8 de Octubre, 2018

El desafío de evaluar los aprendizajes y algunas buenas prácticas.

Equipo Editorial Observatorio

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Educar es una tarea de las más complejas por los innumerables factores que participan en dicho acto. La evaluación a posteriori es un proceso tanto o más complejo que el proceso de enseñanza y aprendizaje que surge y vive mientras estamos educando. Evaluar lo que hacemos es siempre una obligación de carácter ético y profesional. Hoy con tanto acceso a la información y la creciente cultura de la sospecha, la sociedad y las familias necesitan creer en sus instituciones educativas y desean saber cuánto aprenden nuestros estudiantes en su proceso y no solo al final. Por tanto, debemos buscar mecanismos y evidencias para mostrarlo. Pareciera que ya no basta entregar un título que acredite dicho saber aprendido, hoy se necesita saber cuánto aprenden semestre a semestre.

Existe cierto consenso entre los estudiosos de temas evaluativos de la existencia de buenas prácticas a seguir si deseamos avanzar en este camino que nos lleva a propiciar el aprender y a comprobar los aprendizajes adquiridos durante el proceso. Entre ellas la importancia del consenso de la comunidad de docentes en torno al diseño del plan de estudios, la articulación entre los objetivos de las diferentes materias enseñadas por cada una de las Carreras y la evaluación que se aplica en cada uno de los cursos y la titulación.

Además es prioritaria la evaluación articulada entre las diferentes materias que trabaja una misma competencia. Ninguna asignatura por si sola es capaz de lograr el dominio de una competencia. Pero es importante que los docentes estén conscientes y conozcan a todos aquellos que trabajan para lograr la misma unidad de aprendizaje. De esta manera, compartirán experiencias de aprendizajes entre ellos y se beneficiarán los estudiantes con el incentivo de evaluaciones compartidas entre ellos.

Además potenciar una evaluación integradora de saberes. Estos deben reflejar con precisión la realidad laboral para aumentar la empleabilidad de los estudiantes. Por esto la evaluación diagnóstica para conocer el nivel inicial de los alumnos es tan relevante, porque sabremos estimar el valor añadido que podemos dar, ya que la adquisición de competencias siempre es un proceso progresivo. Si no sabemos cuánto saben al llegar y con una adecuada gestión de la información obtenida, no sabremos cuánto le hemos aportado como aprendizaje en su estadía en nuestra institución.

Debemos utilizar todo tipo de técnicas e instrumentos de registro de aprendizajes, sean antiguas o nuevos. Buscar aquella que más nos muestre evidencias de lo aprendido y que la evaluación sea multiagente articulando mecanismos donde los propios estudiantes (autoevaluación) y el grupo de compañeros (coevaluación) tengan también cabida junto a los procesos de heteroevaluación. De esta manera, todas las estrategias de aprendizaje y la conciencia de estas, nos permitirá tener más mecanismos para lograr los objetivos educativos.

Finalmente, todo proceso evaluativo debe generar aprendizajes para el docente y el estudiante. Se trata de fomentar una evaluación generadora de satisfacción, incentivando y motivando aprendizajes entre los docentes y los estudiantes. No solo se educan los alumnos sino también los docentes, que semestre a semestre se vuelven más expertos en lograr las tareas solicitadas por nuestra institución. En tal sentido, la gestión de resultados es una tarea a potenciar.

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