Donde se plantean los puntos a los que hemos remitido: La formación integral, el bien de las personas, y se defiende el derecho incuestionable de fundar sus propios centros de enseñanza y educación en todos los grados. Considera hoy en día a la Universidad como el lugar donde formar para la investigación científica, y producir el encuentro entre fe y razón. Este dialogo entre fe y ciencia en la universidad católica facilita la consideración de ser una institución en la que de una forma pública, estable y universal el pensamiento cristiano se hace presente en el mundo de hoy, facilitando la promoción de la cultura con los valores propios del Evangelio de Jesucristo.
–La Constitucion Apostólica “Ex corde Eclesiae”. Seguramente habrán escuchado citar muchas veces esta Constitución (ECE). Es una constitución apostólica, en la que se combinan elementos doctrinales y jurídicos. Su contenido debe valorarse como un ejercicio del Magisterio ordinario del Papa. Es una actuación que va más allá de ser una regulación, todo esto supone una manera de comprender al hombre una visión de la sociedad, de la ciencia de la investigación, de la cultura; todo el documento es una visión de conjunto de la fe en el mundo del pensamiento y de la iglesia en la sociedad.
–La “Ex Corde Eclesiae” es la Carta Magna de la Universidad Católica. Para llegar a ella, todos los antecedentes hay que buscarlos en las asambleas y conferencias de la federación Internacional de Universidades Católicas durante los años 60 y 70 del siglo XX. De ellas surgieron documentos de diferente relevancia que sentaron las bases de la posterior discusión de la década de los 80. En estos documentos se constituyeron los pasos previos, y en algún caso importantes aportaciones directas a la ECE.
Veamos brevemente lo que establece en la materia que nos ocupa:
a) Naturaleza de la Universidad católica: el fin de la universidad católica es asegurar de una manera institucional una presencia cristiana en el mundo universitario; reafirmando las características que debe poseer en tanto católica asumidas por un compromiso institucional que aportan a la inspiración de la Revelación Cristiana a las actividades propias de la Universidad católica, respetando su naturaleza y autonomía.
b) Gobierno de la universidad autonomía y libertad que tienen su límite en tanto universidad de principios y valores, es decir que en su misma naturaleza. En su vocación de investigación y en la trasmisión de la verdad iluminados por la fe.
c) Actividades de la Universidad Católica La enseñanza y la investigación, tienen como condición básica la libertad, que ha de ser garantizada a nivel personal como institucional. En el respeto y fidelidad a la inspiración cristiana, su objetivo es justamente que en las actividades se apunte a esta comunión fe y razón, en el que deben estar todos los conocimientos presentes y aportados en las diversas ciencias.
Pero hay todavía otro aporte muy relevante. Porque al mismo nivel de la dimensión académica con lo que hemos mencionado, se sitúa la dimensión comunitaria de la universidad católica. La apertura y respeto hacia las demás personas y la participación en el conjunto de la universidad constituyen el fundamento de las relaciones en los diversos miembros de la universidad; las autoridades, profesores, estudiantes, personal no académico, todos… el espíritu cristiano católico de la comunidad universitaria se promueve de manera especial por la acción pastoral que se debe desarrollar en su interior.
d) Relaciones de la Universidad Católica.
En los asuntos ad extra, la universidad católica se destaca en la relación que ha de mantener con las demás universidades, coordinación y colaboración; su relación con la jerarquía de la Iglesia Católica; propiciando la colaboración y adhesión a sus principios, además en tanto que la Jerarquía, tiene particular cuidado en lo referente a las verdades de la fe católica, y como ellas se dan y se promueven en sus universidades.
Así, en los mismos documentos queda comprendido que en cuanto a universidad, ECE describe a las institución universitaria como comunidad académica y le atribuye los tres objetivos por los que se caracteriza: investigación, enseñanza, y los servicios que ofrece a la sociedad; a ellas van unidas las dos condiciones esenciales que garantizan el ejercicio eficaz de su tarea, la autonomía institucional y el gran valor de la libertad académica.
