27 de Julio, 2020

El acompañamiento a los egresados de la educación superior, una decisión estratégica.

Equipo Editorial Observatorio

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En el siglo XX la preocupación por los egresados no era algo que fuera prioritario para las instituciones de educación superior. A lo más, cierto interés en los momentos en que se deseaba difundir alguna actividad académica que fuera de interés para los profesionales o técnicos, o atraerlos a algún diplomado, un magister o un doctorado. Pero son escasos los estudios que existen para conocer el comportamiento y el desempeño profesional o técnico de cada uno de ellos. Es verdad que existen algunas muestras estadísticas de estos para saber el nivel de renta que poseen, y en ciertas ocasiones se invita a algunos para conocer sus opiniones respecto de la institución en la que estudiaron, sobre todo en los momentos para obtener la acreditación institucional. Pareciera entonces que es necesario aumentar el conocimiento y la relación que tenemos de nuestros egresados, porque son ellos los que prueban con su desempeño la real eficacia formativa de las instituciones.

Sabemos que a nivel internacional ha aumentado el interés y la evaluación de los resultados educativos, a través de la observación continua del éxito laboral de los egresados. Existen varios rankings de renombre internacional que consideran a los egresados para evaluar y calificar las instituciones. Por tanto, el seguimiento de los egresados ha pasado a ser un asunto de gran importancia para toda la educación superior. La preocupación por estos ha pasado a ser un objetivo estratégico ¿Qué explica este cambio de actitud?

La respuesta es que ya no basta con solo asegurar las competencias establecidas en los perfiles de egreso para lograr la titulación.  La relación educativa entre un estudiante y la institución formadora es la del aprendizaje continuo y para toda la vida. Este hecho se ha visto provocado y estimulado por los cambios continuos del mercado laboral, como consecuencia de los avances científicos y tecnológicos que están presionando para firmar un contrato de formación de más larga duración entre las instituciones y sus estudiantes. Existe cierto consenso en creer que hoy y en un futuro cercano, los estudiantes al titularse solo han terminado una primera etapa y que pronto tendrán que volver no necesariamente para lograr un magíster o un doctorado, sino a programas de estudios más modularizados, acotados y precisos para renovar competencias atingentes y coherentes con los cambios tecnológicos, sociales y económicos que se avecinan.

La educación continua tiene una oportunidad y un desafío de gran envergadura. Necesita saber qué se necesita en el mercado laboral en cuanto a competencias duras y blandas, tarea sine qua non. Las primeras para actualizar los conocimientos de los titulados ante el avance vertiginoso y los efectos de los descubrimientos científicos y de la investigación aplicada. Por ejemplo, el conocimiento de los avances en software, programación computacional y las nuevas aplicaciones que van apareciendo, con el uso preciso y las oportunidades que se crean, es un conocimiento y una capacitación muy valiosa y oportuna. Las empresas poco capacitadas terminarán por exponer su existencia, ante una competencia que puede estar más preparada para moverse en un escenario más incierto y dinámico. Es aquí donde las instituciones de educación superior pueden acompañar y dar un soporte eficaz y concreto a las empresas.

Muchas empresas, incluso las más modernas, con el avance e impacto de COVID-19, quedaron desnudas y debilitadas para acomodarse a la digitalización y a la organización de un aparentemente simple reparto a domicilio que fuera adecuado y eficiente. Se creían tecnologizadas y no pudieron resistir el golpe pandémico. Ni hablar de las empresas más pequeñas, que han tenido que esforzarse mucho para actualizarse y aprender aquello que nunca les interesó aprender. Si hay algo que hoy tenemos claro es que esta pandemia llegó para acelerar el ingreso a la revolución 4.0 y 5.0. Y el mundo que se nos viene es el inicio de un nuevo paradigma, y las instituciones de educación superior deberían aportar mucho para dibujar y darle contenido a este nuevo escenario.

Los egresados pasan a ser una fuente de información de alta relevancia para las instituciones educativas. Nos informan no solo de su inserción laboral y de sus eventuales rentas obtenidas, sino también de la pertinencia de sus competencias en los reales contextos laborales. Es recomendable mantener y fortalecer este puente estratégico que puede aportar contenidos de manera decisiva a la permanente actualización de los perfiles de egresos y de las necesidades de educación continua. Asimismo, las instituciones educativas podrían saber con precisión de qué necesita dominar un empleado para obtener siempre un trabajo y no perderlo con facilidad, como consecuencia de su escaso dominio de lo que debería estar al tanto.

En Alemania, España, Reino Unido, Singapur y Estados Unidos es cada más frecuente observar seguimiento de egresados no solo para obtener cifras de empleabilidad, sino también para detectar a tiempo nuevas competencias específicas y genéricas que están siendo hoy requeridas por el mercado. Y esta necesidad de acompañarlos, ha pasado a ser estratégica.

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