1 de Junio, 2015

Inclusión en el Sistema de Educación Superior.

Equipo Editorial Observatorio

Equipo Editorial Observatorio

7 minutos de lectura

La cobertura de la educación superior en Chile ha crecido más rápido que en cualquier otro país en el mundo en las últimas décadas. Ello ha permitido que la tasa promedio en Chile está a niveles cercanos a los de la OCDE, sin perjuicio que existen brechas de inclusión socioeconómica que no se aprecian en el promedio. Es que la cobertura de los alumnos de los percentiles de bajos ingresos es sustancialmente menor que los de mayores ingresos, siendo la brecha aún enorme.

Las razones para el aumento de la cobertura de la educación superior son varias, partiendo por que hayamos llegado a tener una prácticamente completa cobertura en la educación secundaria. Hoy casi el 100% de los jóvenes egresa de la educación media y por ende, todos son en principio elegibles para el nivel que sigue, el superior.

Pero la presión por mayor educación superior y la realización de la misma, ha estado llena de dificultades y es previsible, que las siga habiendo. En primer lugar, una dificultad de recursos. Los caudales públicos no alcanzaron y por ende, la cobertura se logró con el aporte de las familias, siendo estas de clase media mayoritariamente, y muchas vulnerables. El diseño de los mecanismos de financiamiento llevó a una crisis el año 2011 la que, no obstante, derivó en un paquete de políticas que han aliviado enormemente la situación de las familias. Las ayudas son, sin embargo, insuficientes para lograr una solución completa para quienes desean y merecen estudiar.

En segundo lugar, la masificación llevó a la frustración. No me refiero a la generada por la falta de una adecuada regulación y de calidad de las instituciones, sino al hecho que la misma masividad redujo la escasez relativa de profesionales. Hoy hay mayor abundancia y, por ende, lo que en un tiempo fue para pocos, hoy no lo es. La exclusividad, los relativos mayores salarios, el prestigio, todo ello se resintió para los elegidos, a cambio de la mayor cobertura. Finalmente, la masividad implicó acceso no solo a personas de menores ingresos sino a aquellos que accedían a escuelas y liceos de menor calidad.

Así, una interpretación para implementar una política adecuada en Chile requiere reconocer que los alumnos elegibles son representativos de la situación del país y de todos sus estratos. Ello significa que entre quienes pueden continuar estudios superiores y lo hacen, hay una masa enorme de alumnos de escasos recursos que recibieron, en general, una educación escolar sustancialmente de escasa calidad. Por ello, están débilmente preparados para continuar estudios de nivel superior y que por ende, la masificación de la educación superior es más costosa y que lo es especialmente para las instituciones inclusivas.

Que la inclusión sea costosa no es sorprendente, pero es clave abordarla con políticas adecuadas. No se debe desconocer que hay elementos previos en los alumnos, que son muy heterogéneos y especialmente asociados a la vulnerabilidad económica, que reducen severamente la probabilidad de desarrollo exitoso en la educación superior. También se debe reconocer que el nivel de ingreso familiar incide enormemente en la forma en que la familia apoya a los jóvenes que tienen capacidades diferentes. En tal sentido, la vulnerabilidad económica se asocia también con mayor vulnerabilidad de aquellos jóvenes con carencias no sólo física sino también sociales y afectivas.

Caminos virtuosos para abordar la inclusión requieren complementar el apoyo a los seleccionados, con nuevas formas de selección, de modo de identificar la capacidad fuertemente escondida detrás de una mala formación escolar, con sus carencias o diferencias físicas y afectivas, tratando de remediar las deficiencias previas.

Las universidades de alto estándar y rendimiento, pero con vocación de inclusión, como es el caso de la Pontificia Universidad Católica de Chile, progresivamente han ido introduciendo esquemas de selección que permiten, entre aquellos que no pudieron desplegar todo su potencial académico en la escuela, demostrar su potencial por otras vías. El Programa Talento e Inclusión de esa universidad es un caso de interés, no único entre las más selectivas, en donde se complementan pruebas especiales, entrevistas y el uso del ranking de notas en la escuela, que sin ser un indicador de conocimiento y preparación disciplinar, sí permite escoger a los alumnos que han desplegado un esfuerzo importante, elemento que por cierto contribuye a predecir el rendimiento futuro en la educación superior.

Sin perjuicio del mérito de los diseños previos, se debe reconocer que los esquemas de selección complementarios en las universidades más exigentes y selectivas en lo académico parecen limitados. De hecho, es irreal fundar la solución de una completa y masiva inclusión social en la educación superior, sólo en esas universidades. La educación superior tiene y tendrá por un tiempo predeciblemente largo, al menos hasta alterar radicalmente la inequidad que existe en la formación escolar, una dificultad mayor de aumentar la inclusión en las universidades de élite y en las carreras de mayor requerimiento selectivo. La inclusión en la educación superior a nivel del país requiere considerar que es naturalmente más directa y virtuosamente masiva en el ámbito técnico profesional que en lo puramente académico. Ello es clave, toda vez que el diseño de los programas, su duración, y el interés propio de los alumnos por lograr un empleo productivo antes, hacen de este sector uno especialmente elegible.

Pero el desafío de la inclusión masiva en el mundo de la educación técnico profesional tiene una naturaleza y urgencias que trascienden lo que hemos hecho hasta ahora. Por una parte, trascienden del mero aspecto socio económico. Hay nuevos desafíos relativos a personas que tienen especiales problemas de integración estudiantil y que debemos recibirlas. Jóvenes con limitaciones auditivas, de visión, de desplazamiento, aunque tienen mayores dificultades para lograr el aprendizaje con los medios técnicos y docentes que usamos, tienen definitivamente la capacidad de aprender. La preocupación y el apoyo por las personas con capacidades diferentes es relativamente reciente. Duoc UC lleva algunos años desarrollando distintas acciones pro-inclusión, pero debe organizar y estructurar mejor los programas. El aprendizaje y la deserción está relacionado con formación previa pero también con la incapacidad educativa de transmitir el conocimiento y las competencias. Las sedes y escuelas trabajan para disminuir las tasas de deserción, que está especialmente relacionada con la vulnerabilidad.

Nuestro trabajo es fuerte en algunas áreas. El sistema Transvoz que presta servicios a los alumnos hipoacúsicos es muy relevante en acortar brechas de aprendizaje; la información personalizada realizada en las carreras sobre las características del estudio y de trabajo también ayudan; el trabajo amplio de cursos de nivelación de estudios que se dictan en matemática y lenguaje para diagnosticarlos y mejorar ambas competencias son clave, pero la masividad, nos pone desafíos mayores particularmente en el contexto que viene.

Los anuncios presidenciales del 21 de mayo nos han puesto desafíos que, independientemente de lo general que lleguen a ser, permiten prever un interés masivo por estudiar en el Duoc UC. En efecto, la gratuidad anunciada inducirá a miles de personas a ingresar a la educación TP y al Duoc UC en particular. Sin embargo, las vacantes serán por una parte limitadas por la autoridad, y por otra, el propio Duoc UC debe manejarlas con cautela, de modo de cuidar la calidad. En este contexto, deberemos implementar nuestros propios mecanismos de selección, que naturalmente, deben ser completamente consistentes con la inclusión a las que nos debemos. La tarea es ardua, el desafío social es mayor.

Rector Duoc UC Ricardo Paredes Molina.

Lunes 1 de junio de 2015.

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