En virtud de esta libertad, ustedes están llamados a buscar la verdad allí donde el análisis riguroso de la evidencia los lleve. Sin embargo, es preciso decir también que toda invocación del principio de la libertad académica para justificar posiciones que contradigan la fe y la enseñanza de la Iglesia obstaculizaría o incluso traicionaría la identidad y la misión de la Universidad, una misión que está en el corazón del munus docendi de la Iglesia y en modo alguno es autónoma o independiente de la misma.
Sintéticamente en cuanto católica, el objetivo que se persigue es realizar una presencia pública estable y universal del pensamiento cristiano en modo de promover una cultura superior, y los alumnos se formen como hombres y mujeres que destaquen por sus valores y doctrina, preparados para desempeñar las funciones más importantes de la sociedad y sean testigos de la fe en el mundo. Las normas canonícas deben resguardar todo esto.
Este documento es evidentemente un avance, que concierne justamente a la cristalización identidad, y aclara naturalmente su misión en la Iglesia. Aunque todo el trabajo aún no se dio por terminado, hice este recorrido histórico para hacer ver que muchos elementos han estado desde el origen de las mismas Universidades Católicas, y cómo siguen siendo hoy notas distintivas de la identidad pero sobre todo del verdadero aporte que esta Universidad entrega y seguirá entregando a la Sociedad y al bien común.
Todas las actividades de la Iglesia nacen de su conciencia de ser portadora de un mensaje que tiene su origen en Dios mismo: en su bondad y sabiduría, Dios ha elegido revelarse a sí mismo y dar a conocer el propósito escondido de su voluntad (cf. Ef 1,9; Dei Verbum, 2). El deseo de Dios de darse a conocer y el innato deseo de cada ser humano de conocer la verdad constituyen el contexto de la búsqueda humana sobre el significado de la vida. Este encuentro único está sostenido por la comunidad cristiana: quien busca la verdad se transforma en uno que vive de fe (cf. Fides et ratio, 31). Esto puede ser descrito como un movimiento del “yo” al “nosotros”, que lleva al individuo a formar parte del Pueblo de Dios.
La misma dinámica de identidad comunitaria —¿a quién pertenezco? — vivifica el ethos de nuestra institución universitaria. La identidad de la Universidad no es simplemente una cuestión del número de los estudiantes católicos. Es una cuestión de convicción: ¿creemos realmente que sólo en el misterio del Verbo encarnado se esclarece verdaderamente el misterio del hombre (cf. Gaudium et spes, 22)? ¿Estamos realmente dispuestos a confiar todo nuestro yo, inteligencia y voluntad, mente y corazón, a Dios? ¿Aceptamos la verdad que Cristo revela? En nuestras universidad ¿es “tangible” la fe? ¿Se expresa fervientemente en la liturgia, en los sacramentos, por medio de la oración, los actos de caridad, la solicitud por la justicia y el respeto por la creación de Dios? Solamente de este modo damos realmente testimonio sobre el sentido de quiénes somos y de lo que sostenemos.
II. La doble identidad y dimensión: como universidad y como católica, individual e institucionalmente
La primera parte de ECE se titula “Identidad y misión” y en sus primeros puntos (§12-13) se define la doble identidad. Por un lado, se afirma que “la Universidad Católica, en cuanto Universidad, es una comunidad académica, que, de modo riguroso y crítico, contribuye a la tutela y desarrollo de la dignidad humana y de la herencia cultural” (§12) a través de la investigación, la enseñanza y los diversos servicios que presta. Y, por otro lado, se afirma que, en cuanto católica, su objetivo es “garantizar de forma institucional una presencia cristiana en el mundo universitario frente a los grandes problemas de la sociedad y de la cultura” (§13).
