14 de Marzo, 2016

La formación integral: un desafío permanente para la educación superior.

Equipo Editorial Observatorio

Equipo Editorial Observatorio

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Formar integralmente es mucho más que entregar conocimientos científicos usando como medio un currículo de estudios. Apunta a aquello pero también a buscar la realización personal de todo ser humano, es decir, una persona con necesidades diversas tanto materiales como espirituales. Se trata de formar personas no para sí mismos y su individualidad sino para vivir armoniosamente en la sociedad, que sabe convivir con otros y asume su interdependencia de los demás.

La formación integral es posible entenderla en ocho dimensiones: afectiva, cognitiva, corporal, comunicativa, espiritual, estética, ética y sociopolítica. En lo afectivo se busca enseñar a entenderse y relacionarse consigo mismo y con los demás, socializando, valorando los sentimientos y emociones como aspectos centrales del vivir con uno y con otros. En lo cognitivo, formar una estructura mental, adquirir conocimientos y desarrollo de habilidades básicas y complejas para poder comprender el mundo material y espiritual, su entorno y a sí mismos; En lo corporal, que sea capaz de cuidar y cultivar su cuerpo, tomar conciencia de él y poseer un buen manejo del espacio, tiempo y equilibrio. En lo comunicativo, en la capacidad de ser capaz de expresarse por escrito y oral y también con lenguajes distintos a los verbales, haciendo un buen uso de ellos. En lo espiritual, que valore y entienda la trascendencia y busque a Dios para darle un sentido más completo a su vida. En lo estético, una persona que es capaz de encontrar y valorar la belleza con un sentido crítico y con un gran desarrollo de la sensibilidad para buscarla y colaborar a crearla y que ayuda a su cuidado. Asimismo, la ética logra que los estudiantes puedan tomar decisiones autónomas iluminados por principios y valores y estén conscientes que deben asumir con responsabilidad las opciones que tomen. Por último, la dimensión sociopolítica, en el aprender a ser ciudadanos, con todos los valores y responsabilidades que implica el actuar político ya sea para elegir como también el de ser elegido.

Hoy no existe ninguna institución educativa, sea esta escolar, universitaria o técnico profesional, que renuncie a intentar formar integralmente. Ha pasado a ser un lugar común del discurso y casi una “muletilla” de uso permanente el afirmar que se educa integralmente. Sin embargo, otra cosa es lo que a veces sucede en la realidad. Es evidente que aún continúa pesando el dedicarse solo a la transmisión de conocimientos de las distintas ciencias o especialidades del conocimiento. De hecho, no es extraño o curioso encontrar en algunas instituciones solo evaluaciones que miden conocimientos específicos, pero no de manera explícita actitudes, valoraciones y habilidades blandas, aunque esté establecido que se haga en los planes de evaluación aplicado a los estudiantes. Esta situación es posible de apreciar en el currículum por objetivos y  también en la praxis de los modelos basados en competencias. En definitiva, el transferir con eficacia competencias genéricas y blandas tanto como las específicas, son decisivas para lograr una razonable empleabilidad futura de los egresados de la educación superior.

Evaluar ha sido, es y será una de las tareas más complejas. Medir la formación integral entregada es de los máximos desafíos de toda institución educativa. Sin embargo, es del todo esperable que si una institución opta por formar integralmente, debe analizar regularmente si su plan de evaluaciones le permite medir con eficacia lo que ella misma ha decidido transferir como competencias esenciales deducidas de su Proyecto Educativo. Siempre es razonable preguntarse cómo lo estamos haciendo para medir nuestra formación, porque quienes lo hacen, poseen una alta responsabilidad sobre su propio concepto de calidad formativa.

Esta es una tarea constante para todos los académicos, que nos desafía permanentemente y que no solo se evidencia en la sala de clases, también en las actividades co curriculares y extracurriculares, el desarrollo estudiantil en general, la Pastoral, las actividades de vinculación con el medio en general, todas estas situaciones y actividades tienen por objetivo desarrollar las competencias del siglo XXI, evidenciando la formación integral de los estudiantes.

En el caso de Duoc UC que posee varias Sedes y más de 90.000 estudiantes, con un Proyecto Educativo que optó por la formación integral, posee un desafío de enorme magnitud: educar de acuerdo a los ejes y valores educativos establecidos como norte institucional. La formación integral es una tarea en la que todos participan y poseen responsabilidades: autoridades, colaboradores y académicos, todos juntos para lograr que nuestros estudiantes reciban el sello institucional y la formación de profesionales a la cual manda nuestro Proyecto Educativo.

La historia institucional nos muestra que el estudiante de Duoc UC es reconocido en la sociedad chilena. Hemos colaborado activamente en la construcción de la historia de Chile, formando profesionales integrales que se han incorporado a cientos de empresas privadas y públicas, y en ellas están participando en el desarrollo de la evolución social, económica, cultural y política de nuestro país. Es Duoc UC que, a través de sus egresados, se despliega virtuosamente en toda la sociedad.

Educar integralmente es la acción y el fin más perfecto a la cual debe aspirar una institución educacional madura y llamada a tener vida por siglos.

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