Al momento de clausurar el Congreso, quiero agradecer a todos quienes nos han acompañado durante esta larga pero provechosa jornada; a los asistentes quienes han dedicado su tiempo a esta actividad tan humana como lo es el diálogo en torno al aprender; a cada uno de los expositores por su generoso aporte; y también a los miembros del equipo organizador. Me refiero especialmente al Observatorio Duoc UC, liderados por don Sebastián Sánchez, mis felicitaciones y agradecimientos por el gran trabajo realizado.
Han sido muchas las ideas interesantes que se han puesto de manifiesto en el transcurso de esta jornada. Hemos podido recoger importantes aportaciones, experiencias y buenas prácticas que otros centros de educación han puesto a nuestra disposición. Con todo ese conocimiento generosamente dispuesto nos damos por satisfechos.
Al cierre me gustaría aportar algunas reflexiones que me parece son pertinentes relevar en esta jornada en la que nos hemos asomado a la urgencia por poner en su exacta dimensión a la educación técnico profesional. La invitación fue a observar este tipo de formación desde la perspectiva de su rol y de la responsabilidad social.
Al organizar este Congreso, nos interesó esbozar una provocación, un apremio a avanzar más allá de nuestra cotidianidad, una invitación a observar el quehacer de nuestras instituciones en aquello que Habermas denominó la “esfera pública”, aquella que surge entre el ámbito de la autoridad y el ámbito de las relaciones privadas. Aquel ámbito de diálogo y de análisis racional en el que los individuos se reúnen para discutir la mejor forma de organizar la vida en común.
Un rol público que se va entretejiendo en el desempeño de cada uno de los titulados que participan en el mundo laboral, y que acrecientan en su expresión como ciudadanos. La filósofa estadounidense Martha C. Nussbaum en su libro “Sin fines de lucro” hace un dramático llamado: “…las naciones de todo el mundo en breve producirán generaciones enteras de máquinas utilitarias, en lugar de ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y el sufrimiento ajenos.”
No es aventurado decir que nuestro rol público está en juego con cada uno de nuestros titulados cuando participan de las decisiones en las empresas o en sus propios empeños de emprendimiento, pero también en la tranquilidad de su hogar, en la intimidad de sus amigos y con su familia. Sin duda, se trata de una afirmación temeraria, pero sobre la que no podemos pasar por alto. Más aun, cuando se incluye a nuestros estudiantes y también a nuestros docentes y colaboradores, investigadores. Porque el rol público responsable de cada institución se configura en el actuar de su comunidad. Porque ¿quién es, por ejemplo, Duoc UC sino el actuar de su comunidad?
Me parece crucial, tomar conciencia, que la responsabilidad social en cuanto expresión del rol público de nuestras instituciones no puede ser reducida a una competencia certificada que se aprende en el aula, fruto de una capacitación, o en un formato on line para que un egresado la exhiba junto a sus competencias duras y blandas. Más aun, cuando hablamos de pertinencia o relevancia de un determinado perfil de egreso, no debemos acentuar exclusivamente aquellos aprendizajes disciplinarios olvidándonos de aquello que configura el ser persona.
En este sentido, el problema de una responsabilidad social abstracta, estandarizada como una práctica vacía y sin sentido, implica arriesgar el corazón de nuestro proyecto, o el de otras instituciones de educación superior. Este es el caso de una educación pasiva desconectada de la riqueza del aprender y socialmente irresponsable.
La responsabilidad brota del ser y de su rol público que pueda ejercer ya sea una persona educada o una institución educadora en el “Chile de hoy”. Tanto una u otra, la persona y la institución expresan la sobreabundancia de identidad que constituye la riqueza de una comunidad. Esta diversidad, nos mueve no solo como un logo, o una marca distintiva, que tanto se cuida y potencia, sino como la creación concreta y distinguible de “ser lo que decimos que somos”. En otras palabras, nunca habrá responsabilidad social cuando en una Institución sus valores y sentido no se expresan en sus relaciones educativas, de su vida concreta, del modo como comprendemos el trabajo y la vida productiva. La expresividad del valor constituye el rol público y le da una fuerza extraordinaria en la vida social.