La identidad cristiana se comprende adecuadamente –según se explica al final del documento– desde la misión evangelizadora de la Iglesia. En el §48 se explica que “la misión primaria de la Iglesia es anunciar el Evangelio de manera tal que garantice la relación entre fe y vida tanto en la persona individual como en el contexto sociocultural en que las personas viven, actúan y se relacionan entre sí” (§48). Para el propósito de nuestra argumentación es importante notar que la relación entre fe y vida posee una doble dimensión: individual e institucional. Las universidades forman parte de la misión evangelizadora de la Iglesia precisamente porque, de modo institucional, son “testigos de Cristo y de su mensaje” (§49) y se convierten así en interlocutores con la cultura y la ciencia. Además, ellas facilitan que las personas individuales –en particular los profesores y los estudiantes– realicen una síntesis vital de razón y fe.
Los cuatro elementos que marcan las coordenadas del análisis que aquí́ se ofrece de ECE son, por un lado, la doble identidad como universidad y como católica y, por otro, las dos dimensiones de cada una de esas identidades: individual e institucional. Una universidad de inspiración cristiana debe ser una autentica universidad que ofrezca un testimonio de Cristo en el mundo actual. Para ello, es necesario que sus profesores (y, en la medida que les corresponde, también sus alumnos) acepten y realicen personalmente esa misión. Pero esto no es suficiente, si no implica la creación de una comunidad de profesores y alumnos con un proyecto intelectual compartido. La universidad, como institución, no es la mera suma de sus miembros y, por tanto, su identidad no es únicamente el resultado de la agregación de las identidades individuales de quienes la componen.
Es fácil advertir en el trasfondo de estas ideas lo que Juan Pablo II indicó de diversas maneras: “una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada y fielmente vivida”. Las universidades desempeñan una función de primer orden en ese “hacerse la fe cultura”, pues ellas son lugares apropiados para que la fe de las personas –profesores y estudiantes– germine en la cultura y la ciencia, de modo que las fermente como si fuera levadura. Para ello es necesario que la dimensión cristiana de una universidad sea una característica “no solo de cada miembro, sino también de la Comunidad universitaria como tal” (§13). Es decir, la existencia de una comunidad intelectual entre profesores y alumnos es condición de posibilidad de cualquier universidad de inspiración cristiana. La fuente de la identidad de dicha comunidad son las creencias compartidas por sus miembros (cfr. §21). Aparece aquí́ claramente el elemento interpretativo o significativo de la identidad institucional.
En diversos lugares del documento se hace referencia al modo en que las personas que componen la comunidad universitaria deben conjugar las dos identidades. Acerca de los estudiantes se dice que, por un lado, “mediante la investigación y la enseñanza (…) deberán ser formados en las diversas disciplinas de manera que lleguen a ser verdaderamente competentes en el campo específico al cual se dedicarán en servicio de la sociedad y de la Iglesia” y que, por otro lado, “al mismo tiempo, deberán ser preparados para dar testimonio de su fe ante el mundo” (§20). Acerca de los profesores e investigadores (en referencia al diálogo entre cristianismo y ciencias) se indica que deben ser personas “competentes en cada una de las disciplinas, dotadas de una adecuada formación teológica y capaces de afrontar las cuestiones epistemológicas [en el nivel de las] relaciones entre fe y razón. (…) El investigador cristiano debe mostrar cómo la inteligencia humana se enriquece con la verdad superior, que deriva del Evangelio” (§46).
III. Búsqueda de la verdad y unidad existencial entre razón y fe.
Desde las cuatro coordenadas recién descritas: lo universitario y lo católico, lo individual y lo institucional, adquiere un sentido más concreto el §1, donde se explica que la tarea de la universidad de inspiración cristiana es “unificar existencialmente” la “búsqueda de la verdad” y la certeza de “conocer ya la fuente de la verdad” (cfr. también §30). Se reconoce que se trata de unificar “dos órdenes de realidades”. Por tanto, parece importante que cada orden (natural y sobrenatural) mantenga su propia naturaleza pero que, a la vez, se alcance una unidad existencial entre ellos, es decir, en la vida de la institución; ahora bien, esto solo es posible si dicha unidad se realiza primero en la vida de los miembros de la institución.
