8 de Junio, 2015

Inclusión al servicio de la diversidad.

Equipo Editorial Observatorio

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El cristianismo es esencialmente inclusivo. San Pablo, en su carta a los Gálatas, señala que “todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3, 27-29). En efecto, de lo señalado por el Apóstol se desprende que para los cristianos hay un principio de igualdad, que se fundamenta en el bautismo, sobre el cual se da la rica pluralidad de razas, carismas, capacidades y procedencias que constituyen a la Iglesia. Por ello, entre los cristianos la unidad no es sinónimo de uniformidad sino de comunión de los distintos, y la inclusividad es condición de posibilidad para la existencia de la Iglesia.

Un aspecto central para la inclusividad es la educación. En efecto, como afirmó el Cardenal Bergoglio “una imprescindible misión de todo educador cristiano es apostar a la inclusión, trabajar por la inclusión”.  La educación, y el educador, son un camino natural para integrar a los diversos en una sociedad, porque generarán un espacio común de encuentro de los distintos y porque proveen, como es el caso del Duoc UC, de aquellas herramientas necesarias para que jóvenes, procedentes de realidades sociales y culturales distintas, adquieran las competencias para participar con mejores condiciones en la estructura social.

Esta inclusión no implica una homologación de las capacidades de cada uno, ni pretende ‘quitar los patines’ a los más talentosos y aventajados para generar una igualdad artificial. La inclusión, desde la perspectiva cristiana, implica ayudar a que cada persona desarrolle sus propios dones, desde su originalidad, y que los ponga al servicio del bien común, respetando su diferencia y favoreciendo el desarrollo de sus propias aptitudes. Por lo mismo, en un proyecto educativo católico es relevante abrir espacio para que los estudiantes, con talentos y capacidades diversas, puedan desplegar libremente sus dones al servicio del país. También es un valor reconocer que las distinciones, lejos de ser una amenaza, son una riqueza que no vulnera la integración social.

Unido a lo anterior, la inclusividad ha de manifestarse en la generación de condiciones que hagan posible que todos los miembros de la institución, más allá de su procedencia social y cultural, sean y se sientan parte del proyecto educativo. Por ello, hablar de una simple inclusión económica resulta parcial, si quien ingresa no encuentra las condiciones necesarias para un desarrollo humano integral que supone ser acogido, reconocido, respetado, valorado y exigido como persona. En este aspecto, la falaz utopía de que la solución de las barreras económicas subsanaría de por si el problema de la inclusión aliena la reflexión de otras consideraciones no menos relevantes al momento de ofrecer una solución global.

En esta misma lógica las condiciones internas de una institución educativa han de considerar proactivamente la inclusión también de personas que por diversas razones no pueden participar, en igualdad de condiciones, en el tejido social. Me refiero a los que tienen capacidades diferentes, a los migrantes, a los que padecen alguna limitación y también a aquellos que por su historia han experimentado la marginación social. Frente a estos y otros grupos la institución educativa no solo ha de ser consiente sino proactiva generando espacios y condiciones para una adecuada inclusión de esas personas. En esta línea los proyectos educativos católicos no solo han de realizar esta inclusión sino que tienen el deber –que brota de su misma naturaleza– de ser líderes en iniciativas y propuestas inclusivas, constituyéndose en activos referentes sociales en la materia.

Duoc UC trabaja a diario por ofrecer las mejores condiciones humanas, académicas y de infraestructura para que todos los estudiantes tengan lo necesario para su adecuada formación técnico y profesional en vista a su desarrollo humano integral. Al mismo tiempo, la calidad de lo que impartimos está al servicio de una creciente inclusión de sus estudiantes en el tejido social donde servirán. Sin embargo, estos esfuerzos serán más eficaces si el proyecto global de educación en el país pone su mirada y focaliza sus esfuerzos en elevar los estándares de calidad educacional básica y media en Chile. Una escuela de buena calidad en una región remota de Chile, por ejemplo, puede ser mucho más inclusiva que un liceo ubicado en la capital justamente, porque lo que se entrega a los estudiantes en ese establecimiento, son herramientas de excelencia que le permiten estar en condiciones similares frente a otros que participen de esa misma condición en ciudades más pobladas y provistas del país.

Finalmente, hemos de subrayar que la inclusión no implica mutar la identidad. Hay ideologías que sostienen que la identidad está en ‘permanente construcción’ y que, por lo mismo, la mayor inclusividad implicaría ir ‘construyendo’ la nueva identidad en un dinamismo de permanente mutación. Sin desconocer la riqueza de los aportes de todos quienes se hacen parte de un proyecto educativo, la identidad católica no está al servicio de un constructivismo mutable, ni de ideologías de turno, sino que, por el contrario, la identidad de un proyecto de naturaleza católica está al servicio del bien común. Las instituciones de educación católica, como Duoc UC, tiene la convicción de que en la medida que sean más coherentes con su proyecto educativo y con el ideario fundacional, gozando de la libertad que este conlleva, serán esencialmente inclusivas en su interior y estarán al servicio de un bien común que, por definición, no excluye a nadie. 

Capellán General Duoc UC Cristián Roncagliolo Pacheco

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