20 de Julio, 2020

Algunos aprendizajes pandémicos.

Equipo Editorial Observatorio

Equipo Editorial Observatorio

5 minutos de lectura

Desde el 3 de marzo el país ha experimentado los efectos de la pandemia COVID-19. No existe institución ni persona libre, alejada, marginada de esta realidad. Nadie pudo imaginar a fines del 2019 lo que efectivamente ocurriría este año. En el caso de Chile, todos estaban reflexionando sobre cómo se desarrollarían la política, la economía, las demandas ciudadanas y a los acuerdos a qué se llegarían luego del plebiscito; y las instituciones educativas pensando qué hacer para mejorar sus estrategias y su desarrollo interno. Esta era nuestra visión e imaginación mental. Sin embargo, un virus invisible a los ojos humanos, originado en China, vino a alterar disruptivamente todo el entorno del presente mundo.

El virus con toda su fuerza llegó a manifestarnos que la humanidad, aún con todos sus avances científicos y tecnológicos crecientes y, sin duda asombrosos y elogiables, continúa siendo extremadamente frágil a la ignota naturaleza del planeta y de la vía láctea. Nos falta mucho camino por recorrer para estar en un estado de razonable complacencia. Administramos procesos, pero no esencias. Quizás el virus con todo el daño que nos ha provocado, también nos trajo gotas, un torbellino luminoso de humildad.

Esta no es la primera pandemia en nuestro país, hemos vivido varias y con gran cantidad de fallecidos, en cifras superiores a las que conocemos hoy como efecto del COVID-19. En Chile hemos experimentado varias en el pasado como la cólera (1886), la gripe española (1918), el tifus exantemático (1931) y la gripe asiática (1957). Todas ellas tuvieron, pese a los costos humanos inmensos, un efecto positivo: colaboraron a mejorar el sistema público de salud en Chile, como también sucedió en otros países[1]. Todavía falta camino por recorrer para apreciar qué es lo positivo que nos dejará esta pandemia al país, ya que sabemos que hasta ahora tenemos muchas desgracias desoladoras.

Para nuestro mundo, el de la educación, hemos estado como todos viviendo los efectos de esta pandemia tan violenta. Pero Duoc UC, con todos sus directivos, docentes, profesores, colaboradores y estudiantes enfrentó las consecuencias con mucho temor, inseguridad, poca fe al inicio, porque la salida de nuestra zona agradable y de pleno dominio no es fácil para nadie. Pero en la adversidad se prueba la longanimidad. Y esto hizo la institución con toda su gente: en estos meses ha demostrado que no está construida sobre arena, sino sobre roca.

Los docentes han demostrado en estos meses que son capaces de enfrentar con reciedumbre y fortaleza de espíritu, que poseen una vocación y que por más mortal que sea un virus, no los derrotará, porque para ellos la relación activa y permanente con sus estudiantes es una necesidad vital. COVID-19 vino a poner de manifiesto al menos tres aprendizajes a todos: que necesitamos a nuestros estudiantes, verlos y sentirlos porque somos seres gregarios; que el mundo está cambiando a una velocidad inusitada como consecuencia de la ciencia y la tecnología, y que esta ha creado gran cantidad de soportes y apoyos para lograr aprendizajes y que debemos conocerlos y utilizarlos para educar a la manera que desea el futuro de la humanidad, caminando al nuevo paradigma en construcción; y en tercer lugar, que el cambio no nos mata, que es un desafío, una oportunidad para demostrar una y otra vez que somos siempre capaces de adaptarnos, de comprender que nos necesitamos todos interdisciplinariamente, que no somos estancos separados, que juntos con todas las sedes, escuelas, Dirección Ejecutiva y el Directorio de la Fundación Duoc UC, somos capaces de vencer hasta el escenario más adverso, más inasible y el más inhumano.

Es verdad, hemos podido enfrentar las consecuencias de COVID-19. Ha sido muy exigente también para todos nuestros estudiantes. Todos sabemos lo que muchos viven y el daño que han sufrido. No solo pérdidas materiales, sino también de vidas. Nadie puede estar complaciente, porque hemos tenido pérdidas de vidas irreparables. Pese a lo anterior, nuestros estudiantes continúan luchando, y en este esfuerzo exigente debemos estar todos juntos. Este es otro aprendizaje, mostrarnos que somos una comunidad de personas que existimos para enfrentar todas las adversidades, porque sabemos que es una prueba y que finalmente, como cristianos, no renunciamos jamás a la esperanza, a saber que Dios jamás nos abandona, que nos prueba pero que jamás nos pone obstáculos insalvables. Como nos recuerda el salmo 23: “El Señor es mí pastor nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre…”.

 [1] https://observatorio.duoc.cl/editorial_observatorio_otras_pandemias_en_chile

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