“Nova bella elegit Dominus”. Así se refería un sacerdote francés a la misión de la Iglesia al término del imperio napoleónico, viendo el gran desafío que tenía por delante. Implicaba un cambio en la manera de transmitir el mensaje, y en muchos aspectos, hoy estamos frente a una situación similar.
Desde nuestro quehacer docente nos vemos enfrentados a una serie de cambios en la sociedad y debemos elegir nuevas maneras de solucionarlo. Debemos reconocer que en Duoc UC este ha sido, más que un problema, un desafío que ha conllevado a una permanente revisión y crítica de nuestros contenidos y procesos con el fin de adaptarse a la nueva realidad. Y es dentro de este contexto que la socioformación aparece como una herramienta de gran valor, pues no solo se refiere a los contenidos y metodologías que debiésemos utilizar, sino que ubica en el centro la práctica docente como transmisora de valores, conocidos como “valores institucionales”. Esta reflexión apunta a explicar lo que se entiende por “socioformación” y su relación con nuestra misión institucional: formar personas con una sólida base ética.
Comenzamos desde una realidad: “El reto mundial actual es construir y consolidar la sociedad del conocimiento con el fin de lograr la superación de los problemas que ponen en riesgo a la misma humanidad, como la violencia, la contaminación ambiental y la misma falta de sentido a la vida”[1]. Esto implica el desarrollo e implementación de metodologías y estrategias que lleven a nuestros alumnos a una mayor reflexión, a una visión más crítica de la realidad y que en esta se evidencien valores de manera más explícita.
Tal situación exige de nosotros la innovación como actitud pedagógica, lo cual en muchos casos implicará el cambio de paradigmas. Pero tal cambio no debe ser solo de forma, sino que de fondo. Por lo mismo es que se nos hace necesario, e imperioso en algunos casos, desarrollar efectivamente los valores institucionales: “Los valores son énfasis que ponemos en los principios institucionales más relevantes, para dar mejor cumplimiento a nuestra misión. Actúan como orientaciones para guiar la conducta de los miembros de la comunidad, manifestando el “sello” que expresa nuestra identidad y misión institucional”[2]. Entonces, más que una reflexión teórica sobre un deber-ser-docente, estos valores orientan la labor que debemos desempeñar ante nuestros alumnos: Integridad, calidad, respeto y compromiso.
Complementando dicha orientación, está la socioformación como un paradigma educativo que “consiste en formar personas integrales para sociedad del conocimiento con un sólido proyecto ético de vida, trabajo colaborativo, emprendimiento y gestión del conocimiento, con las competencias necesarias para identificar, interpretar, argumentar y resolver los problemas de su contexto con una visión global y a través de proyectos interdisciplinarios”[3]. Y como paradigma nuevo, requiere una adecuación de nuestras prácticas docentes. No es fácil plantear una línea en cuanto a esto, dada la amplitud de Carreras y asignaturas que impartimos, y la diversidad de nuestros alumnos (diferentes perfiles de ingreso), por lo tanto, la unificación no aborda el tema inmediatamente pedagógico como desarrollo de estrategias y metodologías específicas, sino en el trasfondo que estas deben poseer.
El fundamento al que hacemos referencia, y que va en estrecha relación con la socioformación, debe ser la implementación en nuestras aulas de los valores institucionales, por lo que no podemos separar la acción docente de la modelación valórica. Entendiendo “valor” como una cualidad que poseen algunas realidades, consideradas bienes, lo que las hacen estimables[4] y en nuestro caso, tales realidades son integridad, calidad, respeto y compromiso. Entonces, dentro de la preparación e implementación de nuestras clases, se hace necesario incluir el desarrollo, en alguna medida, de estas competencias transversales.
Cuando uno lo asume se hace más relevante el concepto de docente como maestro y mediador[5]. Por tanto nuestras estrategias educativas deben involucrar situaciones problemáticas que exijan que el alumno deba solucionar, tanto desde el conocimiento de especialidad, como desde el valor vital, ubicándolo en contextos vitales complejos lo más cercano a la realidad que enfrenta ( y enfrentará).
Este es, por tanto, nuestro desafío. Además del que nos implica el cumplimiento tanto de la visión como de la misión Institucionales: “La socioformación tiene sus repercusiones en una sociedad que busca desarrollarse, así con un reto para diversas instituciones de nivel superior, que pueden generar nuevas experiencias en el plano educativo, obteniendo así un enfoque que atiende una mayor demanda de logros para una mejor calidad de vida mediante procesos formativos”[6]. Esto nos impele, por otra parte, a modificar lo que entendemos por “vinculación con el medio”, pues ya no será suficiente hacerlo solo desde el ámbito de la formación técnico y profesional, sino que, en concordancia con ella, debemos complementarla con nuestra particular visión valórica institucional. La práctica de dichos valores, desde nuestro quehacer docente, debe convertirse en un modelo de profesionalismo hacia el alumno, quien, además de las competencias de especialidad con las que debe salir al mundo laboral, podrá hacerlo con dichos valores, a manera de competencias transversales.
¿Podemos, entonces, separar la formación profesional de la formación personal? Sin lugar a dudas, y desde nuestra misión, la respuesta es un tajante NO. He ahí el desafío, pues junto con un cambio de mirada dentro del proceso formativo integral, esta mirada debe ser, no solo transversal ni interdisciplinaria, sino que también debe ser reticulada.
Quizás es algo que debamos implementar en el desarrollo y presentación de los portafolios, en donde los alumnos puedan abordar una problemática de carácter local, social, buscando una solución desde la Carrera, en donde tanto docentes como alumnos se hagan parte de la solución. ¿Vinculación con el medio? Mostrar la pertinencia de lo que han aprehendido fruto de lo que hemos enseñado, que será evaluado como una competencia, desde su triple contenido (saber, saber hacer, saber ser), hacia su aplicabilidad (saber estar).
¿Cómo enfrentaremos los cambios? Modificando nuestra mirada sobre la educación, desarrollando una práctica docente que involucre la vivencia, en nosotros y nuestros alumnos, de los valores institucionales. Desde esta perspectiva, debemos enfrentar la compleja pregunta “¿Cómo formamos seres humanos competentes?”. La respuesta ha ido tomando forma este último tiempo: actuando con justicia probidad, honestidad y disposición permanente al bien; comprometernos con la entrega de una formación de excelencia; comprometiéndonos con la dignidad humana y asumiendo que somos agentes transformadores. Desde esta condición inmanente que vemos y potenciamos en nuestros alumnos, y respondiendo a lo asumido en nuestra Misión, buscamos desarrollar en ellos un espíritu de trascendencia. Que su realidad sea su punto de partida: dotarlos de las herramientas necesarias, que sean capaces de pensar y desear un mundo mejor, “comprometidos con el desarrollo de la sociedad”.
No ignoramos nuestro origen y la misión tanto educadora como evangelizadora que tenemos y debemos cumplir. ¿No es esto acaso lo que nos define y hace diferentes?[7].
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