Todos sabemos y sentimos el impacto de las tecnologías en nuestras vidas. Hecho que vemos acrecentarse y que, sin duda, continuará aumentando e influyendo en más aspectos de la cotidianeidad. En este escenario real, las instituciones educativas, que por su naturaleza están llamadas a formar personas, de todas las edades, incorporan tecnología a su quehacer y tratan de estar informadas de cualquier cambio que se produzca en este ámbito. Están conscientes que, de no hacerlo, será divorciarse de la realidad.
Las modalidades formativas que conocemos son la presencial, semipresencial y la no presencial. En estas tres están presente las TICs. Hoy internet nos entrega una enorme cantidad de recursos para el proceso de enseñanza y aprendizaje (audios, vídeos, textos, imágenes, etc.). En tal sentido, hoy existe la posibilidad de colaboración y trabajo en equipo. El medio tecnológico puesto a nuestra disposición nos ofrece la oportunidad de aprender con otros. Ninguna de las tres modalidades está exenta de esta posibilidad.
Pareciera entonces que la clase reducida a solo transmitir contenidos no es hoy lo óptimo. En los cursos online rara vez se toma apuntes. Algunas de las estrategias habituales de los cursos no presenciales, deberían llevarse a los cursos presenciales. Parece obvio que internet y los computadores deberían siempre estar en las clases presenciales, para usarlo como un recurso de aprendizaje y para que se pueda discutir, intercambiar ideas sobre lo que ya está escrito o cuyo contenido ya existe. Lo que se escriba, deberían ser comentarios, frases sintetizadoras de lo aprendido.
Hoy todas las instituciones educativas saben que el estudiante no solo aprende en las aulas. No son estas depositarias exclusivas y monopólicas del conocimiento humano. El estudiante posee bibliotecas mundiales en su computadora o celular. No necesitar ir a bibliotecas físicas para acceder a lo que desea saber. En este escenario, es crucial que armonicemos nuestro trabajo formativo con todos los instrumentos tecnológicos disponibles. Junto a lo anterior, que el docente sea un facilitador del aprendizaje y sea capaz de utilizar recursos tecnológicos para guiar a los estudiantes en su formación. Esto es lo que demandan jóvenes que nacieron en esta revolución tecnológica.
Si el conocimiento está accesible para todos por las oportunidades que nos ofrece la tecnología, las preguntas validas son: ¿a qué viene hoy, presencialmente, un estudiante a una institución de educación superior? Es una pregunta que no tiene respuesta única. La mayoría dirá: vienen a obtener un título que los habilite para obtener un trabajo y una razonable renta. Es verdad, pero esto continuará siendo la tendencia en los próximos decenios, ¿vendrán a esto? Otra pregunta es ¿Las instituciones para formar requerirán en el futuro la presencialidad de sus estudiantes para lograr los aprendizajes?
Lo anterior no se hubiera complejizado sin la existencia de una tecnología que avanza muy rápida y abrumadoramente. Las instituciones y sus aulas continuarían sin evolución y formando como lo han hecho cientos de años. Sin embargo, la realidad material que ha sido impactada inexorablemente por las tecnologías existentes y por las que vendrán, hace que las instituciones no estén en una zona de confort, sino de incertidumbre porque está en riesgo su modo histórico de lograr aprendizajes. La hora de la modernización profunda está en ciernes y demanda una pronta respuesta.
0