Los sentimientos y las emociones que logran desarrollar las personas frente a un determinado fenómeno, proceso o actividad, tienen su base en las experiencias que cada individuo ha enfrentado a lo largo de su historia de vida. Esta situación no es distinta en el contexto académico; vale decir, los alumnos también asumen una postura respecto a las asignaturas que cursan, sus compañeros y, por supuesto, sus profesores. Esto no es ajeno para el caso de la matemática, pues la motivación hacia su estudio, la cercanía y el tipo de emociones con el que se enfrentan a esta área, pueden ser muy variadas, evidenciando, sobre todo en los espacios de formación, conductas que sobresalen, a saber, aquellos que gustan de su estudio y otros, que lo rechazan.
La disposición y motivación que los estudiantes manifiestan frente a un área de estudio se vincula, según Hidalgo, Maroto y Palacios (2004), al concepto de actitud, entendido como la predisposición evaluativa, es decir, positiva o negativa, que condiciona a un sujeto a percibir y a reaccionar de un modo determinado ante los objetos y situaciones con las que se relaciona. Por tanto, consta de tres componentes: uno cognitivo, que se manifiesta en las creencias subyacentes a dicha actitud; uno afectivo, que se manifiesta en los sentimientos de aceptación o rechazo a la tarea o materia y uno intencional o de tendencia a un cierto tipo de comportamiento.
Para el estudio de la matemática, como también para el de otros saberes, las emociones cobran real importancia. Al respecto, Goleman (1997), en una de sus obras más conocidas, dedicada a la inteligencia emocional, señala que las personas tienen dos mentes, una para pensar (racional) y otra para sentir (emocional), las que interactúan en la construcción de la vida mental. Pese a lo señalado en esta afirmación, la escuela y los distintos espacios de formación han prestado, a lo largo de la historia, mayor atención a la parte racional que a la emocional, actuando, en muchas ocasiones, como si las personas se constituyeran por dimensiones que no se relacionan.
Entonces, ¿de qué depende el hecho que una persona encuentre fascinante el quehacer propio de las matemáticas y otro, en cambio, se convierta en profundo aborrecedor de ellas para toda su vida? De acuerdo a lo propuesto por Miguel de Guzmán (en Gómez, 2000), la respuesta más común que se encuentra a este cuestionamiento se basa en que es una ciencia abstracta, rigurosa, exacta y racional, que difícilmente se relaciona con el ámbito afectivo. Sin embargo, Gómez (2000) menciona que las emociones intervienen de manera significativa en el aprendizaje, ya sea facilitándolo u obstaculizándolo. En este sentido, la relación que se establece entre los afectos (actitudes, creencias y emociones) y el rendimiento es de reciprocidad, esto es, la experiencia que tiene el estudiante al aprender Matemática le provoca distintas reacciones e influye en la formación de sus creencias. En tanto, las creencias que sostiene la persona tienen una consecuencia directa en su comportamiento en situaciones de aprendizaje y en su capacidad para aprender.
En la actualidad el estudio de las emociones es tomado en cuenta como un factor importante en el aprendizaje de las matemáticas, ya que existen investigaciones que muestran que tanto las emociones como los sentimientos, pueden favorecer considerablemente el aprendizaje (Schoenfeld, 1992; McLeod, 1992; Valdez, 1998; Gómez Chacón, 2000; Hidalgo, Maroto & Palacios, 1999, 2000a, 2000b). Existen evidencias de que se aprende mejor cuando un determinado contenido o materia presenta ciertos componentes emocionales. Esto significa que la emoción y motivación dirigen el sistema de atención que selecciona las informaciones que se archivan en los circuitos neuronales y, por tanto, se aprenden.
Finalmente, las emociones son estados afectivos intensos, pero de corta duración. Desde esta perspectiva, son respuestas organizadas más allá de la frontera de los sistemas psicológicos, incluyendo lo fisiológico, cognitivo, motivacional y el sistema experiencial. Estas surgen como respuesta a un suceso, interno o externo, que tiene una carga de significado positiva o negativa para el individuo (Hidalgo et al., 2004). Todo esto, nos debe llevar a reflexionar acerca de los procesos de enseñanza y aprendizaje que estamos implementando y el valor que le estamos otorgando a la dimensión emocional en la construcción de aprendizajes profundos y para la vida en nuestros estudiantes.
Basado en todo lo anterior es realmente interesante y necesario cuestionarnos como institución de formación: ¿Qué carga afectiva traen nuestros estudiantes cuando llegan a Duoc UC?, lo más probable es que, como docente, nos encontremos con respuestas ya esperadas dependiendo de la Escuela a la cual pertenecen. Algunos cuestionamientos que, como profesores, podemos hacernos son: ¿Cómo podemos relacionarlos con el quehacer matemático?, ¿qué emociones experimentan nuestros alumnos en la sala de clases?, ¿qué cambios surgen cuando cursan la primera asignatura Matemática?
Mirna Cortés Hidalgo, docente Programa de Matemática sede Viña del Mar; Luis Acosta Romero docente Programa de Matemática sede Viña del Mar y Felipe González Catalán Asesor Pedagógico UAP sede Viña del Mar.
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