Hoy en día, pertenecer a un equipo, o tener un equipo a cargo, genera grandes desafíos y uno de estos es gestionar los espacios para mejorar, proponer y corregir los procesos que nos toca llevar a cabo, levantando nuevas ideas y escuchando lo que las personas, que están dentro de estos flujos, tienen que decir. Para que lo anterior ocurra debemos generar, de manera sistemática, encuentros y dinámicas que permitan recoger mejoras, para luego poder aplicarlas como parte del constante perfeccionamiento del quehacer de la Institución.
Es importante destacar que cuando uno habla de cambiar cosas, se tiende a hablar de innovación con una naturalidad que impresiona. No siempre se sabe bien de qué se trata y qué debemos hacer para innovar. Lo primero que se me viene a la mente es el concepto errado que tenemos todos, que cuando se habla de esto, tendemos a creer que es la expresión propia de la creatividad, siendo una capacidad con los que algunos nacen y que el resto de las personas, que no “contó con esa suerte”, está llamado a seguir las instrucciones de los “creativos” que constantemente tienen ideas. Unos crean y otros ejecutan.
Frente a lo anterior, considero que el primer cambio pasa por dejar atrás el paradigma de que solo a algunos les corresponde la tarea de proponer algo, pues desde donde esté, no soy quién para proponer un cambio. La innovación en los equipos es tarea de todos quienes lo componen, ya que es muy probable que todos los que participan tengan algo que considerar y, por más pequeño que sea el aporte, siempre existirá una mirada no vista antes o no considerada con anterioridad.
Esta condición, de estar dispuesto a proponer un cambio, a replantearse el modo de hacer las cosas e incluso arriesgarse a hacer algo completamente nuevo, debiese ser la motivación para nuestro trabajo y nuestra manera de aportar más allá del check list del cumplimiento de éste.
Lo segundo que hay que erradicar, es el “Siempre se ha hecho así”, frase escuchada en reiteradas oportunidades y que solo quiere mantener el Statu Quo que genera la estabilidad de la cosas, pues el cambio incomoda y nos obliga a salir de nuestro espacio “seguro” a uno más inestable, a incluso probar y equivocarse, y tener que volver a lo anterior, pero sin importar que esto ocurra. Hay que desafiar lo que hacemos, para que esto finalmente nos lleve a mejorar. He ahí la importancia de innovar o más bien, cambiar lo que venimos haciendo si es que esto significa, simplificar, ordenar o implementar algo nuevo, permitiendo a los equipos ser más eficientes.
Cabe destacar que el proceso de innovación, o, mejor dicho, proceso de cambio, implica trabajo, pues no es llegar y que surjan ideas porque sí. Lo anterior se debe iniciar generando espacios propicios para la conversación, a través de mesas de trabajo, evaluaciones al cierre de los procesos y validación con todas las áreas involucradas en los flujos y no solo desde las jefaturas, sino de todo los equipos implicados, de manera que se genere una escucha activa. Este procedimiento requiere rigurosidad, ya que cómo siempre me decía un profesor en la Universidad “…El azar premia a las mentes preparadas…” (Louis Pasteur), o sea no es que se prenda la ampolleta (imagen muy usada para hablar de innovación, emprendimiento o creatividad), sino que esto obliga a conocer donde se está, a estar atento al entorno, estudiar si es necesario y llevar una metodología de trabajo ordenada, pues no sirve de nada ser creativo, si la propuesta de cambio no se implementa.
También es cierto que no siempre podremos decir que si, ni hacer todo lo que se propone, ya sea porque lo que se pide se aleja de los lineamientos institucionales o porque implica presupuesto que no es posible de considerar. No hay que olvidar que los recursos son finitos y debemos trabajar en manejarlos de la mejor manera posible, pues como escuché alguna vez, “somos una Institución sin fines de lucro, pero eso no nos hace una institución con fines de pérdida”.
Esta columna es una invitación a innovar desde la posición que estamos, sin importar cuál sea ésta. A eliminar el “siempre se ha hecho así” y a considerar que sin innovación no hay renovación y sin renovación, no hay posibilidad de reencantarnos con lo que hacemos día a día. Esto no solo es una ganancia para nuestros alumnos, sino primero para nosotros mismos, pues debemos querer lo que hacemos, ya que no siempre podremos hacer lo que queremos.
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