Quien lee, imagina, y si por mucho leer duerme poco, es evidente que va a tener más tiempo para imaginar. Que yo sepa nadie ha enloquecido por mucho leer o por mucho imaginar. Leer e imaginar son dos de las tres puertas fundamentales por las que se accede al conocimiento de las cosas. La tercera es la curiosidad.
Sin antes haber abierto de par en par las puertas de la lectura, la imaginación y la curiosidad, no se irá muy lejos en la comprensión de uno mismo y del mundo.
Cada uno de nosotros existe durante un tiempo muy breve y en dicho intervalo tan solo explora una parte diminuta del conjunto del universo. Pero los humanos somos una especie marcada por la curiosidad: nos preguntamos y buscamos las respuestas. Vivimos en este vasto mundo que a veces es amable, a veces cruel y contemplando la inmensidad del firmamento encima de nosotros, nos hemos hecho siempre una multitud de preguntas. ¿Cómo podemos comprender el mundo en él que nos hayamos? ¿Necesitó el universo un creador? ¿Qué o quién es Dios? ¿Es suficiente la razón?
La mayoría de nosotros no pasa la mayor parte de su tiempo preocupándose por esas cuestiones, pero casi todos nos preguntamos por ellas en algún instante. Intentar responderlas resulta muy largo o complejo, por lo que es más conveniente acudir a aquella actitud trascendental que es garantía de lo que se espera, aquello que prueba la realidad que no se ve: La FE.
Lo anterior no nubla ni desmerece los juicios y observaciones que podemos humanamente sostener o afirmar desde “la razón”, sea esta pura o aplicada. Consideremos que mientras más observaciones tenemos disponible de los hechos, mayor será el grado de acercamiento -razonablemente aceptado- de la conclusión o generalización a la que podamos arribar o a la “verdad” que deseemos descubrir.
Además, las observaciones nunca serán las suficientes, bastará solo una más que no concuerde o coincida con el conjunto de las observaciones anteriores, para modificar el resultado empírico del análisis y volver a plantear “la incertidumbre” de los hechos observados.
La incertidumbre es un fenómeno cada vez más instalado en el mundo, cada vez que el mundo cambia, lo más seguro es que el escenario estará lleno de más incertidumbre y que con ella deberemos navegar y convivir. Todo esto, que parece abstracto, no lo es tanto y nos explica también muchas otras cosas, como, por ejemplo: ¿Porque hace un año, durante el 2013- el Papa Francisco, un hombre de 76 años de edad, logro cautivar en una playa de Brasil a más de tres millones de jóvenes, con su sencillez, ¿espontaneidad y su amor a la verdad?
Y la respuesta es que el hombre hace las cosas por amor y por eso que ese amor a la verdad es muy importante porque orienta y conduce, da fuerzas y motiva, para seguir construyendo y declarando esa “verdad” que además nos ayuda a buscar y a construir nuevas cosas. Entre ellas: en nuestras familias y en nuestro trabajo y también en nuestra querida sede, a esta nueva comunidad, renovada ya no solo en el espíritu de su inspirada concepción, sino que también en las acciones y los hechos que la han ido caracterizando y distinguiendo. En una comunidad en la que todos somos valorados y reconocidos. Una comunidad en la que estamos todos invitados a ser parte y a aportar desde nuestras particulares visiones. Una invitación a ser protagonistas de nuestro propio devenir. Entonces, no encuentro razón para que “la verdad sea ocultada u omitida”, toda vez que seamos sencillos, humildes y espontáneos en decirla, así como lo hizo el Papa Francisco en aquella playa de Brasil.
En nuestra querida sede, hemos vivido significativos e interesantes cambios. Todos nos hemos preocupado de convencer y motivar para ayudar a mejorar las conductas, los hábitos y las actitudes. De generar las confianzas necesarias y de recoger las lecturas correctas del entorno para encontrar una mejor adaptación al cambio. Evidentemente como en toda organización los procesos y las acciones que impulsan cambios no están ajenas de dificultades y reticencias. Pero es justo allí donde radica el desafío y el éxito del liderazgo, que está basado en la confianza y que es de todo un equipo de personas comprometidas y motivadas. Que mira al interior y que entiende que la comunidad necesita de muchas más conversaciones, que promueve el trabajo colaborativo de las áreas, que abre “espacios de aprendizajes” para escuchar y para impulsar una nueva cultura interna y que, por, sobre todo, entiende que el servir a los demás es parte fundamental de la gestión y del liderazgo.
El cambio tiene mucho que ver con el aprendizaje. Este es una condición natural a las personas. Aprender es disponerse a cambiar ante una experiencia significativa de aprendizaje. El aprendizaje supone pararse desde la humildad del “no saber” para aceptar lo nuevo que aprender, de modo tal, que signifique un cambio más o menos permanente de la conducta ante tan emocionante y relevante experiencia aquilatada y recibida.
El que no es humilde no aprende. Si quieres aprender debes estar dispuesto a recibir lo nuevo y a aceptar que la nueva experiencia vivida significará un aporte en tu desempeño que te permitirá entender mejor, saber más y agregar valor a las cosas que te han confiado. Se aprende para ser feliz, no para sufrir ni para lamentar. Se aprende para valorar las cosas y a las personas con mejor disposición, altura de miras y sobre todo con mucho amor. Se aprende para servir no para ser servido, porque el hombre que no vive para servir no sirve para vivir.
Todo lo anterior no es casualidad, se debe entre otras cosas, al convencimiento de que potenciar una red dinámica de conversaciones, impulsar una cultura que escucha a las personas, abrir los espacios de aprendizajes, entender que el error es parte de ese aprendizaje y que “no basta con hacer lo mejor posible, sino que hacer todo lo que sea necesario” nos conducirá finalmente a un exitoso “cambio de paradigma”, en el que estamos empeñados de realizar, al igual que el Papa Francisco en aquella playa de Brasil, con sencillez, espontaneidad y mucho amor a la verdad.
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