El poder de las organizaciones, fundamentado en el de los individuos, tiene relación directa con los niveles de conocimientos de estos, “el conocimiento es el nuevo campo de batalla de los países, las empresas y las personas. Todos nos enfrentamos a un número cada vez mayor de situaciones en las que es necesario disponer de más conocimientos para ser operativos y poder sobrevivir a largo plazo. Nadie puede detener el conocimiento. Nadie puede aislarlo. Si el conocimiento es poder, el poder está en todas partes” (Ridderstrale y Nordström, 2000: 26).
Situados en la parte occidental del planeta, somos parte de los 3.000 millones de personas que tenemos acceso a la información que nos brinda internet (Unión Internacional de las Comunicaciones, 2015). Por lo tanto, contamos con una amplia y completa accesibilidad de contenidos. Siendo esta una importante oportunidad hemos de tener los cuidados y recaudos para que no se nos convierta en una amenaza. En efecto, ya no solo nos ha de ser suficiente acceder al conocimiento y poseerlo, se nos hace imperioso trabajar en la construcción de una arquitectura que nos permita su organización y mejor gestión.
Algunas personas y organizaciones en la actualidad pueden pensar que la gestión del conocimiento es una nueva moda. Sus orígenes provienen directamente de las respuestas de altos ejecutivos y especialistas a las interrogantes que generaba la propia globalización. El crecimiento de los mercados acelera los roles competitivos, el comercio y el dinero se van haciendo cada vez más itinerantes y las tecnologías intentan dar respuestas para que la aceleración sea mayor. En esta efervescencia comienzan a moverse con mucha frecuencia los cuadros tanto ejecutivos como técnicos de las diferentes instituciones. Ello motiva que desde dentro de la propia empresa se inicie la formulación de muchas interrogantes que intentan captar el conocimiento acumulado. ¿Qué sabemos? ¿Quién lo sabe? ¿Qué debiéramos saber que aún no sabemos? ¿Cuáles son las necesidades que tienen nuestros colaboradores en relación al saber? ¿Cómo medimos nuestro saber? ¿Qué registros llevamos de nuestro saber y hacer?
Hoy se reconoce la información como uno de los valores centrales en una organización. Sin embargo, son muchas las instituciones que todavía no se plantean con seriedad la forma de compartir, relacionar y ordenar la información de la cual disponen. El real significado de aprovecharla al máximo es que se convierte en la base sobre la cual se cimenta la riqueza más íntima de la organización. El conocimiento no debe estar diseminado en las cabezas de los distintos colaboradores de la institución. Es preciso crear los espacios y estrategias para que podamos centralizarlo, ordenarlo, clasificarlo, protegerlo y ponerlo a disposición de todos los integrantes de la organización, sea por medio de intranets corporativas o los medios que se estimen para permitir que sean los mismos colaboradores quienes agreguen contenidos y opiniones, compartan prácticas y propongan acciones orientadas a la conquista de la visión y misión institucional; es decir, la gestión del conocimiento no se hace para reemplazar a las personas, se trabaja con las personas para el beneficio de la organización en su conjunto, por lo tanto y por extensión, para significación de las propias personas que se desempeñan en la institución.
De conformidad con lo señalado, parecería necesario que el nuevo escenario que se está construyendo por medio de la globalización y la realidad de una sociedad del conocimiento debería, como mínimo, encontrar algunas respuestas desde lo educativo: instituciones abiertas, flexibles y sensibles al contexto, capaces de crear y desarrollar una cultura propia. Una nueva concepción del proceso de aprendizaje-enseñanza donde tengan cabida términos tales como aprendizaje mediado, compartido, colaborativo, cooperativo, explícito, en equipo y partícipe de la sinergia grupal, abierto a nuevas realidades y lenguajes. Propender al logro de aprendizajes permanentes que posibiliten a toda la adaptación a los nuevos y cambiantes requerimientos y, además, que aseguren una formación integral que les permita desarrollarse como ciudadanos críticos y participativos. Para ello se hace urgente contar con instituciones educativas que se caractericen por su flexibilidad, apertura, capacidad relacional; que sean explícitas, con una cultura común compartida y desarrollada por todos sus miembros en permanente interacción contextual; necesitamos, en definitiva, de organizaciones que sean capaces de aprender. Así, entonces, las instituciones educacionales juegan un papel fundamental en la sociedad del conocimiento en una doble vertiente: la creación de nuevos entornos de aprendizaje y la formación de nuevos profesionales.
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