“Todas las reformas de la educación son complementarias: las reformas de la escuela, del instituto, de la universidad, de la educación permanente y paralela, de la democracia cognitiva se necesitan mutuamente. Las reformas de la educación y la del pensamiento se estimularían mutuamente formando círculos virtuosos, a su vez indispensables para la reforma del pensamiento político, que, al mismo tiempo, guiaría las reformas sociales, económicas, etc. Por otro lado, podemos percibir y subrayar el carácter solidario de todas las reformas que se alimentarían unas a otras, pero que, sin la reforma de las mentes, están condenadas a abortarse o a deteriorarse” (E. Morin, 2011: 160).
Las palabras señaladas por Morin tienen una intencionalidad declarativa y proyectiva con las que es difícil no estar de acuerdo, aunque probablemente también tengan un pálido reflejo en la vida diaria de las instituciones educativas. Mientras tanto, la globalización avanza y visualizamos, en términos generales, que en nuestro país tiende a agrandarse el foso entre el mundo laboral y la institución educativa.
Así encontramos, por un lado, un mundo educacional orientado hacia el producto, los conocimientos y las calificaciones; preocupado por la descontextualización; que gratifica el estudio independiente, el trabajo y resultado individual. Mientras que, por el otro, encontramos un mundo laboral orientado hacia los procesos, las cualificaciones y el conocimiento para la toma de decisiones y la resolución de problemas; que integra variables buscando optimizar los recursos existentes, y que fomenta el trabajo autónomo y cooperativo. Es decir, estamos ante la paradoja de que mientras las empresas denotan un progresivo y mayor interés por el conocimiento y sus aspectos relacionales, nuestras salas de clases siguen ancladas en rígidos modelos de espacio, tiempo y presencia. En esta realidad, las empresas se proyectan al futuro buscando su espacio en el ecosistema global, mientras las organizaciones educativas miran hacia el pasado e intentan desde las aulas crear realidades determinadas; así, fuera de las instituciones educativas las empresas caminan con total independencia de los centros formativos. Las primeras reclaman urgentemente conocimiento, en tanto las otras entregan, fundamentalmente, información y, si es conocimiento, este es academicista, lejano a las competencias requeridas por el entorno laboral.
Desde esta perspectiva, las instituciones de educación superior serán respuesta válida en la medida que se caractericen por presentar aprendizajes continuos para todos sus miembros, persiguiendo una constante transformación de sí mismos; teniendo presente que la adaptabilidad es uno de los aspectos más importantes a la hora de poder establecer las mejores respuestas y relaciones con el medio circundante que día a día presenta necesidades más cambiantes. En definitiva, la educación superior está tocada en su alma y en sus desafíos futuros.
Las instituciones mencionadas han de establecer una férrea integración entre trabajo y aprendizaje, considerando para ello la experiencia, la historia y la continua experimentación que encuentra sólidas bases en la reflexión conjunta de sus cuadros docentes. Habrán de flexibilizar sus formas de dirección, teniendo presente que urge la necesidad de contar con mayor participación, delegación, trabajo colaborativo, autonomía y libertad.
Si una parte de las características señaladas precedentemente estuvieran presentes en nuestras aulas, estaríamos cercanos a poder hablar de organizaciones autocualificantes, inteligentes o de organizaciones que aprenden, ya que estas son definidas como aquellas que aumentan continuamente su capacidad para construir futuro, tienen habilidades para crear, adquirir y transferir conocimientos y saberes o bien como una organización en que la gente es consciente de sus roles como agentes cognitivos, son habitualmente capaces de reflexionar sobre sus propios procesos relacionados con el conocimiento e indagar conjuntamente para evaluar y mejorar el estado del aprendizaje y saberes compartidos.
Las organizaciones que aprenden vienen a significar, por tanto, una comunidad de trabajo donde las personas aprenden juntas de sus propias prácticas y de sus propias experiencias. El aprendizaje de los otros importa de manera capital y donde el aprendizaje personal existe y se nutre del conocimiento colectivo. Iniciar este cambio no es una reforma nominal, es un cambio cultural al interior de las organizaciones, sean estas educativas o no, que encuentra una amplia convergencia con la cita inicial de Morin.
En Duoc UC se hacen esfuerzos por cambiar las formas de enseñanza tradicional y existen evidencias como Design Factory, Citt, Centro Innova, CLAB y varias otras que, sin duda, merecen un reconocimiento por ser parte importarte del ámbito formativo.
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