Otro modo de decir lo mismo es sosteniendo que las universidades de ideario católico hacen suya “la causa de la verdad” (§4). En el ámbito universitario, la causa de la verdad consiste en no reducir la búsqueda de conocimiento al ámbito de lo útil, sino en “proclamar el sentido de la verdad, valor fundamental sin el cual desaparecen la libertad, la justicia y la dignidad del hombre” (§4). Por eso, no es difícil comprender que lo que mueve a las universidades de inspiración cristiana es una “especie de humanismo universal” para dedicarse “por entero a la búsqueda de todos los aspectos de la verdad en sus relaciones esenciales con la Verdad suprema, que es Dios” (§4). La doble identidad aparece aquí́ de la siguiente manera: por un lado, en cuanto universidad, se orienta a la búsqueda de todos los aspectos de la verdad (y no solo de los útiles) y, en cuanto católica, se ocupa de las relaciones de todos esos aspectos con la Verdad Suprema, Dios. De este modo, mediante “el esfuerzo conjunto de la inteligencia y de la fe” los seres humanos pueden alcanzar “la medida plena de su humanidad” (§5). Este último es un aspecto de gran relevancia: el cristianismo no es algo “añadido”, sino la plenitud de lo humano, también de la docencia y la investigación en la universidad. Una universidad en la que la pregunta por Dios esté ausente es una universidad incompleta, pues ignora un ámbito –y un ámbito decisivo– de la vida de las personas y del mundo.
El documento explicita las características esenciales de la identidad de la universidad en cuanto católica (§13). En primer lugar, que la inspiración cristiana no sea algo solo individual, sino de la comunidad universitaria, según se ha explicado ya. No basta con que cada miembro, individual y aisladamente, alcance la “unidad existencial” de razón y fe, sino que también es preciso que dicha unidad se exprese de modo comunitario. Por ejemplo, no tendría una identidad católica coherente una universidad cuya oferta de estudios, actividades y programas de investigación no se diferenciará de otras universidades que carecieran de dicha inspiración. O en la que la fe, aun viva, quedara restringida meramente al ámbito privado de la práctica religiosa y, por tanto, de las actividades de la Capellanía universitaria. El estilo universitario, la cultura institucional y las relaciones entre los miembros de la comunidad universitaria deben, todos ellos, expresar su identidad propia.
En segundo lugar se señala la necesidad de que haya “una reflexión continua a la luz de la fe católica, sobre el creciente tesoro del saber humano”. En cuanto universidad, compartirá́ con sus iguales los contenidos y planteamientos en investigación y docencia, pero, se espera que además aporte a los diversos campos del saber la luz de la fe. Esa aportación solo es posible –y esta es la tercera característica– mediante la “fidelidad al mensaje cristiano tal como es presentado por la Iglesia”. Se podría decir que, de modo semejante a como debe ser fiel a la verdad por su identidad en cuanto universidad, también debe ser fiel al magisterio de la Iglesia por su identidad en cuanto católica. Por último, sirve asimismo a la sociedad contribuyendo al “objetivo trascendente que da sentido a la vida”, es decir, la universidad no es meramente una comunidad intelectual, sino que incluye la dimensión existencial: ayudar a las personas –en primer lugar, a sus profesores, alumnos y personal de administración y servicios– a que tengan un encuentro personal con Cristo.
