En tiempos donde los índices de desocupación nos tienen algo nerviosos y de tanto en tanto aparece un titular anunciando alguno de los masivos despidos que se gatillan cuando “las vacas se adelgazan”, vuelve a tomar valor un concepto clave: La Empleabilidad.
En pleno Siglo XXI, parece algo añejo entender la empleabilidad como la sola tasa de ocupación. Tampoco sería correcto referirla a qué tan buena es una persona para el uso del martillo, atender la boletería o desempeñar una tarea específica. Es algo mucho más profundo que eso, algo integral y definitivamente determinante para mantenerse laboralmente ocupado. Es lo que nos hace irremplazables por una máquina. Su definición más exacta habla de una persona empleable como aquella cuya suma de calificaciones, competencias y conocimientos le dan la capacidad para conseguir y conservar un empleo, mejorar su trabajo y adaptarse al cambio, elegir otro cuando lo desee o pierda el que tenía, e integrarse más fácilmente en el mercado del trabajo en diferentes períodos de su vida.
Si consideramos que el acceso a un mejor trabajo es una de las variables más determinantes de los jóvenes al momento de tomar la decisión de entrar a estudiar, ¿cómo podría una institución de educación superior formar sin la mirada en la empleabilidad? Aparentemente no podría. Pero quien determina los niveles de empleabilidad de una persona no es la misma persona; tampoco la institución de educación. Quien lo hace es el empleador.
Es ahí donde aparece el ingrediente mágico para la receta del éxito: En la simbiosis entre las instituciones de educación y la industria. Es esa estrecha relación la que permite tener una oferta académica coherente para los estudiantes y trabajadores, aquella que les da la posibilidad de capacitarse, formarse a lo largo de su vida y mantenerse actualizado en función de los requerimientos que les demanda y les demandará el mundo laboral.
Las instituciones de educación tienen entonces un rol clave en la empleabilidad al igual como los empleadores tienen un rol clave en la formación de personas. Su función parte mucho antes de la contratación y va mucho más allá de sus contratados. La formación de capital humano es, sin lugar a dudas, una responsabilidad conjunta que depende de la articulación entre ambos mundos.
Esta articulación se logra principalmente a través de las distintas acciones de Vinculación con el Medio que puedan hacer las entidades educativas superiores. Es precisamente en estas instancias donde encontraremos espacios comunes que nos permitan materializar procesos y descubrir herramientas orientados a formar profesionales de primer nivel, con la preparación necesaria para enfrentar los cambiantes desafíos de la industria, en todos sus aspectos y niveles.
0