Después de cuatro semanas de protestas, tensión y violencia, el martes 12 de noviembre el Congreso acogió el llamado a la paz, formulado por el Presidente de la República, al que Duoc UC se había sumado ese mismo día en conjunto con el Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas. La madrugada del viernes 15, y luego de un esfuerzo importante, casi todas las fuerzas políticas acordaron el inicio del camino que puede derivar en una Constitución elaborada y aprobada en democracia.
Este tiempo ha significado un gran desgaste para el país y para nuestra comunidad. Hemos procurado mantener un conjunto de actividades académicas tradicionales, hemos desarrollado otras, incluyendo el uso intensivo de la plataforma Collaborate, y hemos adaptado metodologías y calendarios. Nuestros colaboradores, docentes y alumnos han entregado mucho. Se ha comenzado a instalar un sentimiento de esperanza por la posibilidad de cambios históricos, pero es imposible no reconocer que este a ratos se nubla por legítimos temores y frustraciones.
Es en ese contexto que hay quienes consideran que Duoc UC no ha hecho lo suficiente por “normalizar” sus actividades académicas, incluso recurriendo a instancias legales. Otros miembros de la comunidad consideran que hemos forzado las cosas en el sentido contrario. Comprendemos ambas posiciones.
Quiero decirles que hemos procurado cumplir cabalmente con nuestro rol, impidiendo que las circunstancias externas pongan en riesgo la integridad de miembros de nuestra comunidad o comprometan el avance curricular. Ello ha estado detrás de las medidas tomadas, y estamos conscientes de que han significado más esfuerzo e incomodidad.
Sabemos que el apoyo de profesores en las sedes, que el material entregado por nuestras plataformas, la adecuación de las evaluaciones, la adaptación en el calendario, el apoyo económico a alumnos y colaboradores, nunca serán suficientes. Sabemos también que la insistencia en no cerrar las sedes ha sido incomprendida por algunos y que casi sin excepción, nuestros colaboradores, desde sus puestos de trabajo, han sido el gran sostén para un trabajo arduo, incluso cuando la violencia literalmente tocó nuestras puertas.
Hubiera sido más fácil cerrar y esperar que las condiciones del país mejoraran. Una consecuencia directa de no perseverar en ese camino sería la pérdida del beneficio de la gratuidad para los estudiantes que la reciben y que ya, sin que medien las circunstancias que hemos vivido en el último tiempo, afectó solo este año a más de 17.000 estudiantes en el país. Nuestro deber, particularmente en tiempos difíciles, es mantener la mirada más larga, aquella que avizora consecuencias. Ese camino no solo nos permitirá salvar un semestre accidentado, sino que también ha significado avanzar en la implementación del proyecto de gestión docente, que nos deja en una mejor situación para que en enero de 2020 remediemos el atraso curricular de los alumnos.
Deseo también transmitir nuestro reconocimiento al esfuerzo que han desplegado los representantes de los alumnos. Ellos han sido un canal de diálogo, de sugerencias y de aprendizaje. Han estado tironeados por cientos de demandas diferentes y en ese difícil contexto han sabido ponderar sus propias necesidades, abriéndose siempre a propuestas e ideas que sin ser perfectas, hemos recogido. Quiero destacar especialmente el impulso que dieron a los cabildos, que luego de dos semanas, identificamos como semillas de esperanza. Fueron los estudiantes quienes los lideraron con fuerza y la convirtieron en pionera en el sector técnico profesional. Esperamos que eso pueda abrir puertas para una nueva forma de relacionarse en la educación superior.
Hemos tenido 63 cabildos con una participación de más 700 miembros de la comunidad, incluyendo colaboradores, profesores y alumnos. Hablamos de las fuentes de la crisis, de los problemas que la subyacen, de propuestas. Ha emergido de ese diálogo cierto consenso en torno a que la educación, la salud, las pensiones y la Constitución, son los conceptos centrales del mejor país que todos buscamos. Estamos lejos de entregar respuestas, pero es un proceso que nos ha llevado a conocernos un poco más y que debe continuarse, con una organización permanente que deberemos darnos. Esta instancia debiera no sólo permitir curar las heridas que la violencia ha generado, sino también construir una mejor relación diaria que evite otros episodios como los vividos.
Quiero por último invitarlos a que todos recojamos la universal enseñanza de Cristo de que solo el camino de la paz es el único, legítimo y permanente, y que solo caminándolo se puede lograr la justicia.
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