La Educación Técnico Profesional desde mediados del siglo XIX ha sido muy importante para Chile. No solo para mejorar la empleabilidad de muchos ciudadanos y ciudadanas, sino también como un subsector de la educación superior que llegó a darle más oportunidades de estudio y posibilidades futuras a los jóvenes.
En su trayectoria histórica este tipo de educación ha tenido aciertos y tareas por conquistar. Entre las primeras se encuentran el generar más oportunidades laborales; el focalizarse en educar aquellos estudiantes que desean oficios o carreras no universitarias; el incentivar el aprender haciendo; el promover que sus perfiles de egreso sean pertinentes a la realidad laboral actual y futura; el valorar que las personas posean talentos distintos a los academicistas y que estos son relevantes para la sociedad; el crear ofertas formativas distintas a las propiamente universitarias y, por tanto, el incentivar la diversidad de opciones formativas; que en su trayectoria desde la niñez institucional, fue mejorando hasta ser considerada como una opción legítima al interior de la educación superior; el que sus estudiantes al egresar mejoraran sus posibilidades en su bienestar respecto a su opción inicial de carencia de formación TP; el dar oportunidades de docencia a profesionales que sin la existencia de educación TP no tendrían opciones de enseñar y lograr aprendizajes. Estos son sin duda aciertos.
También tenemos tareas y logros no conquistados o por hacer. Entre estos están: Tardanza y escaso interés en trabajar en definir la naturaleza esencial de la educación TP, en su tipificación y fijación de sus bordes académicos; no incentivar la creación de un Instituto Nacional de formador de docentes TP (hubo intentos en el pasado, pero no prosperaron), entidad que le diera más formación pedagógica y disciplinar a sus docentes; acercar más y con más sistematicidad a las instituciones formativas con las empresas, para obtener la experiencia y las opiniones de estas respecto a sus reales necesidades de competencias; trabajar en uniformar los títulos nominales de las carreras de las distintas instituciones para que el empleador pueda comparar y contratar con más eficiencia y eficacia; incentivar más un marco de cualificaciones que logre más eficacia formativa; incentivar y sistematizar la investigación aplicada aprovechando las competencias de sus docentes y estudiantes. En todo esto las instituciones TP hoy trabajan para avanzar y evolucionar positivamente.
Los países ya reconocen el aporte sustancial de este tipo de instituciones. De hecho, las están incentivando y gobiernos como China, Inglaterra, Australia, Canadá están realizando importantes aportes financieros para promoverlas. Han llegado a la conclusión que sin este tipo de instituciones el desarrollo, la búsqueda de más bienestar y el crecimiento económico en sus países no es posible.
Las instituciones TP han logrado posicionarse como entidades que provocan movilidad social. Si bien aún es lento el avance, pero es innegable que dan más oportunidades de una mejor renta a aquellos que cursan sus carreras. Sus egresados están mejor si poseen estos estudios a no tenerlos. Asimismo, los países están mejor a carecer de este tipo de oferta formativa.
Largo y próspero camino posee este tipo de estudios. En un cambio de época como el que experimentamos, es relevante reflexionar sobre su concepto, tareas y las demandas futuras de los espacios laborales. Se trata de seguir acompañando la evolución histórica del país, y dar respuestas formativas eficaces a las necesidades que nos demanda el futuro. Para lograrlo, es necesario tener la convicción que somos relevantes para la sociedad del hoy y del mañana. Es nuestra primera necesidad, y luego desplegar energía y trabajo para continuar evolucionando positivamente.
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