El aprender a pensar aparece como una competencia muy relevante en los planes curriculares de todos los países; es decir, como una habilidad que todos deberíamos adquirir leyendo y estudiando todas las áreas del conocimiento. De otro modo no se entendería el marco curricular de la enseñanza básica, media y de todas las carreras de la educación superior. Sabemos también que el mayor logro y finalidad del aprender a pensar estaría de manifiesto en el aprender a aprender, habilidad que es de las más complejas y previa a la obtención de la más exigente de todas que es la de crear. Esta última, probablemente, la conquistarán unos pocos.
Cuando se logra el aprender a aprender, todos deberíamos estar en condiciones de concebir los fenómenos de manera distinta a como lo habíamos hecho antes. Con esto surgiría la autonomía y el rigor de los razonamientos que realizáramos. Lo que ha sucedido es que habremos adquirido las habilidades del raciocinio que nos permitirían habituarnos al llamado pensamiento abstracto, la resolución de problemas complejos, la elaboración de teorías y a la aplicabilidad de lo que pensamos.
Tradicionalmente se ha pensado que ciertas materias como la matemática y el estudio del lenguaje eran las únicas propicias para lograr el saber pensar, dada sus características instrumentales, procedimentales y las posibilidades que nos proporcionan para obtener las capacidades de pensamiento y el razonamiento abstracto y formal. De hecho, son consideradas entre las competencias básicas mundiales más importantes de los formales sistemas educativos.
Hoy se piensa que todas las disciplinas pueden desarrollar habilidades como el saber analizar, generalizar, reflexionar, criticar, imaginar y razonar. Pero para que se dé esto, además, se requiere haber aprendido a pensar y, para saber mejor las cosas, es importante conocer los procesos metacognitivos personales. Hoy se pide no solo saber qué se aprende, sino que también que cada uno esté consciente de su particular forma y manera de aprender. En el ámbito de la formación por competencias, saber pensar significa estar conscientes del conocimiento, el saber hacer, el saber ser y el saber estar.
Parece obvio que accedemos primero a entender el saber concreto. Sin embargo, ese aprendizaje con “peras y manzanas”, aunque simple, ya necesita cierto avance de logro en la capacidad de pensar. El aprender a pensar en abstracto es una etapa posterior, que requiere de la anterior, ya sea que la preceda o que se esté dando en paralelo. Es como una escalera con muchos peldaños: no se pueden saltar o desconocer las etapas anteriores que sumadas conforman la arquitectura del conocimiento. Por tanto, el avance de los aprendizajes siempre será acumulativo, para y por toda la vida.
Se deduce entonces que el saber pensar es una habilidad compleja o, más bien, un conjunto de difíciles habilidades interrelacionadas. A su vez, se cree que el conocimiento y el pensamiento son interdependientes entre sí, aun cuando se estime por los expertos que son distintos. Se ha dicho que “El pensamiento hábil es la capacidad de aplicar el conocimiento de un modo eficaz”. Es decir, a mayor cantidad cuantitativa y cualitativa de conocimientos, es más factible que el pensamiento sea más rico y la ejecución intelectual más eficaz. Esto se complica aún más si, como sabemos, personas con el mismo conocimiento pueden diferenciarse mucho en su habilidad de pensar o de aplicar lo que saben. Se agrava más si observamos que hoy formamos a enormes grupos de personas con un grave riesgo para la educación personalizada.
Hemos avanzado mucho en el estudio y el conocimiento de la inteligencia humana. Y uno de los supuestos de la formación de personas ha sido que las habilidades del pensamiento son susceptibles de ser enseñadas y adquiridas por el aprendiz. Por eso las enseñamos de modo explícito y formal. Junto a lo anterior, se cree que ciertas capacidades personales, mediante la ejercitación y el entrenamiento, pueden ser desarrolladas con mayor amplitud. De hecho, la formación por competencias en parte se basa en el axioma que las competencias pueden ser transferidas en la medida que conceptualmente se haya definido los elementos y subelementos de las mismas.
El buen aprendizaje nos exige que estas habilidades y estrategias puedan ser transferidas y adaptadas a nuevos problemas o situaciones previamente no experimentadas. Aprender a pensar contribuye a mejorar el desempeño intelectual en materias abstractas, a elevar el rendimiento y las competencias en situaciones sociales o prácticas. Cuando afirmamos que formamos para el trabajo, lo que decimos es que lo aprendido es verificable en situaciones laborales concretas. Si logramos que los estudiantes no sólo sean exitosos en el hacer, sino también en el saber comprensivo, entonces nuestros egresados tendrán un sello distintivo que al interior de un mercado laboral altamente competitivo les permitirá, con mayor facilidad, obtener los mejores empleos y las mejores rentas posibles.
Toda institución educativa por un mandato esencial de su peculiar naturaleza debe enseñar a pensar para luego hacer posible que su estudiante aprenda. Por mucha casuística y realismo práctico que posea el contenido de lo que enseñamos, esto no implica ni debería implicar que no debamos fomentar el pensar en nuestros estudiantes. De hecho, para resolver situaciones novedosas y demostrar arte en la aplicabilidad de lo aprendido ¿Cómo podríamos hacerlo con eficacia si primero no dedicamos el tiempo adecuado dedicado a pensar sobre los procesos y protocolos de lo que hacemos?
EQUIPO EDITORIAL OBSERVATORIO Duoc UC
Lunes 4 de agosto de 2015.
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