Cuando Thomas Alva Edison sacó a la luz su primer fonógrafo en 1876, el foco estaba puesto en el logro de capturar las vibraciones sonoras, registrarlas y poder reproducirlas después. Ese era un gran paso tecnológico, y en esos días nadie estaba demasiado preocupado por lograr un parecido entre los sonidos reales y los grabados. Bastaba con que se pudieran registrar y reproducir. Sin embargo, con el paso de los años fueron surgiendo nuevas tecnologías que aportaron a los sistemas de grabación y reproducción de sonido, siendo la inclusión de la energía eléctrica en los sistemas de grabación y reproducción uno de los avances más notables y que más posibilidades ha arrojado hasta hoy.
En 1906, Lee de Forest inventó el tríodo, que permitía amplificar las ondas y controlar su volumen. Desde entonces la evolución de los sistemas de audio ha sido constante, mejorando de manera sostenida la calidad del sonido grabado y reproducido (el audio). Es así que en las décadas de 1970 y 1980 los equipos de sonido para uso doméstico competían en calidad de fidelidad, tendencia que se caracterizó por el término “Hi-Fi” o “High Fidelity”. La idea era lograr una copia fiel de la fuente sonora original y llevarla por medios tecnológicos hasta los oídos del público. Sistemas de grandes altavoces –con cajas construidas en madera para armonizar estéticamente con los muebles de las casas- equipos con ecualizadores, amplificadores, reductores de ruido Dolby, etc. De esta manera se buscaba capturar todos los matices y detalles de la fuente sonora real. Y en la actualidad la norma es “High Definition”, es decir alta definición. ¿Cuál es la diferencia con Hi-Fi? Básicamente que Hi-Fi buscaba la reproducción más fiel posible al original y High Definition simplemente… supera al original. Hoy en día el sonido grabado y reproducido en un sistema doméstico de audio supera con creces a la fuente original. O sea que, si ponemos a un cantante a cantar a capella en una habitación de una casa y lo comparamos con su voz grabada dentro de una producción musical actual, notaremos de inmediato que la grabación sonará con mayor volumen y profundidad, con un gran nivel de inteligibilidad incluso en los pasajes más suaves, y por supuesto, con una afinación sospechosamente perfecta. Y lo mismo sucede con los demás instrumentos y elementos de la mezcla. Es igual a lo que sucede cuando vemos a actores en, por ejemplo, películas de acción, realizando hazañas increíbles y movimientos rápidos, precisos e impresionantes. Claro que a estas alturas todos sabemos que cuando vemos una película mucho de aquello se trata de trucos y efectos especiales. Pero ¿estamos conscientes de esto cuando escuchamos un disco? ¿Sabe el público general distinguir cuando se trata de un truco, o de un efecto especial? Me parece que no. No hay consciencia de que una producción musical actual es, generalmente, un montaje, es decir una realidad forzada, una yuxtaposición de elementos que dan la idea de ser otra cosa distinta. Una super-realidad. A partir del año 1967, puntualmente con el disco “Sargent Pepper´s Lonely Heart Club Band” de The Beatles, y gracias al productor George Martin, el estudio de sonido pasó a ser un instrumento más, esta vez en las manos de un sonidista, no de un músico.
Decía Michel Chion en su libro La Audiovisión, que cuando uno va al cine y compra un boleto, está pagando para que lo engañen, desde el conocimiento de que es así, y que por lo tanto el espectador está de acuerdo de manera implícita con el engaño con el fin de disfrutar una experiencia estética o simplemente por diversión. Entonces hay que advertir al público que, desde hace bastante tiempo ya, cuando escucha una producción musical, generalmente está frente a un engaño, a un montaje, a una realidad forzada. Y que en muchos casos está más ante la obra del sonidista que del músico. Es la consecuencia de una sociedad que ha creído más en la calidad tecnológica que en la calidad artística. Y no digo que ambos ámbitos no puedan convivir, de hecho, Alan Parson, Ingeniero en Sonido, creó su Allan Parson´s Project a partir de su deseo de producir en estudio música de gran calidad, partiendo por reconocer que si bien él tenía cómo hacer grandes discos –en lo técnico-, no contaba con las habilidades composicionales, instrumentales o vocales para generar un material musical de calidad. Entonces iba reclutando para sus discos a un buen compositor para que creara obras musicales de calidad, un buen cantante para que interpretara esas canciones con propiedad y músicos de sesión de nivel superior. El resultado fueron discos de enorme calidad musical y sonora. Eso es ser altamente fiel a sí mismo. Y se agradece.
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