“Había una vez una princesa cuya mano era disputada por muchos pretendientes. Cada uno de ellos le ofrecía cosas maravillosas para lograr deslumbrarla, sin embargo, ella permanecía inmutable ante cada uno de los ofrecimientos, hasta que los pretendientes ya no sabían qué regalarle para conquistarla. Nadie lograba conmoverla, ni siquiera un poco, hasta el momento en que aparece el último de los pretendientes, quien con mucha humildad abre su capa y extrae de ella un par de anteojos que entrega a la princesa. Ella los recibe, se los coloca, sonríe y le entrega su mano.”
Este breve cuento, extraído de una serie Checa de dibujos animados, y que el Doctor en Matemática Pablo Amster relata en cada una de sus charlas, tiene por objeto demostrarnos cómo en el final de la historia, en su resolución, encontramos la belleza del relato. Para sus propósitos (enseñar a sus estudiantes la belleza de la disciplina), el demostrar cómo las matemáticas pueden sorprendernos con un final inesperado y mirar el problema desde otra perspectiva.
Si bien es cierto esta historia sirve al Doctor Amster para demostrar su punto, fue otra cosa la que llamó mi atención en este cuento. Es precisamente la actitud de los otros pretendientes, quienes desde sus propias concepciones le llevan a la princesa todos aquellos regalos que ellos consideran apropiados para conseguir la reacción esperada de parte de ella. Solamente el último pretendiente fue capaz de ver más allá, lo que realmente la princesa quería y necesitaba y por eso tuvo éxito. Hasta justo antes del final del cuento podemos pensar que la princesa es exigente, de gustos exóticos, inconformista y con esa imagen nos habríamos quedado hasta que descubrimos lo que realmente ocurría: era miope y no veía todos los regalos que le ofrecían.
Cuántas veces la actitud de los pretendientes es nuestra actitud frente a lo que nos rodea, desde nuestras concepciones actuamos, trabajamos, interactuamos, seguros de que el resto entenderá lo que queremos hacer, decir o proponer. Un jefe no obtiene lo que espera de su colaborador, un estudiante no le presenta el trabajo que espera ver su docente, un colaborador siente que su jefatura no reconoce todo lo que hace.
En mis años de entrenadora como Profesora de Educación Física, me tocó muchas veces armar coreografías que yo consideraba excelentes. Tuve que sufrir la derrota varias veces para darme cuenta de que no era estratégico presentar lo que yo pensaba que era bueno, sino que debía presentar lo que los jueces querían ver. En el momento que comprendí esta diferencia, comencé a ganar.
Tal como el último pretendiente, debemos conocer y ofrecer lo que el otro necesita, lo que el otro busca para lograr el éxito. Por la contraparte, es fundamental expresar lo que se busca, lo que se quiere y necesita. Parte del problema de la princesa, radicaba en su incapacidad para decir lo que le pasaba.
Para tener éxito es necesario reforzar las comunicaciones, hablar, ser honesto, abierto y trasparente.
La jefatura debe decir lo que necesita, ser claro en las metas; el colaborador debe tener consciencia de lo que se espera de él, preguntar e indagar. Parte de la proactividad que se busca en los colaboradores hoy en día, es precisamente que se cuestionen constantemente: ¿Sé lo que mis jefes esperan de mí? ¿Tengo claras mis metas? ¿Cómo lo estoy haciendo?
Las jefaturas a su vez debiesen preguntarse: ¿Soy claro con mis trabajadores? ¿Les entrego lineamientos para que puedan desempeñarse bien? ¿Evalúo constantemente? ¿Refuerzo? ¿Saben ellos lo que estoy esperando? ¿Soy realmente una guía para ellos?
En Duoc UC tenemos muchas herramientas para lograr este objetivo, entre varias, una muy importante para promover estas acciones es la evaluación de desempeño. Esta instancia que debiese existir en todos los niveles nos motiva a llevar a cabo estas conversaciones y promueve la comunicación.
Quizás si la princesa hubiese tenido la oportunidad de decir lo que le pasaba, no habría sido necesario que alguien lo adivinara y sus problemas se habrían resuelto mucho antes.
Y por, sobre todo, si los pretendientes hubiesen estado atentos a lo que la princesa necesitaba, bueno… no tendríamos cuento.
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