Nuestro nutrido paisaje de “expresividades del valor” en la educación superior, no puede ser monopolizada por un tipo de rol público que excluye la vocación, o la identidad, y que impide que una institución pueda llegar a ser una categoría en sí misma. Un rol público disminuido pierde de vista la riqueza del mundo laboral, el emprendimiento y la valoración de las competencias. Más aún, la responsabilidad social, se puede transformar en una concesión exclusiva e irresponsable, donde se requiere tener una determinada identidad institucional y adoptar un conjunto de prácticas que algún administrador general, sea privado o público, ha establecido.
¿Cómo se completa nuestro rol público al final de este Congreso? Para Duoc UC la responsabilidad social se constituye en las casi 100.000 experiencias actuales y las casi 116.000 experiencias de titulados, todas ellas experiencias distintas, ninguna igual a la otra, todas ellas conocidas e interpretadas de modo distinto en cientos de millones de combinaciones que van configurando nuestra identidad en el contexto del mundo laboral. Según los juicios que vamos emitiendo, vamos corrigiendo percepciones que nos llevan a la acción del día a día; a tomar conciencia de ellas, y a transmitirlas como un conocimiento colectivo que forma nuestra identidad.
La mirada de nuestro Proyecto Educativo desde el egresado va más allá de su paso exitoso por el umbral de cumplimiento del Perfil de Egreso. Aún así, bien podríamos permanecer aquí, en el “borde” inmediato del Proyecto, escudriñando qué ocurre con los egresados, sin abandonar este umbral. Desde ahí, cómodamente podemos realizar un seguimiento remoto e implementar un sistema de encuestas. Obtendremos, quizás, un reconocimiento por esta “buena práctica”. Pero quedarnos en este punto del proceso formativo no asegura el estar presente en los egresados, y ni que ellos estén presente en nuestro Proyecto. Esta presencia mutua va más allá de su incorporación a nuestro ambiente educativo tan solo como requerimiento de un criterio de evaluación o una ayuda para completar un formulario para la autoevaluación.
Si nuestro Proyecto Educativo fuese solo una transferencia de conocimientos, o capacitación, bastaría asegurar el aprendizaje cognitivo medido en el Perfil de Egreso y verificado por el juicio de un empleador. Pero un egresado no es sólo un profesional que dispone de conocimientos, en él también hay un aspecto de desarrollo moral y una importante experiencia de formación católica que requieren ser incluidos. Estas dimensiones se transforman y maduran a lo largo de la vida.
Naturalmente, tenemos que preparar a nuestros estudiantes para que puedan competir en el mercado y asegurarse uno de los relativamente escasos puestos de trabajo disponibles. Pero si este es el único criterio que tenemos para evaluar el éxito de nuestros titulados y de nuestra Institución, podríamos considerarnos como fracasados. Lo que importa es el “por qué” y el “para qué” del bagaje que disponen nuestros titulados. Nuestra vocación va más allá del simple éxito en el mercado laboral.
El criterio real de evaluación de nuestra institución radica en lo que nuestros egresados puedan llegar a ser. Es lo que acaben siendo y que evidencia la responsabilidad con la cual trabajan en el futuro a favor de sus prójimos y de su mundo. Si lo que logran es simplemente convertirse en hombres y mujeres “para sí solos y para los suyos” y no “para los demás” no habremos conseguido nuestros objetivos. En otras palabras: lo que hoy son nuestros titulados y el modo en cómo actúan, es el criterio para verificar si efectivamente estamos cumpliendo nuestro Proyecto Educativo.
Muchas gracias,
Kiyoshi Fukushi Mandiola, Secretario General y Director General de Aseguramiento de la Calidad
0