IV. La identidad del Duoc– UC se debe fundar en los valores propios de su carisma institucional, que asume los grandes valores de la pedagogía y los impregna con la particular mirada que aporta la fe cristiana y con un estilo educativo y formativo. A partir de ellos, la docencia, la investigación y la extensión adquieren un carácter integral que incita al esfuerzo por alcanzar la mayor cualificación académica posible sin perder de vista la promoción de la justicia y la defensa de los más débiles, pues invita a inscribir la formación de las personas y su servicio a la comunidad en la historia. De esta identidad en particular podemos destacar algunos rasgos propios que nos identifican en el conjunto de las Universidades Católicas.
1)La centralidad del joven: El principio fundacional que impulsa la creación y orienta el desarrollo de la Universidad Católica es justamente el de la búsqueda del conocimiento en el marco de un espíritu pluralista y una concepción de la persona humana espiritual y trascendente que la coloca en el centro de la vida y que la promueve en su integralidad. E y lal joven deben estar al centro de todo el proceso educativo-pastoral.
2)La preocupación por la comunidad educativo-pastoral: en cuanto tal, dispone de autonomía propia institucional, académica y de gobierno, en el respeto de la misión y de la finalidad que le confía la iglesia. Como también de las orientaciones señaladas por la propia Iglesia local donde se encuentren y plasmada en los propios estatutos y normas.
3)Podemos afirmar con claridad algunas convicciones fundamentales que sustentan esta comunidad educativo pastoral:
3.1 En primer lugar, todos somos llamados a creer en la Educación Católica, en lo que somos llamados a aportar. Creer no sólo de modo teórico, sino de modo comprometido, como creemos los creyentes. Creer de modo que nos entregamos a aquello en lo que creemos. Es decir, contribuir a crear un “contexto de corresponsabilidad”, donde cada uno sabe que debe aportar, y si no lo hace, el proyecto se debilita.
3.2 Por eso, en segundo lugar debemos destacar que todos los sujetos que participan en la Universidad son llamados a crear, sostener y desarrollar la comunidad cristiana referencial de ella. Sólo desde esta perspectiva podemos trabajar por la sostenibilidad integral de la Educación. Ésta no se sostiene sólo porque tenga la infraestructura o la oferta, sino porque tiene académicos y personal identificados, porque tiene proyecto claro, porque tiene capacidad de convocar a otras personas, porque tiene su lugar en la Iglesia Chilena y en la sociedad; en definitiva, tiene horizonte de calidad, identidad y misión.
3.3 Los rasgos esenciales que delinean el perfil de las comunidades educativo-pastorales que actúan en las universidades católicas pueden resumirse en los siguientes puntos
3.3.1 Las universidades católicas son ante todo comunidades profesionales que no se reducen simplemente a organizaciones de trabajo, porque la implicación de los sujetos se funda en los valores que forman la identidad cristiana y la colaboración profesional exige que el personal docente y los directivos reflexionen y busquen juntos, colaboren también por medio del diálogo interdisciplinar, compartan sus prácticas;
3.3.2 Las universidades católicas son comunidades educativas pastorales, y no sencillamente servicios de instrucción y formación: colocan en el centro de su misión el compromiso a favor de la educación integral de los jóvenes, con el fin de contribuir en el desarrollo de su potencial humano a nivel cognitivo, afectivo, social, profesional, ético y espiritual, también por medio de caminos de formación en la fe, promoviendo la alianza educativa y animando a los estudiantes para que sean protagonistas. Siendo comunidades educativas pastorales, se comprometen en promover y custodiar el valor de las relaciones humanas, que unen a académicos, los propios padres (que en muchos casos ellos no han ido a la Universidad), gestores con lazos de afinidad de valores y compartiendo el proyecto educativo de la misma Universidad. Las universidades católicas son comunidades de evangelización porque se configuran como instrumentos que hacen una experiencia de Iglesia, participando en la vida de la comunidad cristiana más amplia y colaborando con la Iglesia local.
