Hasta fines del siglo XX los estudiantes, al acceder a la educación superior, ingresaban con la convicción que esta era una etapa considerada de finalización de sus estudios formales, un proceso que se había iniciado en los jardines infantiles. Un porcentaje de ellos, no la mayoría, admitía la posibilidad de tener que volver a las instituciones de manera circunstancial de acuerdo con las demandas de nuevas competencias exigidas por el mercado laboral. Actitud estimada natural ya que las disciplinas de estudio, si bien evolucionaban, sus transformaciones esenciales continuaban siendo lentas.
En los últimos treinta años la situación cambió radicalmente. Los avances enormes en las ciencias básicas y algunas de sus derivaciones de aplicación tecnológica, han acelerado la cantidad y complejidad de los conocimientos disponibles y necesarios de lograr como aprendizajes. Al punto que hoy ya se solidifica la convicción que los estudios de educación superior son solo una etapa más de un proceso continuo que no terminará, al menos, hasta la jubilación laboral.
En este escenario el concepto de aprendizaje permanente se ha instalado con fuerza en el discurso de la academia como también en los ambientes laborales. Asimismo, la Unesco ha dicho que uno de los objetivos de desarrollo sustentable a lograr para el 2030 es una educación de calidad, inclusiva, equitativa y con oportunidades de aprendizaje a lo largo de la vida para todos.
Es elogiable este objetivo de la Unesco. Sin embargo, al examinarlo, se deduce que estima que el aprendizaje mayoritariamente se obtiene en los ambientes formales, en la escolarización, en el mero aprendizaje formal que es posible de obtener en todas las instituciones educativas desde los jardines infantiles hasta la educación superior. En consecuencia, el aprendizaje a lo largo de la vida está directamente conceptualizado como todo aquello que incorporamos a nuestro saber y que proviene de las instituciones educativas formales.
Sin embargo, esta idea es confrontada con la importancia que ha tenido, desde el origen de la humanidad, de todo aquello que aprendemos en contextos informales (aprendizaje en el día a día) o no formales (lo que se aprende en actividades que son organizadas y que no son originadas en instituciones educativas). Si antes estos fueron importantes hoy lo son más por el impacto que internet y las redes sociales están teniendo para adquirir conocimientos, valores, cultura en su sentido de alta como también de aquella que abunda popularmente. Por tanto, parece de absoluta necesidad incorporar al aprendizaje permanente todo lo de origen formal, informal y no formal.
Sabemos que los tres tipos de aprendizajes requieren modelos pedagógicos diferentes. De tal modo que los conceptos de andragogía y heutagogía pasan a ser centrales en la formación informal y no formal y, sobre todo, para la educación continua, etapa posterior al egreso de los niveles formales. La andragogía es un proceso de estudio autodidacta, un aprendizaje practicado con autonomía de toda institución educativa y en que el sujeto que aprende se autoforma y se aproxima con libertad al saber que necesita para ser y actuar, tan propio de la educación de adultos. Por tanto la andragogía propone técnicas para la educación de adultos. La heutagogía es un derivación de la primera y estimula el aprender a aprender en los adultos para que estos definan cómo, cuándo y qué aprenden.
En una época en que el aprendizaje es y será permanente, la formación Técnico Profesional pasa a ser crucial para lograr los objetivos de la agenda 2030 de la Unesco. El aprendizaje debe ser transformador y ser capaz de lograr aplicar las habilidades adquiridas en los nuevos contextos que se presenten. Uno que potencie la autonomía de pensamiento y que permita que las personas puedan adaptarse a situaciones emergentes. De esta manera, las instituciones de FTP que producen en gran cantidad técnicos y profesionales y que son un reconocido mecanismo de cohesión e integración social, podrían contribuir decisivamente al desarrollo sostenible al cual aspiran los países.
La Unesco desde el 2015 afirma que la FTP debe fomentar y reconocer el aprendizaje informal y no formal. Los IP y CFT pueden y deben cumplir un rol de envergadura para el crecimiento y desarrollo de Chile. Para lograr esta finalidad es indispensable que las instituciones busquen el método más adecuado para medir el aprendizaje obtenido por sus estudiantes de manera informal y no formal. De este modo, pueden cumplir un rol relevante de protección de la fe pública al validar las demostraciones y evidencias del saber de las personas y así evaluar en las distintas etapas el aprendizaje a lo largo de la vida. Asimismo, sus departamentos de educación continua están llamados a fortalecer el conocimiento y dominio en sus docentes de las técnicas de la andragogía y heutagogía, indispensables para lograr eficacia en la enseñanza de los adultos.
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