A través de los años los procesos de formación han ido experimentando una serie de cambios, los que han impactado en distintas dimensiones, por ejemplo, las metodologías de enseñanza, la identidad y rol del docente, la forma en que los estudiantes se enfrentan al proceso de construcción de sus aprendizajes, los ambientes en que se implementa la enseñanza y, por supuesto, las características de los estudiantes. En relación con lo anterior, todos estos cambios asociados a los procesos educativos han impactado fuertemente en el rol del profesor, puesto que este se ha tenido que ir adaptando a los nuevos espacios y exigencias que implica la práctica de la docencia en el marco de la sociedad del conocimiento.
En concordancia con lo señalado, el enfoque tradicional del ejercicio docente ha ido mutando y esto ha significado un cambio en el rol que cumple el profesor en el contexto de la sala de clases. En este sentido, la figura docente ya no se traduce únicamente en aquel profesional cuya función es transmitir una serie de conocimientos y técnicas a un grupo de personas, sino que más bien se trata de una persona que forma personas.
Dado que la labor de formar personas no es una tarea sencilla, la función exclusiva de transmitir conocimientos ya no es apropiado. Esto, producto de que la formación de la persona implica acompañar y facilitar la adquisición de herramientas, competencias y/o habilidades para alcanzar un desarrollo integral. A raíz de ello, el profesor que se requiere es aquel que se posiciona como un modelo a seguir, como un líder, como aquel que propicia la construcción una ruta para el logro de una meta específica, la que se traduce en la concreción de un proyecto de vida.
En la actualidad el docente está inserto en un espacio desafiante, donde la tecnología es parte de la vida de los estudiantes. Implica que el profesor tenga un sello único y que lo diferencie respecto de la manera en que ha sido concebida la docencia desde la tradición. Esta afirmación se sustenta en que actualmente todo aquel conocimiento específico que el alumno no logra aprender en la clase, lo podrá hacer de manera autónoma a través de la diversas herramientas digitales disponibles en la web. Es así como los espacios virtuales proveen una serie de recursos para el autoaprendizaje, por ejemplo, videos tutoriales disponibles en YouTube, los que ayudarán a comprender la forma en que se desarrolla un procedimiento; cápsulas explicativas o Moocs que permiten la autoformación en torno a conceptos o teorías asociadas a la materia o contenido de la asignatura que se encuentran cursando; foros que permiten el intercambio de opiniones respecto a una problemática, propiciando la construcción colaborativa del aprendizaje.
Bajo la mirada anterior, el desafío que tienen los docentes, sin lugar a dudas, es grande, puesto que se requiere de una serie de atributos, habilidades y competencias que lo hagan distinguirse y ser irremplazable en el proceso de formación integral de la persona. Esto, considerando que el conocimiento especializado de una disciplina está al alcance de una gran parte de los alumnos, sin necesariamente requerir de un sujeto que funcione como intermediario para efectos de transmitir los contenidos propios de una disciplina. Esta nueva concepción del docente implica la integración de una serie de atributos que permitirán que aquel profesional, que se enfrenta al desafío de formar personas, sea indispensable, transformándose en un maestro, en un guía para cada uno de los estudiantes.
En relación a estos atributos que debe tener este “maestro”, es necesario considerar, por ejemplo, que este nuevo docente debe ser una persona que inspira, vale decir, el foco no debe estar en la enseñanza misma, sino que se debe propiciar la entrega de herramientas para que cada alumno pueda actuar de manera autónoma, posibilitando con sus acciones que cada estudiante sea capaz de aprender por sí mismo (Rodríguez, 2015). A su vez, debe mirar con afecto, esto es, reconocer los avances y capacidades de cada alumno, recompensando y reforzando sus logros, demostrando una actitud de apertura que propicie la formación integral de la persona (Guillén, 2014). Asimismo, debe fomentar la autonomía del alumno, haciéndolo participar activamente en su proceso de aprendizaje, buscando despertar la curiosidad y fortaleciendo la motivación intrínseca (Mora, 2013). Adicionalmente, debe tener la capacidad de aceptar el error como una oportunidad de aprendizaje, pues la equivocación permitirá que cada alumno alcance con éxito una meta que se haya propuesto (Forés & Ligioiz, 2009). Así también, este nuevo profesor debe estimular las fortalezas de sus alumnos, siendo capaz de proponer retos, enseñar estrategias que permitan el desarrollo de un pensamiento creativo, crítico y flexible (Willingham, 2011).
Finalmente, este nuevo docente debe ser un modelo de inspiración, que siembre el optimismo y entusiasmo en el aula, que emocione, que motive, que haga partícipe a sus estudiantes, donde se preocupe, en primer lugar, de la persona, de conocer al grupo, de conocer el contexto en que ejerce la docencia, de disfrutar lo que hace, de no dejar nunca de formarse. De esta manera, la interacción e integración de todos estos atributos se transformarán en factores que provocarán que las actividades en la sala de clases se transformen en una de las mejores experiencias de vida los estudiantes.
“No se puede enseñar nada a un hombre; sólo se le puede ayudar a encontrar la respuesta dentro de sí mismo.” (Galileo Galilei).
“El reto de un profesor es innovar en el aprendizaje y se espera de él crear experiencias retadoras de aprendizaje utilizando la tecnología y mucho más allá de las tradicionales metodologías actuales.” (Álvaro González-Alorda).
“El docente tiene que ser inspirador porque su propósito es uno de los más hermosos que puede tener cualquier persona con otro ser humano: Es que quiero sacar de ti tu mejor tú” (Pedro Salinas).
0