V. Conclusión
“Solo cambiando la educación, se puede cambiar el mundo. Para hacer esto es necesario las siguientes sugerencias: hacer red, no dejarse robar la esperanza y buscar el bien común”. Así, Papa Francisco reivindicó “un programa de pensamiento y de acción basado en principios” que “podrán contribuir, a través de la educación, a la construcción de un porvenir en el cual la dignidad de la persona y la fraternidad universal sean los recursos globales a los que todo ciudadano del mundo pueda acceder”.
El Papa Francisco fue desgranando las tres sugerencias. En primer lugar —señaló el Papa—, “hacer red significa poner juntas a las instituciones educativas y universitarias para potenciar las iniciativas educativas y de investigación, enriqueciéndose con los puntos de fuerza de cada uno, para ser más eficaces a nivel intelectual y cultural”.
“Hacer red —agrega el Pontífice— significa también poner juntos los saberes, las ciencias y las disciplinas, para afrontar los desafíos complejos con la interdisciplinaridad. Significa crear lugares de encuentro y de diálogo dentro de las instituciones educativas, promoviéndolas hacia afuera, para que el humanismo cristiano contemple la universal condición de la humanidad de hoy. También significa hacer de la escuela una comunidad educadora en la cual los docentes y los estudiantes no estén relacionados solo por un plan didáctico, sino por un programa de vida y de experiencia, en grado de educar a la reciprocidad entre las diversas generaciones”.
Por otro lado, el Papa Francisco señala que los desafíos que cuestionan al hombre de hoy son globales. Por ello, la educación católica no se limita a formar mentes con una mirada amplia, capaz de englobar las realidades más lejanas. Esta se da cuenta que, más allá de expandirse en el espacio, la responsabilidad moral del hombre de hoy se propaga también a través del tiempo, y las opciones de hoy recaen sobre las futuras generaciones.
Otro aspecto importante al cual la educación está llamada a responder —afirma el Santo Padre—, es no dejarse robar la esperanza. “Estamos llamados a no perder la esperanza porque debemos donar esperanza al mundo global de hoy. Globalizar la esperanza y sostener las esperanzas de la globalización —señala el Pontífice— son compromisos fundamentales de la misión de la educación católica”.
“Una globalización sin esperanza y sin visión está expuesta a los condicionamientos de los intereses económicos, muchas veces lejanos de una recta concepción del bien común, y producen fácilmente tensiones sociales, conflictos económicos, abusos de poder”.
Algunos de estos desafíos —señala siempre el Papa Francisco—, han sido expuestos en la encíclica Laudato Si’, y hacen referencia a los procesos de interdependencia global, tales como: el desafío económico, basado en la búsqueda de mejores modelos de desarrollo; el desafío de la política; el poder de la tecnología que está en continua expansión.
Finalmente, el Papa Francisco señala que para hacer eficaces los proyectos educativos, estos deben obedecer a tres criterios esenciales: identidad, calidad y bien común.
La identidad exige coherencia y continuidad con la misión de la universidad y de los centros de investigación nacidos, promovidos o acompañados por la Iglesia y abiertos a todos. “Estos valores son fundamentales para insertarse en el surco trazado por la civilización cristiana y por la misión evangelizadora de la Iglesia. Con ella podrán contribuir en indicar los caminos a seguir para dar respuestas actuales a los dilemas del presente, teniendo una mirada de preferencia por los más necesitados”.
Otro criterio esencial es la calidad. Este es el faro seguro para iluminar toda iniciativa de estudio, investigación y educación. Esta es necesaria para realizar alianzas de excelencia interdisciplinares que son recomendadas por los documentos conciliares.
Por último, no puede faltar el objetivo del bien común —afirma el Papa Francisco—, y este no es fácil de definir en nuestras sociedades marcadas por la convivencia de ciudadanos, grupos y pueblos de culturas, tradiciones y credos diferentes. Se necesita ampliar los horizontes del bien común, educar a todos a la pertenencia de la familia humana.
Muchas Gracias.
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