Reflexiones a partir de la participación en la XII Jornadas de Gestión Universitaria, Summit 2016 Santiago de Chile. Hoy por hoy las instituciones de educación superior a nivel mundial están dialogando sobre sus operaciones y decisiones sistémicas. Estos dejaron de ser monólogos al interior de las organizaciones, sino que se han constituido en diálogos en voz alta donde no sólo hablan los expertos en educación, sino todos los actores involucrados en el proceso de formación de los futuros profesionales.
Se inauguran la Jornada de Gestión en Educación Superior. El salón Fresno de la Universidad Católica repleta de una audiencia expectante y dispuesta frente a todas las ponencias y talleres que se realizarían en tres días intensos. El primer día tiene lugar la ponencia “Tendencias Actuales en Desarrollo Estudiantil en Educación Superior” expuesta por Enrique Ramos (Ramos, 2016), director de Relaciones Globales de NASPA quien abordó los desafíos para lograr que el aprendizaje sea una actividad amplia, holística y transformadora no sólo en desde lo académico, sino considerando el aprendizaje como desarrollo integral del estudiante. Ramos hizo un espacial llamado a considerar la experiencia estudiantil[1] como un cúmulo de experiencias, vivencias, procesos y situaciones que el estudiante va experimentando durante toda su permanencia en la organización educativa, y de este modo, se van integrando factores cognitivos, sociales e institucionales. Personalmente generó una sensación particular: una emoción sincera. Hablaba con singular pasión sobre la importancia de valorar el aporte del área de Asuntos Estudiantiles. Hacía un llamado a incluir la motivación y disposición particular para significar las acciones que se realizan y en especial, anticiparnos a las consecuencias que dichas acciones tienen sobre nuestros alumnos. Sentenció: “El personal de Asuntos Estudiantiles debe estar dispuesto y preparado, en conjunto con la Academia, para evaluar y cambiar su forma de trabajar –en caso de ser necesario- con el fin de atender de manera efectiva las necesidades de aprendizaje, desarrollo y crecimiento de los estudiantes”.
A menudo, asumimos que las tareas son funciones establecidas y definidas como operaciones del sistema organizacional. Las organizaciones educativas (como cualquier otra organización- dispone de las acciones que cada persona o área debe ejecutar a fin de lograr los objetivos que se han propuesto. Las organizaciones se identifican con la capacidad para movilizar, integrar y orientar actividades hacia el cumplimiento de fines, cuyos resultados se observan por su efecto transformador y de agregación de valor (Arnold, 2008). Nuestro fin no es sólo formar profesionales competentes, sino la formación de personas que son y serán antes que profesionales, PERSONAS. De este modo, Ramos nos arengaba a entender la educación como un proceso no sólo académico, sino que en concomitancia con el desarrollo integral. La dicotomía académico/no-académico en el contexto de las organizaciones educativas es una distinción falaz, porque desde la perspectiva del estudiante existe una sola institución, su institución.
Toda comprensión, análisis, diseño, gestión e intervención de las organizaciones se basa en alguna clase de programa de observación, generalmente implícito, que tiene por función describir los mecanismos y operaciones que las caracterizan (Arnold, 2008) De este modo, nos enfrentamos al desafío de definir con mayor claridad y operacionalizando en forma concreta el trabajo en el área de Asuntos Estudiantiles; incorporando teorías válidas que permitan la planificación de actividades que conlleven resultados eficientes y pertinentes, no sólo por el alcance cuantitativo que acarreen, sino además por las repercusiones positivas en todos y todas los estudiantes. Esto implica revisar y ajustar pautas de evaluación de las actividades formativas con nuevas dimensiones que faciliten el análisis de los resultados esperados (medición del aseguramiento de la calidad y la orientación hacia el fortalecimiento de competencias).
Nuestra misión entonces es formar y fortalecer competencias para la vida y para el desempeño profesional, esto necesariamente obliga a determinar referenciales de competencias e indicadores que no pueden limitarse a la satisfacción del alumno participante. Lo que aparece resumido en un par de renglones sin embargo, conllevan un tremendo desafío porque exigen un compromiso que no puede limitarse a una tarea planificada o actividad entretenida de alta convocatoria (o buena intención); exigen un compromiso ético y profesional de parte de todo el equipo involucrado y del mismo modo, un esfuerzo en pos del trabajo mancomunado y colaborativo con el área Académica. La sumatoria de esfuerzos puede permitir aumentar exponencialmente la transcendencia del desarrollo estudiantil y la identificación con el alma máter. No existe la distinción académico y no-académico, importante y menos importante, así como no existe dentro y fuera del salón de clases. Imposible olvidar: “Nadie educa a nadie —nadie se educa a sí mismo—, los hombres se educan entre sí con la mediación del mundo” (Freire, 1970).
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